Название | La transición española |
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Автор произведения | Eduardo Valencia Hernán |
Жанр | Социология |
Серия | |
Издательство | Социология |
Год выпуска | 0 |
isbn | 9788418411953 |
Ponencia, Iglesia de Sant Agustí el 7 de noviembre del 2011.
quizás algo fría. Desde entonces no nos hemos vuelto a ver, aunque recientemente hemos hablado por teléfono recordando los tiempos pasados y cómo habíamos tomado rumbos tan dispares el uno del otro.
Pasaron algunos meses hasta que, de nuevo, volví a recordar aquel encuentro en la iglesia de Sant Agustí. Por aquel entonces estaba en el trance de defender mi tesis doctoral en Madrid. Un trabajo denso y complicado que tras un largo recorrido comenzaba a tener sentido, no solo en el papel sino en la realidad. De hecho, pasé de ser puro espectador a protagonista de esta historia. En sí —pensaba yo—, la defensa de mi trabajo de investigación trataba de argumentar una propuesta lógica y creíble, ante todo un tribunal científico-académico presidido por un prestigioso historiador catalán, de lo que fue el origen y desarrollo de la Asamblea de Cataluña. De nuevo, cuatro décadas después, las causas y los hechos que motivaron a muchos catalanes que formaron parte de la Asamblea a reunirse en aquella iglesia siguen siendo válidos. No han olvidado aquel deseo patrio, esperando con anhelo proclamar otra vez desde lo más profundo de su ser el resurgir de la nueva «¡Asamblea de Cataluña!, ¡La Asamblea Nacional de Cataluña! ¡La independencia! ¡La libertad para Cataluña del yugo español!».
El 11 de septiembre del 2012, en el día de la Diada nacional de Cataluña, exactamente diez meses después del acto en que participé, buena parte de la ciudadanía catalana hizo despertar viejas conciencias a aquellos que habían negado la existencia de esta organización cuyo único fin siempre fue, al menos para su cúpula dirigente, la secesión de Cataluña de España, ¡la tan añorada independencia!
La crisis económica generada en España por el desacierto de muchos y la mala intención de otros estaba en pleno apogeo. La etapa zapaterista llegaba a su fin tras dos últimos años penosos para nuestro país. Era el momento adecuado para algunos dirigentes catalanistas de hacer resurgir de nuevo la ilusión en parte de la ciudadanía catalana, el sentimiento patrio para unos, el viatje a Ítaca, y el nerviosismo y la desafección para otros, en medio de una apatía generalizada en la mayoría de la población. Era justo lo que poco tiempo después Carmen Chacón denominó La espiral del Silencio. Una situación promovida tanto por activa como por pasiva desde el Gobierno central y desde la Generalitat, contagiando ese desconcierto a la ciudadanía catalana.
—¡No me lo puedo creer! —reflexioné en solitario—. Siguen la misma táctica que a comienzos de los años setenta. El entorno de la crisis socioeconómica favorece a los intereses desestabilizadores de los conspiradores. Solo necesitan un culpable, un chivo expiatorio. Antes, en los años setenta era el Caudillo; ahora tenemos al presidente del Gobierno, que representa para ellos el máximo exponente de esa España rancia que, según los fanáticos independentistas, nos roba. Sin embargo…—vuelvo a reflexionar— algo falla en esta estrategia. Todavía falta conectar el mensaje identitario y esperanzador que promulgan los secesionistas con la clase trabajadora, aunque, quizás esta vez haya sido más fácil dirigirse a los cientos de miles de parados en Cataluña que buscan un porvenir mejor, aquel trabajo que tenían y que ¡España les ha quitado! Esos seguro que darán la cara por la causa. Finalmente, solo queda por comprometer al sector educativo y universitario. Para ello es necesario relacionar el ¡desagravio!, consumado por el Tribunal Constitucional, al Estatut y más concretamente a la Ley de Normalización Lingüística, promulgada y desarrollada por la Generalitat, con la nueva línea educativa, reaccionaria ante los intereses identitarios del ministro Wert. Creo que con esto el círculo está cerrado.
Manifestación por la independencia 11 de septiembre del 2014.
