Con A mayúscula. Aleixandra Keller

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Название Con A mayúscula
Автор произведения Aleixandra Keller
Жанр Языкознание
Серия
Издательство Языкознание
Год выпуска 0
isbn 9788418912153



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trabajo que me gustaba y me brindaba también la oportunidad de disponer de mucho tiempo libre para viajar. Cuando le dije a Raúl que me marchaba, vi reflejada en su rostro cierta tristeza. Obviamente estaba un poco frustrado con la situación, pero creo que entendió perfectamente que era el final de nuestra historia. Si os digo que hasta me pareció que se quedó con las ganas de decirme que se venía conmigo y que lo dejaba todo, cosa que yo no hubiera consentido de ninguna de las maneras, pues en mi caso también necesitaba cierta libertad.

      Aquella noche la pasamos juntos. Era nuestra última cita, al menos en Manhattan. Creo que de ese año aquella fue la noche más especial. Raúl se entregó al máximo intentando dejar un recuerdo insuperable por cualquier otro, y lo consiguió, pero a pesar de todos sus esfuerzos para intentar convencerme de que no me marchara, mi cabeza y mi cuerpo estaban en total sintonía y ya había tomado la decisión. Había comenzado una nueva etapa en mi vida y me marchaba a España.

      Os decía antes que hablaba español perfectamente y es que mi madre nació allí, en un pueblo de Valencia llamado Turís. Mis padres se conocieron en un concierto que U2 celebró en Barcelona. Ambos se desplazaron hasta allí: mi padre desde Londres, de donde era nativo, y mi madre desde su pueblo natal. Después de pasar unos días juntos entendieron que no querían volver a sus vidas anteriores y mi padre le propuso a mi madre que se fuera con él a Londres, donde, además de tener su vida resuelta gracias a sus padres, ya tenía un trabajo fijo y estable, lo que les ayudaría mucho para poder comenzar una nueva vida como pareja. Así que la loca de mi madre hizo las maletas y a Londres se fue. Mis abuelos se quedaron un poco desconsolados, pero sus otros ocho hijos les ayudaron a superarlo.

      Cuando mi madre llegó a Londres, los padres de Anthony —así se llama mi padre— la recibieron con los brazos abiertos y la acogieron como una hija más. Basta decir que mi padre era hijo único y que, tras muchos años de trabajo y esfuerzo, sus padres habían conseguido una manera de vida acomodada y poseer un pequeño imperio. Así que el niño de papá se casó con mamá y a los nueve meses nací yo, llena de vida y alegría, o al menos eso me contaron ellos.

      Todo lo demás fue muy bonito. Estudié empresariales en Oxford y cuando terminé decidí independizarme, siempre custodiada por los ojos de mis padres. La verdad es que he tenido una vida, aunque corta, muy feliz y la continúo disfrutando. Nunca he tenido problemas con el trabajo. Lo que no sé muy bien es si ha sido por mi buen aspecto o por tener los padres que tengo. Imagino que habrá sido un poco de todo.

      Y hay que ver la historia que os he contado para explicaros de dónde viene mi español. Os pido que no os vayáis a comeros una rosquilla. Ya continúo.

      Había comenzado una nueva etapa en mi vida y me marchaba a España. Mi destino, Valencia. Era 15 de noviembre y mi vuelo salía a las 7:45 horas. Os aseguro que aquella mañana fue de locos. Casi como alma que lleva el diablo, me apresuré a coger todas mis pertenencias y salí escopeteada hacia el aeropuerto, menos mal que no había tráfico. El día estaba nublado y olía a mar. Me encantaba ese olor, me traía recuerdos de la infancia. Cuando visitábamos a mis abuelos en verano, siempre íbamos a la playa en Valencia. Jugaba todo el día con mis primos, imaginaos.

      Cuando aquel taxi paró, pensé que ya no había vuelta atrás, pero un gran entusiasmo invadía mi mente. Volvía al lugar donde tantas veces había sido feliz y tenía un nuevo reto. Viajaba en business y tenía algunas horas por delante para preparar mi presentación y sorprender a mis nuevos colegas con innovadoras ideas y tendencias que esperaba aceptaran de buen grado. Me entusiasmaba conocer a quienes iban a ser mis compañeros en esta nueva etapa.

