Название | Con A mayúscula |
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Автор произведения | Aleixandra Keller |
Жанр | Языкознание |
Серия | |
Издательство | Языкознание |
Год выпуска | 0 |
isbn | 9788418912153 |
—¡¡¡Menuda casa!!!
Tenía dos pisos y lo que parecía un sótano, unas escaleras para poder acceder a la vivienda y un porche estupendo para las tardes primaverales. Toda la casa estaba rodeada de jardines perfectamente cuidados, con variedad de flores y plantas. El vigilante me alcanzó las llaves y me dio la bienvenida.
—Si necesita cualquier cosa, no dude en avisarme. Le resolveré cualquier duda que tenga.
Al momento se despidió el chófer, recordándome que me recogería a las 17:30. Dejó las maletas en la puerta de entrada y se fue.
Abrí la puerta de mi nueva casa. Estaba entusiasmada. «No me esperaba esto», pensé. Crucé pisando la alfombrilla de la puerta, y parada en el recibidor, miré a todos lados. ¡Qué preciosidad de casa!
Era amplia, con muchos espacios abiertos. A la derecha estaba la cocina con barra americana y con todos los electrodomésticos que se puedan tener en una cocina; a la izquierda estaba el salón, decorado con un estilo minimalista, de color blanco roto y con una iluminación muy tenue; todo él estaba rodeado de ventanales gigantes recubiertos con paneles japoneses color beige, que dejaban entrever algo del jardín. Me apresuré a recogerlos para poder verlo todo con mayor detalle. Había cuadros de Monet y de Renoir. Bueno, réplicas, imagino; un par de lámparas de pie, iluminando los rincones más alejados de la luz; una gran pantalla de televisión y a los pies del sofá una alfombra estupenda de pelo largo con tonos marrones y blancos. Daba la sensación de estar decorado por una mujer.
Me descalcé. El parqué crujía suave y mis pies agradecían esa sensación a cada paso. Al fondo había unas escaleras que subían al piso superior. La barandilla de aluminio blanco me llevó hasta la primera planta, donde encontré tres habitaciones a las que no les faltaba detalle alguno. Una de ellas, la que había elegido para utilizar, era el sueño de cualquier soltera: un olor a vainilla despertó mis sentidos, cama de dos metros cubierta con un edredón de color miel y una mesita blanca a ambos lados de la cama con una lámpara monísima; armarios empotrados, alfombras de Angora, baño con hidromasaje… No le faltaba un detalle.
Rápidamente me quité la ropa, encendí el agua caliente, y el baño se convirtió en cinco minutos en una calle de Londres con esa neblina tardía. Había toallas blancas perfumadas, un albornoz y un ramillete de tulipanes blancos. Me acerqué a olerlos y descubrí una nota escondida entre los tallos. La cogí suavemente:
«Espero que te guste tu nuevo hogar. Deseo que lo disfrutes durante mucho tiempo».
Estaba gratamente sorprendida, ya que hacía bastante tiempo que nadie me regalaba flores. Era todo un detalle por parte de la empresa. Me preguntaba si estaba firmado por alguien en concreto, pues no había nombre alguno ni anotación al pie. Bueno, flores eran.
El momento mágico: mi ducha. Qué paz y tranquilidad. Después del día que llevaba la agradecí como nunca en ese momento. Estaba aclarándome el pelo cuando, de repente, oí un portazo. Me apresuré a ponerme el albornoz y salí despacio del baño.
—¿Hola? ¿Hay alguien ahí? ¿Hola?
Nada. Ni un solo ruido.
Me calcé y salí de la habitación. Estaba empapada. Sentía un poco de miedo. Despacio me asomé a las escaleras, miré hacia abajo en ambos lados y entonces vi una sombra moverse rápido:
—¡¡¡Alto, alto ahí!!!
Bajé corriendo las escaleras y pude ver la silueta de una persona escapando por la puerta. Cuando llegué allí, solo pude ver como se iba corriendo, y no distinguí si era hombre o mujer. «Pues vaya recibimiento».
