Название | ¿Por qué el diablo se convirtió en diablo? |
---|---|
Автор произведения | Celina Plasencia |
Жанр | Языкознание |
Серия | |
Издательство | Языкознание |
Год выпуска | 0 |
isbn | 9788419277008 |
Bastante parco también, de poca conversación, y se las arreglaba en medio de tantas tareas diarias, aunque fueran solo unos minutos, para compartir con nosotros, sus hijos y nuestra madre, alguna de esas viejas historias cargadas de imaginación, cantar algún fragmento de la misma canción de siempre, jugar un poco en la pradera y darnos atención y amor.
Mi madre era muy hermosa, su cabello a la cintura, siempre trenzado, era dorado como las espigas del trigo, su rostro de facciones más livianas era delicado y gentil, y portaba una mirada tan dulce como la miel. Era más bajita de estatura y más delgada que mi padre. Su tez, que era bastante clara originalmente, se había teñido de bronce, como la de mi padre, por la exposición permanente al sol en el trabajo del campo, y sus manos, aunque finas, de dedos delgados, se volvieron muy rústicas con la manipulación de animales y el trabajo áspero que hacía cada día con ellas, y, ni aun así, dejaban de ser suaves y sanadoras, bastaba un abrazo de ella y cualquier discordia, literalmente, ¡se esfumaba!
Era una mujer única, en un medio agreste, donde la gente trabajaba tanto cada día y se quejaban por todo, ella, sin embargo, no paraba de reír a toda hora, tenía siempre palabras amables para nuestros vecinos, para mi padre y para sus hijos. Trabajaba tan duro como mi padre, ordeñando, recolectando la cosecha, limpiando los graneros, buscando pasto, cocinando y lavando toda la ropa de la familia en el río. Era imparable, nunca dejó de ser amable, no había forma de hacerla enojar, ni aun cuando estaba tremendamente cansada después de esas faenas tan exigentes y agotadoras.
Nuestra casa era lo confortable que podía ser un hogar con los recursos de una época que no ofrecía demasiadas comodidades, tal como las entendemos hoy en día. Con un techo vegetal muy alto, quizá en su parte central tendría unos siete u ocho metros de altura, un techo, igual que el resto de las casas del entorno, de espigas, juncos, varas y ramas fuertes de abedul, entretejidas de modo tan compacto como lo permitía un trabajo artesanal como ese. Tenía la forma de un sombrero chino, circular y curvo hacia adentro, y las paredes eran una mezcla de adobes de arcilla y rocas, adosadas con pasto, más o menos gruesas, para conservar la temperatura interna por encima de la del medio ambiente. Tenía una sola puerta de entrada o salida y una única ventana también. Por dentro, mi padre hizo dos compartimientos para las habitaciones, y en el centro había un peristilo o tronco central, alrededor del cual se distribuían los espacios para cocinar y comer, sobre un suelo de troncos lisos de madera. Teníamos camas de madera y pieles de animales y, por lo común, entre nosotros, nos sentíamos en un hogar donde no faltaba nada, había de todo lo que pudiéramos necesitar para vivir en bienestar.
Yo, que era el hijo mayor de mis padres, contaba con once años apenas, y por la profundidad del color intenso y brillante de mis ojos, de mis espesas cejas y mis pestañas tan pobladas, en lugar de Lorcan, como era mi nombre original, me llamaban «Ojos Negros». En casa, mi hermano menor Aidan de ocho años y mis padres se acostumbraron a llamarme de esa manera, y yo atendía por ese nombre, así me reconocían todos, como Ojos Negros, la mirada más profunda que un niño puede tener, eran frases que recuerdo que compartían en casa.
Mis padres y abuelos, a menudo, me decían que parecía un viejo en el cuerpo de un niño, debido a que era muy maduro para mi edad y mi mirada tenía un singular encanto, como ellos decían, que sentían que los paralizaba al observarlos sostenidamente.
Esas son sus anécdotas, yo de eso no recuerdo mucho, no prestaba atención a esas conversaciones de adultos y no sabía nada al respecto, solo deseaba aprender a cazar y salir de aventuras, o lo que, para mí, ¡eran aventuras!, claro.
En mi mente de niño, quería explorar el mundo, y el miedo a los peligros, como en la mayoría de los niños, no estaba presente.
