Название | Voces íntimas |
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Автор произведения | Reina Roffé |
Жанр | Языкознание |
Серия | |
Издательство | Языкознание |
Год выпуска | 0 |
isbn | 9788418322501 |
Usted hace que Orsini tenga vida ilimitada, sea inmortal.
Inmortal por efecto de una extraña conjunción del Sol y la Luna en el momento de nacer.
Bomarzo, El unicornio y El laberinto son novelas en las que se percibe el trabajo de un historiador.
En cierto sentido, porque surgieron de una exhaustiva documentación. Antes de redactarlas, escribí numerosos cuadernos en los que consigné el resultado de muchas lecturas, de muchas indagaciones y de documentos de todo tipo. Ahí funcionó, desde luego, más que el novelista, el historiador. Luego, entró el novelista que trabaja con la imaginación para crear sucesos que se despegan de la realidad, de la historia, con el propósito de presentar criaturas fantasmales, más o menos fantasmales y terribles.
¿Podríamos decir que es a partir de La casa —publicada en 1954, novela que inicia lo que se dio en llamar más tarde su saga porteña— que usted empieza a ser conocido como el novelista de las letras argentinas en relación, por ejemplo, con Borges, que es el poeta y el cuentista de mayor predicamento?
Como novelista puede ser. Pero no hay que olvidarse de que yo también soy poeta, biógrafo, cuentista, periodista, traductor, y lo digo sin ánimo de compararme con nadie.
Creo que muchos lectores recuerdan sus cuentos de Aquí vivieron o Misteriosa Buenos Aires y las biografías que usted escribió, entre otras, Miguel Cané (padre). Sin embargo, hay que decirlo, a usted se lo asocia con la novela.
Quizá porque he escrito ya muchas. Por otra parte, parece que se me dan bien los trabajos de largo aliento. Además, últimamente, la gente se ha aficionado a la novela; la novela fagocita a los otros géneros.
¿Qué tienen en común Los ídolos, La casa, Los viajeros, Invitados en El Paraíso, novelas que tanto éxito le han deparado?
El recurso de la memoria, diría. Son libros en los que se reconstruye el pasado de la sociedad porteña, la decadencia de la clase alta.
El Paraíso, por cierto, es el nombre de la finca en la que usted vive en la provincia de Córdoba.
Cuando me jubilé como periodista, en 1969, me instalé en El Paraíso, que está en Cruz Chica, una localidad cordobesa enclavada en la sierra, precioso lugar. Pero conservo mi casa de Buenos Aires, en el barrio de Belgrano, porque suelo venir mucho a Buenos Aires.
Dicen que El Paraíso es una suerte de museo donde se aglutinan muchos recuerdos relacionados con sus viajes y su actividad profesional.
Es cierto, guardo manuscritos de Proust, conservo cartas de Enrique Banchs, libros dedicados de Alfonsina Storni, de García Lorca, fotos de muchas épocas de mi vida.
Libros, recuerdos, hijos, ¿también tiene nietos?
Tengo cinco nietos. Ana Victoria es la más grandecita, no sé si me leerá, supongo que sí. Me queda poco y nada de tiempo para estar con los chicos. Con la que tengo una espléndida relación es con mi hija Ana. También es escritora. Pronto aparecerá un relato de ella en una antología de literatura femenina. Y no es una criatura. Esta será su primera publicación. Recuerdo que de chica escribía unos cuentos muy imaginativos sobre animales; luego, nunca vi nada más de ella.
Por lo visto, hay mucha afinidad espiritual entre las mujeres de su familia y usted.
Mi hija me comprende muy pero muy bien. Se parece a mi madre en cosas de su carácter. Ana es tímida, muy observadora; a veces, irónica.
¿Como su abuela?
Mi abuela no era nada tímida; donde entraba, reinaba. Ana, en cambio, es más bien como mi madre, se difumina, pero termina por atraer a todos. Allí donde llegara mi madre, toda la rueda de gente, al ratito, giraba a su alrededor. Y mi hija también es una especie de centro, un ser fascinante.
¿Registra su vida en un diario íntimo?