Entré en casa temblando. Con el susto y el frío no podía ni sujetar el teléfono. En la nevera estaba el número del conserje de la urbanización —muy buena idea la de dejarlo todo ahí pegado con imanes—. Marqué como pude. Se llamaba Julián y parecía ocupado, pues no dejaba de darme el tono de llamada. Finalmente se cortó, pero volví a marcar. Esta vez se apresuró a descolgar.
—¿Dígame? —preguntó con voz agitada.
—Julián, soy Adriana. Acabo de ver como alguien salía de mi casa. Estaba dentro y escuché un portazo. Se ha marchado corriendo. Estoy asustada.
—¿Cómo? Eso es imposible, señora. Todas las casas están vigiladas, tenemos un sistema de videocámaras de última generación y yo no me he movido de aquí. ¿Está segura de lo que me está diciendo?
—Julián, estaba duchándome y escuché un ruido. Ya le he contado lo que pasó.
—No se preocupe. Ahora mismo le mando a los vigilantes. Mientras, yo voy a revisar las cámaras.
—Gracias, Julián.
Dejé el teléfono en su sitio y me apresuré a subir para ponerme algo de ropa. Enrollé mi largo pelo en una toalla y… ¡maldita sea! Mis maletas estaban en el recibidor; de verdad, cuando necesitas que todo salga bien, algo en el universo hace que se tuerza. Así que vuelta para abajo. Cogí una de ellas, la abrí y saqué unos vaqueros y una camiseta. Corriendo, entré al baño de abajo y comencé a vestirme, claro, sin ropa interior. Me miré al espejo, me arreglé un poco la toalla de la cabeza y vi más flores, exactamente tulipanes blancos en un jarrón cilíndrico encima del lavabo. Me espanté un poco, no sabía qué hacer. Después del susto que me había llevado era algo normal, ¿no? Seguía mirando el jarrón. Me asustaba hasta buscar alguna nota, pero tenía que hacerlo. Miré en su interior y allí estaba. Cogí la tarjeta un poco desconcertada:
«No tengas miedo, estaba deseando volver a verte».
Palidecí casi inmediatamente y tuve la sensación de que me iba a desvanecer. Entonces, alguien llamó a la puerta.
—Señora, somos de seguridad.
Salí del baño despavorida, y con cara de loca fui a abrir la puerta. Cuando los dos hombres me vieron la cara, intentaron tranquilizarme y comencé a llorar. Desconsolada por todo lo que estaba sucediendo, comencé a contarles todos los detalles y el último descubrimiento de las flores. Me tranquilizaron diciéndome que no se moverían de allí hasta que no se aclarara todo lo que había pasado. Sonó el teléfono. Esta vez lo cogí más tranquila. Era Julián. Había revisado la grabación y, efectivamente, vio como alguien salió de la casa corriendo y se dirigió hacia la parte de atrás, donde no había cámaras.
Para colmo de los colmos, ya eran casi las 16:30 horas. Eso quería decir que en breve pasaría a recogerme el chófer para llevarme a la compañía.
Julián me dijo que diera parte a la policía y que si notaba o sucedía algo extraño, no dudara en avisarle. Los vigilantes me aseguraron que mi casa iba a ser preferente en la vigilancia, día y noche, con lo que me aseguraba que ningún loco o loca volviera a ponerme el corazón en un puño. Me tranquilicé un poco más al despedirme de todos y agradecerles lo que estaban haciendo por mí. Cuando se marcharon, cogí el teléfono con intención de llamar a la policía para denunciar lo sucedido, pero lo cierto era que apenas tenía una hora para arreglarme, así que decidí posponerlo para el día siguiente.
Subí con las maletas a mi habitación, las dejé sobre la cama y saqué de ellas la ropa que había elegido para la ocasión: traje de chaqueta color crema con cuello Mao, muy elegante y sobrio a la vez que juvenil. La chaqueta se abrochaba con cremallera, lo que le otorgaba cierto desparpajo. Elegí unos zapatos de tacón color marrón, que iban a juego con mi bolso. Esta vez decidí soltar mi larga cabellera castaña al viento. Eso me daba seguridad.
Llegó la hora. Moisés —así se llamaba el chófer— llegó puntual. Al verme salir, bajó del coche y me abrió la puerta mientras me dedicaba un cumplido:
—Está usted bellísima.
—Gracias,