Название | Voces íntimas |
---|---|
Автор произведения | Reina Roffé |
Жанр | Языкознание |
Серия | |
Издательство | Языкознание |
Год выпуска | 0 |
isbn | 9788418322501 |
Leopoldo Marechal también colaboraba en Martín Fierro y en la revista Proa. ¿Usted lo conoció a Marechal?
No, no lo conocí. Pero sé que tenía el orgullo de ser de Villa Crespo, donde la gente era singularmente valiente. Marechal debe ser un apellido francés, él no sabía francés, tiene que ser de la Martinica, porque era mulato.
¿Alguna vez recorrió el barrio porteño de Villa Crespo?
Naturalmente, si yo me crie en Palermo, que está al lado. Es muy extraño lo que pasó con Villa Crespo. Primero fue un barrio criollo, después italiano, luego judío y, actualmente, creo que es árabe. Pasó por curiosas etapas. Pero cuando yo lo conocí, era un barrio judío. Fui muy amigo de un librero, Gleiser, que vivía en la esquina de Triunvirato y Caning (antes Corrientes se llamaba Triunvirato).
¿La polémica Boedo-Florida fue una broma tramada por Mariani, creo que usted dijo una vez?
Fue una ficción, sí, una broma tramada por Mariani y por Ernesto Palacios. Ellos pensaron que en París había cenáculos, polémicas literarias y que todo eso faltaba en Buenos Aires. Por lo tanto, crearon esos dos grupos, de Boedo y de Florida, e inventaron polémicas. Fue un truco publicitario, digamos, porque no existieron nunca esas escuelas. Por ejemplo, ahí tiene el caso de Arlt, a él se lo relaciona con los de Boedo. Sin embargo, era secretario de Güiraldes, a quien se lo vincula con los de Florida. Yo hubiera querido ser de Boedo y me dijeron que no, que ya estaba hecha la repartición y a mí me había tocado ser de Florida. Aquello fue una broma tomada en serio por los historiadores de la literatura que son bastante ingenuos.
Y de la revista Sur, ¿qué me puede decir?
Bueno, como usted sabe, la fundó Victoria Ocampo. Yo le hice una broma a Victoria, le dije por qué le había puesto Sur si ella vivía en San Isidro, que no tenía derecho a emplear esa palabra. En cambio, yo sí, porque me había criado en Adrogué.
Se cuenta que fue el poeta norteamericano Waldo Frank quien sugirió el nombre de Sur.
Puede ser, porque él estuvo en Buenos Aires. Aunque algunos dicen que fue Eugenio d’Ors, otros Ortega y Gasset. Pero creo que se atribuye el nombre a Waldo Frank. Es un lindo nombre, Sur, ¿eh?
Sí, además, ubica, sitúa.
Drieu La Rochelle mandó una desaprobación diciendo que Sudáfrica no estaba representada y Australia tampoco en la revista. Pero, en fin, no se había pensado en eso. Tampoco habíamos recibido colaboraciones de Sudáfrica o de Australia.
¿Qué recuerda de Victoria Ocampo?
Que me ayudó mucho. Me protegió en un momento en el que yo era un desconocido y ella muy conocida. Ahora es una persona famosa, más famosa por sus actos que por su obra escrita.
¿Es cierto que usted le regaló un ejemplar de Don Segundo Sombra de Ricardo Güiraldes al cuchillero Nicolás Paredes?
