Con A mayúscula. Aleixandra Keller

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Название Con A mayúscula
Автор произведения Aleixandra Keller
Жанр Языкознание
Серия
Издательство Языкознание
Год выпуска 0
isbn 9788418912153



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      CON A MAYÚSCULA © Aleixandra Keller Diseño de portada: Dpto. de Diseño Gráfico Exlibric

      Iª edición

      © ExLibric, 2021.

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      ISBN: 978-84-18912-15-3

      ALEIXANDRA KELLER

      CON A MAYÚSCULA

      Prólogo

      Querido lector:

      Tienes en tus manos un libro que te va a sorprender gratamente; un desnudo integral que la autora se atreve a desvelar con elegancia; una de esas historias de amor que tanto añoramos y que muy pocas veces se hacen realidad; un relato colmado de encuentros inesperados, gestos y frases bonitas. Todo ello aderezado con una pincelada de erotismo y dos tazas de misterio.

      Lo que empieza como una historia de amor te lleva sin darte cuenta a un contexto surrealista lleno de incertidumbres. La novela avanza de forma trepidante, y de repente todo encaja. Atrévete a sumergirte en esta intensa y apasionante historia.

      Estela Melero Bermejo

       «A veces pensamos en nuestra inmensa soledad; a veces, y solo a veces, conocemos la verdad. Nunca te sentirás sola».

       Nunca me sentí sola gracias a mi maravillosa familia, que me acompaña en todos los momentos de mi vida.

       Gracias.

      1. Mi alma perdida

      Con cada gota de sudor que resbalaba por su frente mi pecho se alteraba mucho más. Estremecida aún y acurrucada entre sus brazos, no dejaba de pensar en el difícil momento de separarme de ese trozo de existencia que para mí significaba Raúl. Cada día que pasaba necesitaba más de ese algo imposible, pues su mujer absorbía gran parte de su tiempo, lo cual le dejaba muy poco para mí.

      Se hacía tarde, y aunque su respiración sobre mi pecho era algo que me satisfacía, tumbados en la cama solo pude acariciarle el rostro y despertarlo. Ligero, se apresuró a mimarme con su delicado lenguaje.

      —Buenos días, princesa. He soñado que me despertaba a tu lado un día más, lamentablemente me tengo que marchar.

      Las sábanas se enredaban por nuestro cuerpo mientras él buscaba un rincón para juguetear con mis tobillos, cosa que le encantaba. De repente, un ruido extraño sonó en mi cabeza. ¿Cómo explicarlo? Imaginaos el chirrido que hace un disco de vinilo cuando la aguja corre muy deprisa sobre él. Pues eso, amplificado dos millones de veces, es lo que se escuchó en mi cabeza. ¿Que se va? ¿Cómo que se va? No, no, de eso ni hablar.

      Ya estaba harta de tanto juguetito roto, tantas veces el famoso «no te preocupes». Estaba harta de ser siempre «la comprensiva», la que escuchaba todo lo que él tenía que contar, tragando saliva cada vez que me hablaba de su mujer. «Que si mira esto que me dice, que si no tenemos relaciones hace más de un año, que si no me espera a cenar, que si su mal humor…».

      En fin, eso tenía que terminar, porque de no ser así, vería como se desmoronaban todos los principios y normas existentes en mi vida, aquellos que tanto me había costado asimilar.

      Despacito y con buena cara, me levanté y busqué algo que ponerme encima. No quería que me viera la cara de «¿qué te pasa?» Sí, no os extrañéis. ¿O a vosotras no se os pone esa cara? Es la cara que por excelencia ponemos las mujeres cuando nos dicen o pensamos algo que no nos gusta. ¿Y sabéis por qué pasa eso? Porque ellos tienen el cromosoma femenino y su intuición está algo desarrollada y se ve que la cara nos la pillan siempre.

      Pues como os iba diciendo, me levanté, agarré los pantalones y fui hacia el cuarto de baño que tenía mi bonita casa alquilada en las afueras de Manhattan.

      No podía dejar de darle vueltas al asunto. Parecía mentira que con sus cuarenta y dos años todavía anduviera con tonterías de ese tipo. Mi cabeza se calentaba a la velocidad de la luz y tenía que poner un remedio a ese asunto, pues en breve entraría en el baño con su buen rollo y ¡zas!, otra vez la cara. Me apresuré a meterme en la ducha. Así, me aseguraba al menos no tener que verle y explicarle toda la situación.

      El agua estaba deliciosa. La sensación del agua resbalando por mi cuerpo era algo que me encantaba. Entonces, escuché la puerta:

      —¿Adriana? Te has metido en el baño como si te pasara algo, ¿estás bien?

      ¿Lo veis? Y eso que no le había mirado a la cara.

      —Sí, Raúl, es que tenía un poco de frío y quería ducharme. Esto ya me tocaba las narices. ¿Por qué no era capaz de decirle todo lo que pensaba de nuestra relación? ¿Por qué no asumir que eso era el fin? Pues muy sencillo: porque si se trataba de otro calentón de los míos, creo que no podría haber marcha atrás, y claro, perder esa oportunidad de poder volver a disfrutar del sexo con Raúl me parecía algo desorbitado. ¿Egoísmo? Sí, podríamos llamarlo así. Moreno de piel, con unos ojos verdes que me deshacían, 194 cm de estatura, cuerpo atlético… Como para no ser egoísta, qué queréis que os diga. Cualquier otra mujer en mi situación hubiese hecho lo mismo que yo. Seguro. Y si no, poneos en mi piel.

      Raúl se marchó, y todas aquellas dudas existenciales se esfumaron por un momento, aunque sabía que era el principio del fin de aquella historia. La mañana estaba fría. Estábamos en noviembre y era un horror vivir con ese clima, más teniendo en cuenta que mi anterior destino había sido Miami.

      Cuando llegué a Manhattan, hice varias amistades, pero mi vida pasaba muy deprisa, casi sin tiempo para disfrutarla. Suerte que conocí a Raúl. Él me ayudó a aclimatarme —nunca mejor dicho— y en su defensa tengo que decir que me contó toda la verdad desde el principio. Así que, una vez más, la tonta fui yo.

      Lo conocí una noche cuando salía del trabajo. En la esquina donde está ubicada la empresa esperaba un taxi que me llevara a casa y entonces apareció él, buscando transporte, igual que yo. Me preguntó hacia dónde iba. Era en la misma dirección, y como la noche estaba fría, le dije que, si no le importaba, podíamos compartir coche.

      Iniciamos una larga conversación. Él me dijo que pertenecía a un cuerpo especial de investigación y yo le conté que acababa de terminar de trabajar y algunas cosillas más. Lo siguiente ya os lo podéis imaginar. De todo lo demás, deciros que las noches eran eternas y los días muy estresantes. De la comida, mejor ni hablamos; de hecho, cuando mi empresa me ofreció un cambio de residencia a España, ni me lo pensé, y como hablaba perfectamente español me vino de cine.

      Trabajaba en una empresa de telecomunicaciones dedicada al sector industrial. Mi labor era la de formadora de formadores, es decir, que formaba a unas