Название | La cultura como trinchera |
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Автор произведения | Maria Albert Rodrigo |
Жанр | Социология |
Серия | |
Издательство | Социология |
Год выпуска | 0 |
isbn | 9788437096186 |
El 9 de octubre de 1977 una multitudinaria manifestación ciudadana de más de medio millón de personas salió a las calles de Valencia pidiendo la autonomía, lo que generó una durísima reacción de la derecha valenciana y española contra la emergente alianza progresista del nuevo nacionalismo fusteriano y las fuerzas democráticas emergentes, lo que se tradujo en una espiral de violencia tanto verbal como física, conocida como la Batalla de Valencia. No obstante, el conflicto desatado hundía sus raíces en el pasado y en la existencia del anticatalanismo, aunque adquiría pleno sentido a la luz de los deseos de la derecha postfranquista de cortocircuitar o dificultar el avance de las fuerzas progresistas y valencianistas, que agrupaban partidos de centro, izquierda, valencianistas, así como sindicatos de clase y sectores intelectuales y culturales de procedencia antifranquista.14 De hecho, este anticatalanismo que bien se puede denominar como catalanofobia o xenofobia catalana no era más que una afirmación del proyecto nacionalista español surgido en la Restauración, defendido por los principales grupos activos en la política valenciana, si bien entonces no se negaba la unidad lingüística valenciano-catalana. Algo bien diferente del nuevo anticatalanismo surgido en los años setenta del siglo XX, que negaba la unidad de la lengua, planteaba una relectura radical de la historia y desviaba el proceso de sustitución lingüística por el castellano a una supuesta eliminación del valenciano por el catalán (Bodoque, 2013).
En realidad, el conflicto identitario valenciano ocultaba un conflicto ideológico y político entre derecha e izquierda, que se plasmaba en su forma distinta de abordar el hecho cultural, de manera que convertir la identidad regional valenciana en sinónimo de anticatalanismo fue el gran éxito de la derecha. Entre 1983 y 1995, los socialistas en el poder autonómico, más interesados en desplegar un programa de modernización, no fueron capaces de modificar los fundamentos del modelo identitario regional heredado, y el tibio valencianismo cultural por ellos desplegado fue del todo insuficiente en este sentido (Archilés, 2013). Posteriormente, y como veremos más adelante con más detalle, el Partido Popular valenciano fue capaz de reinventar el relato del regionalismo (fagocitado a Unió Valenciana, el partido anticatalanista por excelencia), un regionalismo tradicionalista que hace del anticatalanismo un recurso recurrente. Al mismo tiempo, adoptó la defensa de un programa de «modernidad» fundamentado en grandes eventos y proyectos al servicio de una cosmovisión neoliberal asociada a episodios de despilfarro y corrupción (Archilés, 2013).
A partir de finales de los años setenta y comienzos de los ochenta, que vieron desarrollarse los momentos más duros del conflicto identitario valenciano, se pueden constatar, como ha mostrado Vallés (2000), cinco grandes posturas identitarias entre los ciudadanos del País Valenciano. En primer lugar el fusterianismo clásico (por el legado que supuso la obra de Joan Fuster), que define el País Valenciano como una parte de la nación catalana, integrado en el proyecto político de los Países Catalanes. En segundo lugar el modelo estatutario estricto, que define el País Valenciano/Comunidad Valenciana como una comunidad autónoma española, caracterizada por una historia institucional diferenciada, con lengua propia pero no secesionista respecto al catalán. En tercer lugar el blaverismo anticatalanista, que defiende el Reino de Valencia/Comunidad Valenciana como un proyecto regional/nacional propio, con una lengua diferente de la catalana.15 En cuarto lugar está el españolismo uniformista, para el cual la Región Valenciana o Levante español son regiones de una España valorada desde la centralidad de la cultura castellana, con manifestaciones valencianas entendidas como dialectales respecto al castellano y consideradas secundarias. En quinto lugar está la «tercera vía», que recientemente también se ha denominado «valencianismo dialógico» (Monzón, 2008), surgido a mediados de los años ochenta, y que defiende un País Valenciano entendido como un proyecto nacional propio, pero con una adscripción cultural y lingüística básicamente catalana, a la vez que propugna la superación del conflicto identitario mediante el diálogo y el acercamiento de posturas. Todos estos modelos, a excepción del españolista uniformizador, se corresponden con el nacionalismo reivindicativo propio de las naciones sin Estado, si bien depende del nivel de consciencia nacional para que uno u otro prevalezca. En todo caso va a acabar predominando el modelo estatutario, respaldado por las afinidades identitarias reiteradamente manifestadas por los valencianos.
