Piñera porno. Alberto Mayol

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Название Piñera porno
Автор произведения Alberto Mayol
Жанр Социология
Серия
Издательство Социология
Год выпуска 0
isbn 9789563249125



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europeos no castellanos, como Ward (inglés) o Blumel (alemán); decía que bastará observar los apellidos para comprender la magnitud de la caída de la oligarquía histórica y la reciente y poderosa burguesía. Estas tres autoridades chilenas han firmado el proceso constituyente, han firmado el fin de la Constitución de Jaime Guzmán Errázuriz (apellido vasco, apellido de Presidentes, de madre de apellido Edwards); han firmado este proceso tres hombres blancos, de familias ricas y poderosas, lo han firmado sin desearlo, como lo declaró el ministro del Interior de Sebastián Piñera cuando comenzaba el gobierno de Piñera y fue a Enade a dar un discurso, Andrés Chadwick. En ese instante declaró que había muchos proyectos que el nuevo gobierno deseaba que avanzaran, pero que había un proyecto que no querían que tuviera avance alguno: el proyecto de nueva Constitución Política. Lo hizo con histrionismo, sacándose los lentes, demostrando poder. Por entonces era ministro del Interior, también era (y siempre ha sido) primo hermano del Presidente de la República (y también con sus “buenos apellidos”). Finalmente Chadwick no solo saldría del gobierno luego del estallido social, sino que además sería votada a favor una acusación constitucional en su contra, que lo ha sancionado a no poder ejercer cargos públicos por cinco años. ¿La razón? No haber usado la Constitución y las leyes para evitar las violaciones sistemáticas a los Derechos Humanos que se produjeron durante los días siguientes al estallido social (del 18 de octubre de 2019).

      Resulta ser que, hoy por hoy, la Convención Constituyente es presidida por Elisa Loncón Antileo, no solo con dos apellidos que no participan de la elite, sino con dos apellidos mapuches.

      Este sencillo ejemplo muestra que vivimos una época de estrepitosa decadencia de la elite de la transición y de la elite tradicional de la historia oligárquica de Chile. Cae un orden de dos siglos y un suborden de cuarenta años. Vivimos el final del proceso de la posdictadura, de la transición, del neoliberalismo; usted lo llama como quiera. Lo cierto es que se cae. Y con ello se desplazan las placas tectónicas más profundas. Es obvio que no todo cambiará, nunca acontece. Pero indudablemente lo que estamos viviendo es un cataclismo político.

      No todos los órdenes se caen igual. La Edad Media se cayó en la forma de Barroco o de Gótico flamígero en las catedrales, con hermoso canto gregoriano y herejes correteando en los pueblos para promover sus doctrinas o para huir de las persecuciones (en estos últimos casos el correteo era más dramático, pero igualmente teatral). La Unión Soviética se destruyó desde que Gorbachov enunció la doctrina Sinatra1. Había bastado que personas de otro país (Alemania Oriental o RDA) rompieran con sus manos, sin un arma, un muro divisorio. Nadie disparó un revólver ni blandió al aire un cuchillo, no hubo enfrentamientos, solo fue alegría arriba de un muro decadente y silencio de la parte derrotada. El jerarca de la RDA terminó viviendo en Chile (y la derecha no lo molestó en absoluto, era la decencia del acuerdo entre dos exdictaduras). Luego de ello, un imperio se derrumbó en cosa de días. No es normal que el segundo espacio orgánico de influencia global cayera en pedazos sin choque de trenes, sin librar una batalla decisiva, sin muertos. Fue sorprendente. Las épocas se caen, cada una a su manera. Eso podríamos decir, con Sinatra. Pero no siempre es tan cierto. Siempre, en todas las épocas, en todos los procesos, el derrumbe de una época puede mostrarnos la morfología de su caída, la apabullante sinfonía de su destrucción. ¿Cómo es la sinfonía del orden que ha caído en Chile? ¿Cuál es el tono, el color, el sabor de esta muerte?

      Diremos que esta muerte violenta se da en modo obsceno. He aquí el punto que se desea marcar en este opúsculo. Y que el símbolo de esta época es el Presidente de la República, el señor Sebastián Piñera Echenique, único representante de la derecha que ha llegado en la historia a gobernar gracias a votaciones superiores al 50% y que, por lo demás, ha gobernado dos veces. Sus récords, su éxito, son evidentes. Tres mil millones de dólares acumulados en una generación, dos veces Presidente de Chile; son razones tan simples como suficientes para denominarlo un ‘hombre exitoso’. Esos extraordinarios logros contrastan, sin embargo, con la devastación de su sector político y del ambiente empresarial al terminar su gobierno, comparable hoy ese espacio político a una estepa rusa. Sebastián Piñera entrega una derecha que aún arde en el tormento del estallido social, del plebiscito constituyente y de haber perdido oficialmente su tercio histórico en la elección de constituyentes. La última esperanza del sector es el temor a la izquierda y la posible captura de los decadentes, en la esperanza de quitar votos al centro político en la medida en que se pueda radicalizar la izquierda. Por cierto, eso sin contar la siempre fundamentada esperanza de que la izquierda cometa consecutivos errores y dilapide la fortuna que los dioses le han procurado en estos últimos años. En política, la fe en la estupidez del rival suele mover montañas. Y en el caso de la derecha chilena, su fe en esta variable es, con justa razón, poderosa.

