Название | El Robo del Niño |
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Автор произведения | Cristian Orellana |
Жанр | Языкознание |
Серия | |
Издательство | Языкознание |
Год выпуска | 0 |
isbn | 9789560014696 |
–Somos una brigada de patrimonio cultural y natural. No imprima declaraciones si no es necesario, bastaba mostrármela en un computador.
Julia se ruborizó y asintió.
–Voy a contactarme con la brigada de robos por si saben algo –agregó Fuentes, y luego se retiró.
Durante las siguientes horas Julia se dedicó a escribir el informe. Se preocupó de dejar en claro el valor simbólico del Niño y que no se trataba de una simple pieza antigua. Intentó hacerlo lo más breve posible y, además, conociendo los hábitos de lectura de muchos, trataba de colocar toda la información esencial en las cinco primeras líneas de cada página. «Si pudiera agregarle colores o dibujitos, lo haría», pensó. Esa era una de las cosas que añoraba de su época de profesora de Arte. Podía preparar las presentaciones como mejor le parecía que se vieran. Recordó eso, y entre el lote de datos aprovechó de ingresar cierta información que más adelante le podría ser de utilidad.
La detective hizo un resumen de las declaraciones del personal del museo, tomadas por Briceño y los dos aspirantes que habían asignado. En términos generales, no aportaban ningún dato de importancia. No habían encontrado nada extraño los días anteriores, hoy habían llegado a la hora como siempre y estaba todo normal hasta que el arqueólogo Luis Herrera descubrió el robo. Posteriormente el antropólogo Rodrigo Castillo alteró el sitio del suceso, aparentemente de buena fe. Aún faltaban los informes de criminalística, pero los podía adjuntar en la segunda entrega. También quedaba pendiente interrogar al director del museo, Luis Felipe Iturriaga. Pero Julia deseaba que al fiscal le quedara claro que el caso debía tener prioridad; un Niño congelado hace quinientos años, mantenido en una vitrina de atmósfera controlada, podía estar sufriendo daños irreversibles y había que actuar de inmediato. Ella siempre tenía esa desagradable sensación de que nadie entendía sus preocupaciones.
Estaba ya terminando el informe cuando recibió el llamado de la detective Vanessa Rojas, la asesora de informática. Julia acudió a su puesto de trabajo.
–Cuéntame –dijo Julia.
–Encontré el lugar de donde se escribió la proclama de Wila Mallku.
–¿Los tenemos?
–No, es un cibercafé. Puede haber sido cualquiera. Pero me di el trabajo de revisar todas las entradas de su blog hacia atrás.
–¿Y descubriste algo?
–Tranquila, detective. Todas han sido hechas de distintos cibercafés del centro de Santiago.
–Eso nos deja donde mismo.
–Casi. Pero se me ocurrió revisar la IP de la creación del blog. Y ahí aparece una dirección particular. Fue desde un computador de escritorio.
Julia miró el nombre y la dirección en la pantalla. Sucre 1801, departamento 25, Ñuñoa. Le pareció recordarla. El propietario era Esteban Castillo.
–Necesito saber todo el tráfico de esa dirección –dijo Julia.
Quizá era una pista falsa pero era el único hilo del que podían tirar. Vanessa quedó de enviarle la información cuanto antes, pero además debía atender otros casos. Antes de despedirse, Julia le entregó la otra declaración, del colectivo T’aki, para que la rastreara.
Julia volvió a su escritorio y se quedó mirando una foto del Niño. Estaba ataviado con su traje ceremonial, sus joyas, el ajuar funerario y el tocado de plumas de cóndor. Quinientos años y seguía siendo una criatura víctima de los avatares de los adultos. «¿Dónde andas?», le preguntó. «¿Te despertaron?». Hubo un silencio. «Un Niño noble y viajero que nos trae un mensaje que no sé si entendemos. Igual que El Principito de De Saint-Exupéry», pensó.
Luego volvió a concentrarse y se acordó de la dirección asociada a la creación del blog. Era de un departamento en la comuna de Ñuñoa. No recordaba a nadie del ambiente cultural que viviera en ese edificio. El domicilio estaba a nombre de Esteban Castillo. Buscó en la base de datos; era un señor de más de setenta años y solo registraba una detención por desórdenes en 1987. Para Julia eso no era tener antecedentes, pues miles de personas fueron detenidas por esa causa en aquellos años. El hombre figuraba casado con María del Carmen Briones. En ese momento recordó algo, revisó las declaraciones del personal y buscó el nombre del antropólogo:
Castillo Briones Rodrigo Martín
Y la dirección:
Sucre 1801, departamento 25, Ñuñoa
Julia revolvió entre sus papeles y revisó el listado de las personas que habían solicitado literatura sobre el Niño de El Plomo en la biblioteca del museo. Rodrigo Castillo figuraba varias veces. «Ajá», se dijo. Llamó al fiscal para solicitar autorización y éste se la dio, algo despreocupado.
Una hora después, Esteban Castillo escuchó que llamaban a su citófono. Se dirigió a él con dificultad y su corazón se aceleró cuando escuchó su nombre y «Policía». Miró a su esposa que se había acercado. Dejó entreabierta la puerta y ambos esperaron allí.
Delgado y Rojas llegaron a la entrada del departamento, pero no ingresaron. Julia golpeó la puerta.
–Adelante –dijo el anciano.
Las detectives se mantuvieron en su sitio; podía estar esperando a otra persona y asustarse.
–¡Adelante! –insistió Esteban.
–Policía... –dijo Julia, con cierta cautela y suavemente, asomando apenas la cabeza por la puerta entreabierta.
–Sí sé, pasen.
Las detectives ingresaron. Vieron a una pareja de ancianos muy juntos, tomados de la mano. El caballero estaba muy pálido. Era normal que la gente adquiriera un aire de temor y desconfianza cuando se presentaban como policías, pero el hombre se veía asustado.
–En mi época no se veían mujeres policía –les dijo, a modo de saludo.
–Detectives Julia Delgado y Vanessa Rojas. Brigada de Delitos contra el Patrimonio –se presentó la primera, y ambas exhibieron sus respectivas placas.
La pareja ahora pasó del susto a la curiosidad.
–Esta mañana se descubrió un robo en el Museo de Historia Natural… –comenzó a explicar Julia.
–El Rodri –interrumpió la señora.
–¿No está? –preguntó Delgado.
–No vive aquí. Somos sus padres –respondió el anciano.
–No venimos por nada malo, solo queremos chequear información –dijo Julia.
–¿Tienen internet aquí? –preguntó Rojas.
Los ancianos se miraron extrañados.
–¿Qué es eso? –preguntó la señora.
–¿Es lo del computador? Internet no tenemos, pero sí tenemos correo electrónico y Facebook –agregó Esteban.
–¿Tenemos Facebook? –volvió a preguntar María del Carmen.
–Sí pues –respondió el padre volviéndose hacia su esposa–. Donde vemos las fotos del Antonio y el Martín.
–¿Pero ese no era el correo electrónico?
–Por ahí también la Catita y el Jean-Claude nos mandan fotos de ellos.
–¿Y entonces cuál es el e-mail?
–Ese no lo conozco –finalmente el marido se volvió a las detectives, que miraban algo extrañadas la escena–. ¿Tendrá que ver eso con internet?
Rojas intentó formular una explicación, pero Julia se le adelantó:
–¿Tienen un computador donde ven todo eso? –preguntó ella.
–Por supuesto.