Название | ¿Te acuerdas de la revolución? |
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Автор произведения | Maurizio Lazzarato |
Жанр | Социология |
Серия | |
Издательство | Социология |
Год выпуска | 0 |
isbn | 9789877122657 |
Los países subcontratistas están sujetos no solo a las finanzas, sino también al monopolio técnico y científico y el acceso a los recursos naturales. La fuerza de la máquina capitalista se basa en el control de la ciencia y la tecnología.
La tecnología y la ciencia, cualquiera que sea su poder, funcionan dentro de los límites impuestos por la máquina capital/Estado. Mientras todas las miradas están puestas en las empresas privadas (Google, Amazon, Facebook, el polo Silicon Valley, etc.) cuya capacidad de innovación es objeto de alabanza, el Pentágono y el Estado estadounidense mantienen celosamente el control estratégico de un sector construido desde cero durante la Segunda Guerra Mundial, que creció y se desarrolló a lo largo de la Guerra Fría y que, después de los años 70, fue delegado parcialmente a las empresas privadas. El Pentágono no solo es el principal empleador del mundo (tres millones de empleados), sino que continúa invirtiendo el doble que Google, Amazon, Facebook, Apple, etc., en investigación y desarrollo. El Estado y el ejército estadounidenses no solo han creado las condiciones para el desarrollo tecnológico, sino que siguen controlando y dirigiendo su evolución, porque la exportación de tecnología y las relaciones con otros países (China, Rusia, Irán, etc.) no están libradas a la iniciativa del mercado.
Para los monopolios y los Estados, el problema ecológico, el calentamiento global, Gaia o lo que sea, no constituyen un problema. El mundo solo existe en el corto plazo, el tiempo de retorno de la inversión del capital invertido. Cualquier otra concepción del tiempo les resulta completamente ajena.
Lo que les preocupa es más bien la desaparición paulatina de determinados recursos naturales. Su interés exclusivo es mantener el acceso a los recursos necesarios para el estilo de vida del Norte. George Bush había expresado muy claramente esta idea: “El estilo de vida estadounidense no se negocia”. En resumen: el mayor despilfarro de la historia, la sociedad de consumo estadounidense, debe ser realizado a costa de otros países, especialmente del Sur.
Los líderes de los monopolios saben que no hay recursos para todo el mundo y que el desequilibrio demográfico solo puede aumentar: actualmente el 15% de la población mundial vive en el Norte, el 85% en los países del Sur. Lejos de cualquier preocupación ecológica, dispuestos a talar hasta el último árbol de la Amazonía, saben que solo una militarización del planeta puede garantizarles el acceso exclusivo a los recursos naturales. El Norte necesita el 80% de los recursos disponibles del planeta para mantener su nivel de vida.
Como en los buenos viejos tiempos de las colonias, siguen dispuestos a resolver las disputas con el Sur por la fuerza de las armas (el armamento es una industria en pleno auge), y utilizan sus arsenales sin ningún reparo para apoderarse de todo aquello que creen necesitar. Los recursos de África son esenciales para ellos. Los africanos que viven allí, no tanto.
Esta estrategia funcionó más allá de lo esperado. Su éxito requiere que los monopolios se preparen para la guerra y anticipen posibles rupturas políticas, porque al igual que la crisis de 1929, la crisis actual abre una nueva secuencia posible de guerras y revoluciones que el colapso financiero de 2008 volvió más probables. La concentración, la globalización y la financiarización no resuelven las contradicciones que determinaron la crisis, sino que las exasperan. Las guerras son posibles. ¡Las revoluciones siguen siendo hipotéticas!
La guerra ha cambiado de naturaleza porque ya no se desencadena entre imperios como en la primera mitad del siglo XX. Lo que surge de la crisis no es el Imperio estadounidense, sino una nueva forma de imperialismo que Samir Amin llama “imperialismo colectivo”. Constituido por la tríada Estados Unidos-Europa-Japón, guiado por el primero de los tres, el imperialismo colectivo maneja sus disputas internas para el reparto de la renta. También lleva a cabo despiadadas guerras sociales contra las poblaciones del Norte para despojarlas de lo que fue obligado a ceder a lo largo del siglo XX y organiza conflictos armados contra las poblaciones del Sur para controlar sus materias primas y procurarse mano de obra barata. Los Estados que no implementan los “ajustes estructurales” necesarios para ser saqueados por la financiarización son estrangulados por los mercados, aplastados por las deudas o declarados “criminales” por los presidentes estadounidenses que hablan con conocimiento de causa del gangsterismo.