Por su parte, mi padre y mi madre, así como mi peluda mascota, Indi, una bestia amorosa que lucía como podrían figurarse algo similar a un golden retriever salvaje, juguetón y bastante más grande de los que viven por las calles de hoy, pesaba al menos unos treinta kilos, creo yo, ¡en realidad, jamás lo pesé! ¡Ja, ja, ja!, no existía nada como una báscula ni soñábamos que algo como pesarse tuviera alguna importancia, ¿para qué?, ¿verdad?
ARCA III
Nuestro padre, aunque era de poca conversación, de tez, rasgos y carácter fuertes, en realidad, en su corazón guardaba una natural generosidad e inclinación protectora hacia toda la familia y hacia todos los que conocía.
Siempre estaba en una natural disposición de contribuir, de atender las necesidades de cuantos podía, y no faltaba el intercambio de los frutos de la caza y los alimentos que lograba recolectar, no deseaba que nadie que él pudiera ayudar pasara miserias. Enseñaba a todos lo que sabía para que pudieran ayudarse y que el pequeño pueblo saliera adelante.
No obstante, nuestro padre podía ser muy estricto en las exigencias a sus hijos, nos estaba preparando para que nosotros, sobre todo yo, que era el mayor, estuviéramos listos para suplirlo en caso de que llegara a faltar, pues él pensaba que cualquier jornada podía ser «el día de morir».
Me encontraba yo una tarde bastante fría de enero, puesto que el invierno había sido más fuerte ese año de lo usual, en el mercado de las afueras de la aldea, y como niño al fin, estaba ahí, sin prestar atención a nada más que buscar animalitos en las pequeñas ranuras del suelo, que era de piedras y tierra en muchas partes del poblado, más aún en esta época, donde los verdes se llenaban de neblinas gruesas.
Entre varios niños que vivíamos en los alrededores, lanzábamos piedras al lago o, como ese día, escarbábamos en el suelo, jugando a ver quién encontraría primero algún gusanito o lagartija. Cualquier animalito, hubiera dado lo mismo.
Después de mucho rato de revisar, de hurgar y llenarme de tierra la ropa, las uñas y las manos, atrapé a un gusanito marrón muy peludo, bastante pequeño, pero suficiente para ganar a mis amigos. Aquel día, ¡me alcé con ese pequeño triunfo!
¡Era una jornada de suerte para mí!
Eso creí en ese instante.
Las horas pasaron y cayó la noche pronto, los días son cortos en invierno, y todos nos regresamos a nuestras casas, allí nos esperan.
De repente, me acordé de que tenía una encomienda de mi padre, algo que me había ordenado hacer y que debía llevar al regresar a casa conmigo, pero yo ¡me había olvidado por completo!
«¿Cómo pude olvidarme de algo tan importante?», decía para mí mismo. Esa distracción ¡me podía costar una paliza! Sabía que me había metido en problemas…
Se me ocurrió devolverme y correr fuera de la aldea, a ver si aún alcanzaba a buscar lo que mi padre muy seriamente me había pedido.
Mis amigos siguieron a sus casas y ¡yo corrí saltando las calles como loco!
Casi no se veía el camino, ya estaba más oscuro, y la neblina había empezado a bajar, aunque corrí con todas mis fuerzas, con todo lo que mis piernas me dieron, no pude llegar, no veía nada hacia donde iba, estaba todo el suelo humedecido, me resbalaba a cada paso y no me hallaba tan cerca como para llegar a tiempo.
No tuve más alternativa que regresarme a casa antes de que me perdiera entre la capa de la niebla.
Entre vergüenza y miedo, seguí adelante, mi padre era muy paciente, pero no le gustaba que lo desobedeciera, y sabía que no tenía salida, en esos tiempos, los hijos no preguntábamos a nuestros padres, ellos nos daban una tarea y había que cumplirla sin chistar.
Abrí calladamente la puerta de nuestra casa y, sin poder ocultarme, mi padre se encontraba allí, justo frente a ella, con su rostro entre preocupado y molesto, porque ya había oscurecido y mi hermano y yo no tenemos permiso de estar fuera de casa después del atardecer.
Con su voz ronca, me preguntó:
—Lorcan, ¿dónde está lo que te pedí?
Cuando se enfadaba, no me llamaba Ojos Negros.
Yo