Sí, se sintió muy defraudado. Me dijo: «¿Este criollo a qué hora pelea?». Le voy a contar algo de Don Segundo, porque voy a escribir sobre esto alguna vez, pero si usted quiere adelantarlo, mejor. Bueno, la vejez de Don Segundo Sombra fue muy rara. Él era el capataz de la estancia La porteña de Güiraldes en San Antonio de Areco, que está al norte de la provincia de Buenos Aires. Güiraldes lo tomó como modelo para el libro. Don Segundo era santafecino, es decir, un poco extranjero para la provincia de Buenos Aires. Se llamaba Segundo Ramírez Sombra. Güiraldes, con buen sentido literario, omitió el Ramírez que no dice nada y así quedó Don Segundo Sombra. Que está muy bien, porque Segundo presupone un primero y Sombra presupone una forma que la proyecta. Don Segundo se hizo famoso. Güiraldes llevó a su estancia a personas como Ortega y Gasset, Waldo Frank, Victoria Ocampo, La Rochelle para que lo conocieran. En el pueblo, en San Antonio, vivían cuchilleros que habían sido guardaespaldas del padre de Güiraldes, que fue intendente de San Antonio. Estos cuchilleros estaban furiosos. Decían por qué el niño Ricardo había escrito un libro sobre este viejo infeliz que no sabía cómo se agarraba un cuchillo, entonces lo provocaban. De modo que la vida del viejo Don Segundo, que era un hombre tranquilo, pasó a ser una vida muy cambiante. Pasó de ser un personaje legendario a ser un viejo santafecino a quien provocaban los otros. Los nombres de quienes lo desafiaban muestran que eran gente brava, debían muchas muertes. Había uno que se llamaba el Toro Negro y al hijo de él le decían el Torito. Y estaba Soto, que era muy famoso. Cuando Don Segundo estaba en el almacén y veía entrar por la puerta a uno de estos malevos, huía inmediatamente. Soto era un hombre bastante bravo. Figúrese, cierto día llegó un circo al pueblo. En el circo había un domador de leones que había despertado el asombro de la gente, pero tenía la desgracia de llamarse Soto. A Soto, el cuchillero, no le gustó nada que la gente hablara con admiración del otro Soto. De modo que, una tarde, en el despacho de bebidas, el cuchillero se le acercó al domador y le dijo: «Quiero saber su gracia, su nombre». Y el otro le respondió: «Soto, para servirlo». Entonces el cuchillero le dijo: «Aquí el único Soto soy yo, de modo que no se apure, elija el arma, que yo lo espero afuera». Nunca se peleaba bajo techo, porque era ofender la casa, aunque la casa fuese un prostíbulo. El domador no sabía qué hacer, pero alguien le alcanzó un puñal. Salió a la calle, pero como no sabía manejar el puñal, el cuchillero lo mató. Luego, los testigos, creo que entre ellos también había un vigilante, dijeron que el domador había provocado a Soto y, como este era el héroe local y el otro un forastero, todo quedó como si nada hubiera pasado. Así que, si uno tiene como enemigos a gente como Soto, el Toro Negro o el Torito, es mejor cuidarse, ¿no? Efectivamente, Don Segundo Sombra se cuidó. Murió de muerte natural no sé en qué fecha. Mis amigos y yo le hicimos una broma a Güiraldes publicando una nota en el diario desmintiendo el rumor de que el cadáver de Don Segundo iba a ser repatriado a un lugar de Italia, tratándolo como si fuese un gringo.
En el exterior, a la Argentina, en el mejor de los casos, se la sigue asociando con los gauchos, el mate...
Ahí tiene, el tipo del gaucho es un tipo que ha desaparecido. Yo vi gauchos por primera vez en Montevideo, eran troperos que traían hacienda. Actualmente, creo que este tipo se da al sur del Brasil, al norte del Uruguay, en la provincia argentina de Corrientes también. En la provincia de Buenos Aires ya no se da.
En algunos de sus cuentos los personajes toman mate. ¿Qué simboliza el mate para el argentino?
Supongo, más bien, que un hábito, un modo de poblar el tiempo o de perderlo. Yo no soy matero.
Usted representa el espíritu cosmopolita, habla desde una cultura universal...
Tanto como universal no sé, hago lo que puedo.
¿De dónde provienen sus primeras lecturas, su formación?
Le debo mucho a la literatura inglesa, incluyendo a la americana, desde luego. En casa, la mayoría de los libros eran en inglés; la Biblia era King James Bible; Las mil y una noches, la de Lane o la de Burton. Mi padre me dio los libros ingleses de su biblioteca. Hablábamos indistintamente inglés y castellano. Hablaba español con mi abuela materna que se llamaba Leonor Suárez de Acevedo y en inglés con mi abuela paterna, Frances Ann Haslam de Borges, que se casó con ese coronel Borges que se hizo matar.
Aunque se lo conoce por sus conocimientos de otras culturas, en sus cuentos aparecen compadritos y cuchilleros. ¿Cómo eran los compadritos de antes?
Bueno, no sé cómo eran realmente, porque los que yo alcancé ya eran malevos jubilados ¿no?
¿Siempre estaban debiendo una muerte?
Sí, en todo caso se suponía eso y, a veces, más de una muerte. Recuerdo a un amigo, el cuchillero Paredes de Palermo, que decía: «¡Quién no debía una muerte en mi tiempo, hasta el más infeliz!». Paredes había sido uno de los guardaespaldas de Juan Muraña.
¿Eran hombres de mucho coraje?
Sí, coraje individual, ya que no tenían ideales de ninguna especie.
¿Usted es un cultor del coraje?
Bueno, digamos que sí. Quizá porque soy físicamente muy cobarde admiro lo que me falta. Coraje cívico,