      Al abrir el ordenador y entrar en el correo recibí un e-mail de mi empresa. Por lo visto, se habían tomado la molestia de alquilarme un apartamento en una urbanización muy cerca de la capital llamada La Reda. También me informaban de que en el aeropuerto de la ciudad habría un chófer esperando para llevarme a mi nueva casa y que más tarde volvería para dirigirnos a las oficinas de la compañía, con el fin de darme la bienvenida. Les contesté dándoles las gracias por todo lo que me estaban facilitando el traslado y me despedí atentamente. ¡Con tantas cosas que tenía que hacer nada más llegar! Eso suponía que debía llegar a casa; recoger las llaves, que las tenía el conserje de la urbanización; sacar la ropa que me iba a poner para mi recepción y ducharme corriendo; lo de las maletas y todo lo demás tendría que esperar. Casi lo agradecía, pues llegar a un sitio nueva sin saber dónde ir y sin tener a nadie a quien llamar era bastante triste. Aunque me animaba mucho lo novedoso de la situación, una parte de mi sentía nostalgia por todo lo dejado atrás, pero ni siquiera tenía tiempo para pararme a pensar esas cosas. Tenía que preparar bien mi discurso y practicar un poco antes de mi presentación.

       «Estimados colegas:

      Espero que mi presencia aquí esta tarde sea del agrado de todos. Vengo llena de ilusión por aprender y compartir todos mis conocimientos con vosotros. Espero ser de utilidad, y con el esfuerzo y el trabajo del día a día poder superar todas las barreras y obstáculos que aparezcan, para así crear y darles una nueva forma a los proyectos de Bradley Company (así se llamaba mi empresa)».

      Ocho horas interminables de vuelo y un guion que, para ser sinceros, me había quedado bastante curioso, teniendo en cuenta que mi cabeza no estaba demasiado fría.

      No dejaba de pensar en cómo estaría pasando el día Raúl. Haber compartido ese año con él, ahora que ya no estaba, había supuesto todo un reto para mí, pues, para ser sincera, siempre he sido una mujer bastante liberal y sin ningún ánimo de ataduras a mi alrededor. A mis treinta y nueve años no había conocido relación alguna que superara los seis meses, y es que mi compromiso laboral y mis ganas de ascender en todo lo profesional no me dejaban tiempo para mis relaciones personales; sin embargo, con Raúl, al estar casado y no disponer de ese tiempo de noviazgo, todo había sido mucho más fácil, hasta que me di cuenta de que empezaba a tener sentimientos hacia él. De haber sido de otra manera, no creo que aquellas cosas que me pasaban me las hubiera planteado igual.

      Creo que llegué a necesitar más compromiso por su parte, y como no me lo podía dar, pues me fastidió. Seguro que si hubiera estado soltero y sin novia, las cosas habrían resultado de otra manera. Pero ahora ya no era momento de recapacitar sobre eso. Aquello ya era agua pasada y quedaban exactamente cinco minutos para aterrizar.

      La azafata nos avisó de que apagáramos los dispositivos móviles. El avión se movía mucho, estábamos a punto de tomar tierra; el tren de aterrizaje empezó a sonar como un rugido espantoso debajo de nuestros pies. Al oírlo, estos se subieron en un acto reflejo. Me entró un poco de risa. ¡Vaya, no me había parado a mirar cuánta gente viajaba en el avión!

      Las puertas se abrieron. El comandante y los asistentes se pusieron en la puerta para despedirnos. Al bajar el primer escalón, respiré hondo. ¡Mmm, ese olor a mar! Me apresuré a recoger las maletas. El vuelo se había retrasado unos quince minutos y los tacones no me permitían darme más prisa. De no ser tan coqueta, me habría puesto una vestimenta más cómoda. Ni traje de chaqueta, ni tacones, la próxima vez viajo en chándal, de Channel, claro.

      Al salir con el equipaje, me di cuenta de que había un hombre vestido de uniforme con gorra incorporada esperando al otro lado de la puerta. Llevaba un cartel que ponía mi nombre: Adriana Aleixandre. Entonces, levanté la mano y al momento vino a ayudarme, dándome las buenas tardes y preguntándome qué tal había ido el vuelo. Agradecí ese pequeño momento en español. Era bastante agradable. Me abrió la puerta del coche. Mientras él cargaba el equipaje, volví a respirar hondo. El coche estaba impecable, recién lavado y con un aroma exquisito. Parecía lavanda.

      —¿Está cómoda? —me preguntó.

      —Sí, muchas gracias. Todo está perfecto.

      Le pregunté si estábamos muy lejos de la urbanización. Me dijo que no, que a tan solo diez minutos. Eso me encantó, pues significaba que tendría algo más de tiempo para relajarme. Durante el trayecto me explicó que la central de la empresa estaba en Valencia capital y que le habían dado orden de recogerme a las 17:30 horas, lo que significaba que si eran las 14:30, disponía de unas dos horas para organizar algunas cosas y arreglarme.

      Al