      El escenario de restauración siempre es posible. La historia de los grupos, de los colectivos, es siempre relativamente estable en sus procesos. Aquellas fuerzas nuevas que se hacen cargo de un momento histórico y de un lugar, normalmente, deben vencer durísimas pruebas para estabilizar su poder. La derecha ha perdido su poder, pero no lo ha ganado nadie aún. Hay candidaturas serias y menos serias para ello, pero no ha acontecido que alguien tome en sus manos el proceso con eficacia. Y menos que lo haya estabilizado. El estallido fractura, rompe, cercena, devasta. La Convención Constituyente es el primer espacio de construcción del futuro, el primer tejido, el primer esfuerzo de volver a unir las partes rotas. Pero todavía la era no ha parido un corazón, aunque igual se muera de dolor.

      ¿Cómo se cae la época que hemos habitado? ¿Cómo cae la época del sumo sacerdote Aylwin; la época que se consolidó con el nombre del padre y nada más (Frei); la época que vio llegar al héroe absolutista Lagos que dijo “la democracia soy yo, el verdadero padre soy yo”? ¿Cómo se cae el símbolo cristológico de Bachelet, hecha de dolor y perdón; y cómo se cae el arquetipo de la fortuna y el éxito de Piñera? ¿Cómo se cae la época cuyo símbolo político es la estabilidad y cuyo valor es el crecimiento? Estabilidad para el crecimiento, fue ese el alma de la época. La Concertación tuvo los cargos; la derecha, el poder. Los empresarios se quedaron con la aburrida y modesta tasa de ganancia. Y al final la Concertación perdió los cargos y la derecha perdió el poder. Los empresarios lloran y se refugian en un fascista. No pudieron inventar un innovador, se quedaron con el fantasma de un dictador, una réplica entre el pinochetismo y el nacionalsocialismo. La derecha prometió la modernización y hoy ofrece ser retaguardia.

      Cabía esperar tantas rutas, tantos caminos, tantas posibilidades. Cabía esperar sutilezas, una que otra clarividencia, una metáfora suficiente, un guiño literario que nos pasmase a todos. Pero no ha sido la forma, no ha sido el modo de la caída. Al final, hemos vivido una puesta en escena hecha de obscenidad, de pornografía. Sebastián Piñera prometió que Chile, gracias a él, no se convertiría en Venezuela. De pronto arreció la violencia y la inestabilidad; y el fantasma de Venezuela parecía ofrendar una ironía al palacio de gobierno. Después vino un proceso constituyente con convencionales electos: ya se parecía más a Venezuela. Finalmente, el Presidente de la República aparece en cientos de periódicos por todo el mundo debido a la desclasificación de información internacional que lo compromete en negocios en paraísos fiscales y posibles negociaciones incompatibles. Un párrafo del contrato es pornográfico: el comprador, un amigo de Piñera, el hombre que estuvo preso por el caso Penta, condiciona el pago de la última cuota a decisiones del gobierno. Y se firma. La familia del Presidente, y el mejor amigo del Presidente, firman el contrato que establece que parte del cumplimiento de dicho acuerdo dependerá de las acciones que ejecute (o no) el gobierno. ¿Venezuela? Sí, una forma de venezolanización llena de abogados.

      Chile protesta, exige, insulta. Y los defensores del pornógrafo principal han alzado los brazos al cielo para decir: “No es la forma”. Toda la síntesis histórica de la oligarquía y la burguesía ha terminado en un grito tibio bajo la doctrina sin precedentes del “no-es-la-formismo”. El símbolo de esta época, hemos dicho, es Sebastián Piñera Echenique. Es irónico, incluso cómico, que sea directamente el gobierno el que insiste día por día en la ya mencionada doctrina, cuya sentencia fundamental es que puede haber fundamento en el malestar, que puede haber una necesaria crítica a los problemas de la sociedad chilena del reciente pasado, pero que “no es la forma” la radicalización, la denuncia intensa o la protesta con desórdenes públicos y atentados