La novedad que apunta en este cuadro es la irrupción de China como potencia mundial. China compite con este imperialismo colectivo en todos los ámbitos: recursos, tierras, tecnología, armamento, etc. Mientras que el imperialismo colectivo consideraba al capitalismo chino como un subcontratista confiable (tanto industrial como financieramente, con China financiando las letras del Tesoro de Estados Unidos), el Partido Comunista de China siguió su estrategia: hacer del antiguo imperio medio una potencia mundial al transformar la máquina revolucionaria en máquina de producción.
Las luchas de clases y de las minorías que las componen se desarrollan en el interior de este marco que ha hecho imposible no solo el reformismo, sino incluso la democracia. Tras la reedición de la Belle Époque que transcurrió entre los 80 y los 90, la máquina capital/Estado despliega toda su fuerza destructiva y autodestructiva como hace un siglo: democracias autoritarias y liberticidas, convivencia del estado de excepción y el Estado de derecho, nuevas formas de fascismo, racismo y sexismo, guerras de clases, con el agregado de catástrofes de todo tipo (ecológicas, sanitarias, etc.).
5. UN SABER ESTRATÉGICO
Para analizar esta situación, partiremos de la afirmación programática de Gilles Deleuze y Félix Guattari, “la política está antes que el ser”, que puede interpretarse de la siguiente manera: el capitalismo no comienza con la producción, el patriarcado con el trabajo doméstico, la esclavitud con la explotación en las plantaciones, sino con la distribución política previa del poder entre las clases, determinada por las guerras de conquista, la apropiación violenta y la fuerza.
Las clases no existen antes de la guerra de conquista. Son el producto de ella. No hay obreros sin capitalistas, mujeres sin hombres, negros sin blancos. El surgimiento violento de las clases no está enclavado en un pasado concluido. El acto de separar a los que mandan de los que obedecen debe ser reproducido continuamente. La violencia fundadora y la violencia conservadora son contemporáneas.
Tanto las clases dominantes como las clases oprimidas se relacionan entre sí mediante estrategias de dominación o liberación. Es imposible encerrar su acción en un todo, un sistema, una estructura, porque se trata de relaciones de poder contingentes, provisorias, precarias, abiertas a la iniciativa política, a la acción. La estrategia no es un proyecto ni un programa, sino una técnica inmanente a las luchas. La estrategia no la ejerce un sujeto soberano que precedería a su implementación, porque la estrategia es una condición de su aparición.
Los dos ciclos de movilización de 2011 y 2019/20 nos instan a reconectarnos con este conocimiento estratégico. Tan pronto como los oprimidos vuelven a encontrarse con formas de acción colectiva, la revolución, incluso tímidamente, incluso confusamente, vuelve a poblar el horizonte con sus discursos y acciones. La memoria de las luchas y los combates que había sido borrada durante los años de sumisión a la lógica de la gubernamentalidad está resurgiendo a escala global tras el colapso financiero de 2008.
En Chile, las consignas y los eslóganes de la época de Allende, sofocados por los asesinatos en masa, resuenan nuevamente y expresan la necesidad y la voluntad de reactivar la tradición revolucionaria. En otro gran foco de insurrección e insubordinación, África del Norte, los movimientos, mientras critican duramente a los gobiernos instalados después de la liberación, reivindican las revoluciones que los precedieron. El 4 de noviembre de 2019 tuvo lugar una manifestación en Argelia para celebrar el estallido de la insurgencia armada contra el colonialismo francés por parte del Frente de Liberación Nacional setenta años antes. En Irak, en la plaza Tahir, ocupada por los insurgentes, un monumento a la libertad celebra la revolución de 1958 de los “oficiales libres” contra la monarquía. Como dijo un politólogo francés acerca del movimiento de los Chalecos Amarillos: han hecho resurgir en la opinión pública el imaginario de la lucha de clases. Pero sería más justo entonces evocar la realidad de las luchas de clases en plural.
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