El Robo del Niño. Cristian Orellana

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Название El Robo del Niño
Автор произведения Cristian Orellana
Жанр Языкознание
Серия
Издательство Языкознание
Год выпуска 0
isbn 9789560014696



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muy distinto del resto de quienes trabajaban en el museo.

      –Buenos días, soy Luis Felipe Iturriaga, director del museo. Vine en cuanto pude. Es terrible todo esto. Díganme qué necesitan.

      –Aislar la escena del crimen –respondió Julia.

      –Y tomar declaraciones a todo el personal –añadió Briceño.

      Los tres juntos llegaron al laboratorio. Todavía circulaban científicos, administrativos y auxiliares esperando encontrar alguna pista. Julia los hizo abandonar el lugar. Iturriaga se quedó con Julia mientras afuera Briceño intentaba enlistar a la gente para interrogarla.

      –Le pediría que también abandonara el lugar. Puede esperar en el laboratorio con el arqueólogo Herrera si quiere –le solicitó Julia al director.

      –Quiero ayudar y ver qué se hace en mi museo…

      –Ayuda manteniéndose lejos de las vitrinas, ya han sido bastante contaminadas y dudo que podamos obtener algo.

      –No voy a tocar nada, quiero asegurarme de que en mi museo se solucione este problema lo antes posible.

      Julia prefirió ignorarlo mientras observaba la vitrina de las ofrendas y la cámara. Luego masculló para sí:

      –Este museo no es suyo.

      –¿Perdón? –preguntó Iturriaga.

      En ese momento se produjo un pequeño alboroto afuera y entró corriendo un hombre de bufanda de seda y cabello elegantemente despeinado. Julia ya estaba lo bastante molesta con que le siguieran alterando su sitio del suceso, así que ni siquiera saludó:

      –¡Quédese ahí! Esta es una escena de un crimen; no hay que contaminar nada.

      A diferencia de los demás, el hombre le hizo caso. Miró con desazón las vitrinas vacías mientras el director se acercó a él y se abrazaron con pena. «Parece un funeral», pensó Julia.

      –Es terrible, es terrible –dijo el desconocido.

      –Tremendo, Cucho –le respondió Iturriaga.

      Al notar la confianza, la detective se acercó a saludarlo con amabilidad.

      –Julia Delgado, Brigada de Delitos contra el Patrimonio.

      –Agustín Neumann.

      –El caballero es empresario, uno de nuestros principales mecenas y consultor externo –explicó Iturriaga.

      Julia sacó su libreta y anotó los nombres, temía confundirse más adelante.

      –Le explicaba al señor director que había que aislar el lugar: muchas huellas se pueden haber borrado ya con tanto ajetreo.

      –Tiene razón –dijo Neumann.

      –Tiene razón –repitió el arqueólogo Herrera, que había estado presenciando la escena desde el laboratorio.

      –Pero…

      –¡Cooooon permisooo!

      En el lugar irrumpió un grupo de detectives con mascarilla, guantes, luces, trípodes, cámaras fotográficas y maletas de equipos. Ignorando absolutamente a quienes estaban allí, aislaron con cintas plásticas el perímetro del lugar y comenzaron a revisar y a fotografiar todo. Ellos acostumbraban a trabajar con huellas, no con personas, y esa descortesía le agradaba a Julia para resolver situaciones como esta.

      –Hola, Morita, qué rápidos –saludó Julia a uno de los detectives.

      –Rodrigo Mora, perito criminalístico y la boca te queda donde mismo, Julia –respondió el otro. Ambos rieron.

      Mientras salían, Neumann le preguntó a Julia si tenía alguna idea de quién habría sido. Ella con solo ver las dos vitrinas cortadas hábilmente tenía claro el motivo y el tipo de delincuente, pero respondió:

      –Es muy pronto para hacer conjeturas.

      Agustín no escuchó la respuesta, pues saludó a la autoridad que estaba llegando.

      –¡Hola, Mumo!

      Se abrazaron efusivamente pero con rostros afligidos. «Y sigue el entierro. Ya van a preparar un gloriao», pensó Julia.

      –Buenos días –saludó el recién llegado.

      –Julia Delgado, Brigada de Delitos contra el Patrimonio.

      No era necesario que él se presentara; era Raimundo Vallverdú, ministro de Cultura.

      –Espero que tengamos resultados pronto, detective –el tono de Vallverdú a Julia le sonó casi amenazante.

      –Ya hay un equipo trabajando, señor ministro.

      «El director, el empresario y ahora el ministro. Falta que llegue la presidenta», volvió a pensar Julia. Sonó su teléfono.

      –Aló, aquí el fiscal Benjamín Toledo. ¿Con quién hablo?

      –Detective Julia Delgado, Brigada de…

      –¿No aparece el Niño aún? ¿No han hallado a los padres o a algún familiar?

      –Emmm… sus padres deben haber muerto hace unos quinientos años –respondió Julia.

      Se produjo un silencio.

      –No me joda, detective. ¿Estamos hablando de la sustracción de un menor desde el Museo de Historia Natural? –preguntó el fiscal.

      –Robo de un menor congelado hace cinco siglos.

      –¿Una momia?

      –Algo así.

      –Ah, entiendo –la voz del fiscal tenía un tono de decepción–. Recoja huellas y tome declaraciones, siga el Manual de Primeras Diligencias. Voy para allá con la periodista de turno pero me agarró un taco terrible.

      –A la orden.

      «Del Centro de Justicia al museo hay unos pocos minutos en metro. ¿Cuál es la idea de venirse en auto?», pensó Julia tras colgar. Nunca había trabajado con ese fiscal, pero la situación no se veía muy prometedora. Se acordó de su bicicleta y fue a preguntarle a Carlos González, el guardia, para saber si estaba bien guardada. Dejó a Neumann, Vallverdú e Iturriaga hablando del caso, sus proyectos y relaciones familiares.

      –Detective –el guardia estaba en la portería y se irguió al ver llegar a Julia.

      –¿Mi bicicleta quedó bien?

      González se la mostró, oculta tras unos paneles al lado del mesón de recepción.

      –Estuve revisando las cámaras de seguridad y no se ve nada raro –comentó el guardia–. Ayer tampoco hubo movimientos inusuales ni gente sospechosa. El museo se vació a la hora, revisé personalmente y me quedé hasta que se fue la gente del aseo, que sale más tarde los miércoles porque hoy retiran la basura. Aunque entre ellos hay dos peruanos que no me gustan nada.

      –¿La gente del aseo es siempre la misma?

      –Los chilenos a veces cambian, pero estos peruanos que les digo llevan harto tiempo ya. Capaz que quieran llevarse la momia de vuelta para allá con los indios, como quieren hacer con el Huáscar o como cuando se llevan piedras del morro de Arica.

      –¿Le tomaron declaración a usted?

      –No.

      –Dígales lo mismo que me dijo a mí –Julia sonrió. No tenía ganas de discutir. Salió a recorrer el exterior del museo. Casi ocultos, en un costado había varios contenedores de basura. A eso se refería el guardia. Se acercó y los abrió. No vio nada extraño. Papeles, restos de comida y un fuerte olor a químicos. Con algo de náuseas, cerró y miró a su alrededor. Vio a lo lejos a un hombre llevando una bolsa blanca. Parecía un reciclador pues sus ropas se veían ajadas y algo sucias. El desconocido dio la vuelta al edificio y Julia decidió seguirlo. Corrió, y al doblar, no había nadie. El espacio era amplio, había unos pocos autos estacionados,