Como resultado del proceso ligado al conflicto identitario en el marco autonómico se va a poder constatar que se trata de un conflicto regional sobre las identidades, más que un conflicto entre identidades, como ocurriría en Cataluña; un conflicto entre un regionalismo hegemónico enaltecedor de la nación española y un nacionalismo valenciano alternativo pero minoritario y crecientemente estigmatizado por las oligarquías dominantes valencianas. De tal modo que nos encontramos con una situación en que el discurso nacionalista valenciano alternativo o «herético», frente al dominante español, es prácticamente excluido del campo de relaciones y su capital simbólico resulta relativamente irrelevante en la esfera política y social (Castelló, 2013), si bien, como veremos, ha sido capaz de construir toda una red de asociaciones y propuestas con cierta influencia cultural en el País Valenciano.
En los años que van desde principios de los años ochenta hasta la actualidad, las reiteradas encuestas realizadas para determinar la autopercepción identitaria de los valencianos han mostrado la mayoritaria identificación con la doble identidad española y valenciana. Así, un estudio de Franch y Hernández (2005: 267) ponía de manifiesto
el predominio tan abrumador de lo que se denomina identidad dual (63,4%), es decir, lo que armoniza ambos sentimientos en una categoría que los hace compatibles, frente a las identidades polarizadas, que suponen un porcentaje bajo, tanto en lo que afecta a la de sólo valencianos, que es sólo un 4%, o sólo españoles, que alcanza el 12,7%.
Las sucesivas encuestas del CIS también han confirmado las cifras.16 Asimismo, la identidad atribuida al País Valenciano por los valencianos como una «región de la nación española» es de las más altas de España, mientras la de «una nación u otro término» es de las más bajas. Además, el País Valenciano se sitúa con el conjunto de territorios del estado que comparten un fuerte sentimiento nacional español (34%), como por ejemplo Castilla-León, Castilla-La Mancha, Cantabria, Murcia o Madrid.17
Como señala Martín Cubas, (2007) la lengua también actúa como factor de identidad y de expresión partidista. Pese al predominio del valenciano hasta mediados del siglo XX, y aun no siendo la lengua oficial del País Valenciano desde 1707, los intensos procesos de inmigración española de castellanohablantes (castellanos, aragoneses y andaluces, especialmente) a partir de los años sesenta, atraídos por la rápida industrialización y turistificación del País Valenciano, especialmente en la costa y las grandes ciudades, más el desarrollo de unos medios de comunicación casi monolíticamente en castellano, han alterado profundamente el mapa lingüístico valenciano, situando la lengua propia en una situación de creciente minorización. Esta situación se ha visto agravada por el conflicto identitario y lingüístico entre los partidarios de una normalización lingüística acorde con la unidad de la lengua catalana y los partidarios del secesionismo, enemigos de la unidad de la lengua, circunstancia que ha determinado que, ante el conflicto, cada vez más ciudadanos optaran por el castellano. Un conflicto siempre presente que ha impregnado las políticas culturales, especialmente la política lingüística, y que se ha filtrado también a la sociedad civil (Pardines y Torres, 2011).
En todo caso, aunque desde principios de los años ochenta la Generalitat Valenciana inició una tarea de normalización lingüística y promoción del valenciano en la educación, la cultura y los organismos de la administración pública, los niveles de uso del valenciano han seguido descendiendo18 y además, entre un 50% y un 60% de los valencianos19