No, y lo lamento, porque me sería útil. Tengo mala memoria y confundo y embarullo todo, y esto me ha obligado a inventar tantas anécdotas que yo mismo ya no sé cuáles son las verdaderas y cuáles las inventadas.
¿Es por la dificultad que tienen los hombres de vivir una sola historia?
Sí, claro... y la otra que no cuentan.
¿Le gustaría contar esa otra suya?
Ahora mismo, por cierto, no. Será póstuma.
¿Entonces piensa dejar escritas sus memorias?
Antes me dejaría cortar los cinco dedos de una mano. No, sobre mí van a escribir otros y van a encontrar cosas que les servirán. En casa hay paquetes de cartas y unos álbumes curiosísimos en los que pego cosas, cosas sobre mí y los otros, hago retratos de personas y pongo lo que pienso sobre ellos. Ya tengo ocho tomos gordos. Pero no es específicamente un diario, sino una especie de memorias gráficas. Algo bastante moderno, porque ahora se lleva lo visual. Los empecé hace unos doce años y resultó de esta forma.
¿Qué está escribiendo ahora?
Estoy terminando un libro que puedo elogiar ampliamente, porque es una obra hecha en colaboración. Se titula Letra e imagen de Buenos Aires. La letra la pongo yo, la imagen la pone Aldo Sessa que es un joven pintor que, además, es un notabilísimo fotógrafo. Participó también en el proyecto el arquitecto José María Peña, que actualmente es el director del Museo de la Ciudad de Buenos Aires. Sale en dos tomos, el primero en noviembre. Es un libro carísimo y, sin embargo, ha tenido gran repercusión; un importante banco de la capital ya compró mil ejemplares para regalar a fin de año. Y cuando esté instalado en El Paraíso, mi casa en Córdoba, voy a comenzar una novela que la tengo toda armada, que transcurre en una noche en el Teatro Colón en tiempos de la guerra.
¿Frecuenta la amistad de los escritores de su generación?
Silvina Ocampo es la señora escritora de mi época. Me gustan mucho las cosas que escribe. Siempre que vengo a Buenos Aires la voy a visitar. Comparto con ella una amistad que viene del fondo del tiempo. Tenemos en común muchas cosas. Por ejemplo, nos hace reír lo mismo, porque Silvina y yo tenemos una misma formación y pertenecemos a un mundo muy parecido. A propósito, tengo una estatua muy linda, de Aquiles, de la época de Luis XIV. Anteriormente estaba en el jardín de la casa de mi suegro, Federico de Alvear, en la calle Ocampo. Cuando se repartieron los bienes, le tocó a mi mujer, Ana de Alvear. Yo, contentísimo, porque me encantaba. Silvina siempre había admirado esa estatua y una vez quiso comprarla. Escribió un poema muy hermoso dedicado a esa estatua. Ahora, en la base, hay una plancha de piedra que tiene un fragmento de Oscar Monesterolo, que es el joven poeta cordobés que me acompañó en mi último viaje a Europa.
¿Fue por invitación de la televisión española para participar en un programa?
Sí, los españoles fueron muy generosos. Me enviaron dos pasajes de ida y vuelta con estadía en Madrid en un hotel elegantísimo. Entonces, le propuse al joven poeta cordobés que me acompañase, cosa que me fue muy útil. Como tengo una salud indecisa, él me tomaba la presión todos los días, me cuidaba para que no comiera con sal... y gracias a este joven, todo el mundo me dice ahora lo bien que estoy. Incluso engordé varios kilos en el viaje.
Usted ha dado la imagen de ser un hombre mundano, frívolo, despreocupado por todo lo que no fuera su entorno social y cultural; alguien, además, que parece sentir placer aterrorizando a la gente con ironías y sarcasmos. ¿Cómo es realmente?
Creo que soy un hombre esencialmente bueno, pero dotado de un tipo de ingenio innato que, a veces, me obliga a decir cosas que parecen impropias de un hombre bueno. Pero esas cosas si las digo, son, también, por bondad, porque las digo para divertir a los que están a mi alrededor. Y soy un artista en el sentido de que veo todo con ojos de artista, desde el punto de vista del arte y, más aún, desde el punto de vista de la historia del arte. Detrás de cada cuadro veo muchos otros cuadros de los que he visto en galerías y museos, detrás de cada