Название | Futuros menores |
---|---|
Автор произведения | Luz Horne |
Жанр | Языкознание |
Серия | |
Издательство | Языкознание |
Год выпуска | 0 |
isbn | 9789563573466 |
Les agradezco a amigas, amigos y colegas por las lecturas, las críticas y las sugerencias en congresos, seminarios y todas las “previas” y los “afters” en bares, caminatas y viajes: a Florencia Garramuño por la guía y por todos los mundos en común que compartimos desde los diversos campus hasta Brasil; a Gonzalo Aguilar por los préstamos, las preguntas y los entusiasmos brasileños compartidos; a Ale Laera por la escucha y la lectura incisiva y generosa; a Sandra Contreras, por los consejos, las lecturas y porque me invitó a dar un curso de Doctorado en la Universidad Nacional de Rosario en donde pude probar muchas de mis ideas. Gracias también a Bruno Bosteels, Karen Benezra, Ximena Briceño, Natalia Brizuela, Mario Cámara, Edgardo Dieleke, Cynthia Edul, Guillermo Feder, Álvaro Fernández Bravo, Daniela Flesler, Gustavo Furtado, Gabriel Giorgi, Erin Graff Zivin, Gisela Heffes, Héctor Hoyos, Laura Isola, Beatriz Jaguaribe, Ana Kiffer, Adriana López-Labourdette, Florencia Malbrán, Lía Munilla, Daniel Noemi Voionmaa, Fernando Rosenberg, Lucia Sa, Victoria Saramago, Claudia Soria, Javier Uriarte, Alejandra Uslenghi y Paloma Vidal. Este libro es también resultado del trabajo de escritura a cuatro manos que venimos realizando con Paola Cortés Rocca en el marco de un Proyecto PICT subvencionado por el Ministerio de Ciencia y Tecnología de Argentina. Con ella y con el grupo de investigación que conformamos (Cynthia Edul, Francisco Lemus, Mariano López Seoane, Mora Matassi, Ana Neuburger, Agustina Pérez, Fermín Rodríguez, y Fátima Rubino) pensamos juntos sobre muchas de las preocupaciones de este libro.
Los últimos años fueron, tanto colectiva como personalmente, años de mujeres. Sin la alegría, el amor y la compañía de mis hijas; sin lo que me enseñaron y me hicieron repensar tanto ellas como mis sobrinas; sin el sostén, la red y la charla prolífica de hermanas, amigas y colegas mujeres, no hubiera podido escribir este libro. A Victoria y a Violeta, las mayores, les agradezco por haberme dado mi lugar de menor, sin el cual estos futuros no existirían; a Jimena Zubia, porque lo menor siempre prolifera y deviene futuro; a Jessi Kalwill, por enseñarme a esperar las sorpresas que trae el tiempo sin reloj; a Ana Rascovsky, porque juntas construimos mundos en los intervalos barrosos entre la estacada y el musgo, y porque es el ejemplo más cercano de que la arquitectura se sale constantemente de la arquitectura. Agradezco la velocidad, la inteligencia y la amistad creciente de la usina de pensamiento Las Galgas. Gracias a Josefina Ludmer, que me enseñó a anclarme en el “aquí” de América Latina para luego –o en el mismo movimiento– poder salir y desbordarlo. Quizás es también a ella a quien le debo una última magia que me mandó, quién sabe desde dónde: Octavio Di Leo. Octavio llegó a mi vida para leerme con un amor, una sabiduría y una liviandad zen. Compartir con él el instante de alegría de la palabra es pura duración bergsoniana sin medida. Es desde ese tiempo fuera del tiempo que pude darle un final a este libro.
Introducción
La suspensión del tiempo moderno
“Filosofar consiste en invertir la dirección
habitual del trabajo del pensamiento”.
Henri Bergson
“El escritor emplea palabras, pero creando una sintaxis que las hace entrar en la sensación, o que hace tartamudear a la lengua corriente, o estremecerse, o gritar, o hasta cantar: es el estilo, el ‘tono’, el lenguaje de las sensaciones, o la lengua extranjera en la lengua, la que reclama un pueblo futuro”.
Gilles Deleuze y Felix Guattari
“[São] sensações não mensuráveis pela física moderna,
que fracassa completamente quando a noção de tempo perde
o seu sentido vulgar de cronômetro”.
Flávio de Carvalho1
Instante ya
Hay una escena hacia el final de La hora de la estrella, la última novela que Clarice Lispector publicó en vida, que ilumina un lazo entre tiempo, palabra y materialidad y que permite una entrada a los problemas que aborda este libro. Macabéa –una mujer nordestina, inmigrante y desnutrida que vive en una pensión de Río de Janeiro– acude a una adivina para conocer su futuro luego de haber vivido su primer desengaño amoroso. Luego de un largo monólogo en el que no parece notar la presencia silenciosa de su clienta, la adivina se dirige a ella y le pregunta: “¿A ti te dan miedo las palabras?” Macabéa responde que sí. Entonces Madame Carlota le tira las cartas y comienza a vaticinar un futuro grandioso, un futuro de película. Le dice que va a venir un hombre alto, rubio, rico y extranjero que se va a enamorar de ella y la va a sacar de la miseria. Es como un cuento de hadas, un destino de Cenicienta que, por supuesto, termina siendo demasiado grande y monumental; demasiado feliz para la vida de una chica pobre. Acaso por la proximidad espacial de Macabéa con la anterior clienta en la sala de espera, la adivina confunde y mezcla el destino de ambas mujeres. Cuando una entraba, la otra salía llorando: las cartas no eran buenas, predecían que iba a morir atropellada por un auto. Macabéa sale de la consulta con un sentimiento desconocido de esperanza y felicidad, pero pocas cuadras después sufre el impacto de un Mercedes Benz en su cuerpo y tras una larga agonía, muere tirada en la calle, mirando el pasto que crece en el desagüe de la cloaca. Sin embargo, en el momento fugaz anterior al accidente, en ese instante de pocas cuadras antes de morir, Macabéa vive –por error– una vida que no es suya. Una satisfacción efímera y por pura anticipación, que no deja de ser real y proviene del efecto de la palabra de la adivina. Macabéa sale de la casa de la adivina convertida en otra persona: “Macabéa ficou um pouco aturdida sem saber se atravessaria a rua pois sua vida já estava mudada. E mudada por palavras –desde Moisés se sabe que a palavra é divina. Até para atravessar a rua ela já era outra pessoa. Uma pessoa grávida de futuro”. (Lispector, 1998, p. 79)2.
La transformación que sufre Macabea es radical. Es un cambio de piel –una metamorfosis– que la hace mirar el mundo entero bajo una nueva luz. Macabea cree en la palabra de la adivina y –a su modo– tiene una sabiduría: sabe que la palabra tiene un efecto real, independientemente de que el futuro que predice se cumpla o no. Tenerle miedo a las palabras implica saber que las palabras pueden arrojarnos hacia el exterior de nosotros mismos y otorgarnos en ese acto un segundo nacimiento, una nueva infancia que nos modifique para siempre y que ya no podamos ver, oír, sentir o incluso vivir de la misma manera. Se produce entonces una cierta magia, un cambio de forma –Macabea era otra– y una continuidad casi física entre