Pero la cosa no acaba aquí; gracias al sistema democrático que nos hemos dado, tenemos a nuestra disposición una herramienta imposible de utilizar en tiempos de la dictadura, aunque sigue siendo tan efectiva como entonces. Me estoy refiriendo a los medios de información, aunque el debate ahora no está en comparar la libertad de expresión que tenemos con la que carecíamos antes, sino en el uso partidario de estos medios (radio, televisión, etc.), sobre todo los de utilidad pública, para conseguir unos objetivos claros de manipular la voluntad popular.
Poco hemos cambiado en tantos años de libertad. De hecho, se siguen utilizando las mismas estrategias de lo que en sociología se conocen como los principios básicos de la propaganda, instaurados y puestos en práctica por su máximo artífice, Joseph Goebbels, ministro de la Propaganda nazi a comienzos de los años treinta. Esta técnica fue utilizada, al parecer con éxito, por los estrategas secesionistas, y se basa en unos pocos principios, pero de estricto cumplimiento:
Comencemos con el principio de simplificación y del enemigo único cuando el Estado español es el adversario a batir ante la opinión pública.
El efecto de contagio se produce cuando los responsables políticos tanto de la derecha como de la izquierda española se constituyen con sus sensibilidades ideológicas en hostiles a todo lo que afecta a Cataluña. El virus entre parte de la población catalana ya se ha generalizado y ahora es necesario cargar sobre el adversario, el Estado, los propios errores o defectos, incluidos los generados en el pasado por los propios gobiernos en Cataluña. Para ello se busca la ligazón de que todo lo relacionado con la corrupción política en Cataluña proviene sin duda del contagio existente en toda España.
El siguiente punto es todo lo relacionado con la exageración y la desfiguración. Siguiendo con el mismo ejemplo, bastará utilizar cualquier anécdota por pequeña que sea, la cual será convertida en amenaza grave por los medios propagandísticos. La persecución mediática de la familia Pujol relacionada con los casos de corrupción se transforma en una amenaza y persecución grave contra Cataluña.
Y llegamos al principio de la vulgarización. Se basa en que toda propaganda debe ser popular adaptándola al nivel sociocultural de los individuos a los que va dirigida, con la particularidad de que cuanto más sea la masa que convencer, más simple ha de ser el esfuerzo intelectual (el mensaje) a realizar, teniendo en cuenta que la capacidad de percepción de las masas es limitada y que estas tienden a tener una gran facilidad para olvidar. En este contexto los eslóganes como que «España nos roba» o el tan distorsionado «derecho a decidir» encajan a la perfección. Estas frases tan cortas y contundentes dan sentido a lo que conocemos como el principio de orquestación; o sea, si se va repitiendo constantemente un mensaje a la población, o una idea, por más falsa que esta sea, seguro que en un corto espacio de tiempo comenzará a ser creíble por la mayoría. Otro punto ineludible es la capacidad de emitir y renovar constantemente, diariamente, nuevas informaciones y argumentos sobre cualquier tema de actualidad, de tal forma que el público no pueda asimilar una respuesta cierta por parte del adversario que se intenta desprestigiar, que en este caso sería el Gobierno de la Nación en representación del Estado. Para ello, los medios de comunicación escritos o audiovisuales incitan al público a interesarse por otras cuestiones. En el fondo, de lo que se trata es de anular la capacidad del adversario de contrarrestar el nivel creciente de acusaciones. Este es el caso en que también tendrían cabida los principios de verosimilitud por el cual es necesario crear argumentos mediante medias verdades o los llamados «dimes y diretes», y el de silenciamiento por el que ante la falta de argumentos es necesario disimular las noticias favorables al adversario. Finalmente, llegamos a los dos principios concluyentes para la consecución del objetivo final. Los principios de transfusión y de unanimidad son esenciales para crear una mitología nacional basada en un complejo de odios y prejuicios tradicionales, difundiendo argumentos que puedan arraigar en la población, la más fanatizada, las actitudes primitivas que casi todos llevamos dentro. Todavía recuerdo las declaraciones de Jordi Pujol a mediados de los años setenta cuando afirmaba la incompatibilidad entre los catalanes y el resto de los españoles con el argumento de la falta de entendimiento entre la cultura carolingia, representada en el pueblo catalán con la del resto de la Hispania visigótica, más ruda y primitiva; pues, según él, Cataluña era la frontera sur del imperio de los Francos (la Marca Hispánica).