Название | Retratos de resiliencia |
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Автор произведения | Valentín Escudero |
Жанр | Документальная литература |
Серия | |
Издательство | Документальная литература |
Год выпуска | 0 |
isbn | 9788426729842 |
—Sí, creo que te entiendo, Alika: una sensación de falta de aire.
—Sí. Yo me tumbé sobre la arena sin quitarme el jersey. No era, para nada, un día de playa. Y no pensaba en nada. Mi mente a veces se queda así. Y vi cómo una nube iba tomando la forma de un gatito precioso. Y me empecé a emocionar, porque me pareció que había algo mágico en ver cómo se creaba esa forma. Y, sin más, me di cuenta de que era mi madre. ¡Ella estaba haciendo esa forma! Ella estaba haciendo ese gatito con las nubes para que yo jugara. ¡Me dio tanta felicidad y tanta fuerza esta idea! Pero no se lo dije a nadie.
—Entiendo. No tienes que preocuparte por eso. Yo te agradezco mucho que compartas ese secreto conmigo. Es un honor.
—Entonces, ¿no estoy loca?
—No, nada de eso. Después de esa primera vez, ¿has visto más veces esas nubes moldeadas por tu madre?
—Sí, de vez en cuando. Pero no vayas a pensar que no sé qué no es real. Lo sé, pero también hay algo real y maravilloso. Pienso que mi madre lo hace para que yo juegue y para que esté bien.
Alika siente un suave pinchazo en el hombro y abre los ojos. Su compañero de asiento en el avión, un hombre de unos cincuenta años, con barba blanca y ojos de niño, está mirándola como si fuera un enigma.
—¿Estás bien? Llevas un buen rato con la cabeza entre las rodillas y los ojos cerrados. ¿Estás mareada?
—No, no. Estoy muy bien.
—Perdón, siento haberte despertado. Es que no sabía…
—No se preocupe. Bueno, gracias por preocuparse…, quiero decir. Pero estoy bien.
—Me alegro. Nos quedan unas nueve horas de vuelo —dice el hombre, volviendo a acomodarse relajado en su asiento.
—Es que estaba reviviendo una conversación que tuve con una psicóloga cuando era pequeña, cuando tenía doce años —explica Alika sin ninguna vergüenza.
—¿Fue positiva? Quiero decir: ¿te pareció una buena psicóloga? ¿Te ayudó?
—¡Era un ángel!
—¡Qué alivio! Es que yo soy psicólogo. Me alegro de que sea un buen recuerdo; no siempre lo conseguimos.
RESFRIADOS
«No tengo ni idea de por qué estoy aquí».
Su actitud era relajada y su mirada amable. Diría que era una mirada curiosa, casi amistosa. Pero era obvio que no tenía ningún interés en comenzar la terapia. Es más, no creo que supiese qué podría ser o a qué podría parecerse una terapia en la unidad de terapia familiar.
—¿Has venido a la fuerza? —le pregunté.
—No. Me han dicho que tenía que venir y no me ha parecido mal porque así, al menos, salgo un poco del centro. Me ha traído el director; está fuera.
—Sí, ya lo he saludado.
Se produjo un momento de silencio, en el que nos miramos con cierta inquietud. Era obvio que era mi responsabilidad dar comienzo a la sesión, pero, por alguna razón, me sentía a gusto así, sin hacer nada. Y la situación no era en absoluto tensa; yo diría que incluso resultaba un poco divertida.
—¿Qué quieres que hagamos? —le pregunto por fin.
—No sé; lo que tú quieras. Yo estoy bien.
—¿Quieres decir que estas bien aquí ahora o que estás bien en general y que, por eso, no necesitas venir a ninguna consulta como esta?
—Las dos cosas. ¿Pueden ser las dos cosas? —pregunta con total sinceridad, sin atisbo de ironía.
—Claro. Y me gusta la parte de que estés bien ahora. Si te parece, ya que se han tomado la molestia de traerte de tan lejos, podemos probar.
—Vale. ¿Qué hay que hacer? —dice en tono animoso.
—Cuéntame lo que te parezca de ti; por ejemplo, ¿cuántos años tienes? —Trece. Hago catorce dentro de tres meses.
—¿Te gustaría contarme por qué estás en un centro de menores? Quiero decir: ¿qué ha pasado en tu familia para que estés en acogimiento?
—¡Complicado! —me responde con una mueca graciosa que reúne sus labios y su pecosa nariz.
—Sí, ¡vaya pregunta para comenzar! —rectifico avergonzado—. Olvídala. Cuéntame sobre…
—No, no hay problema. Te cuento: pues no lo sé; no sé lo que ha pasado. Todo iba muy bien. Yo estaba viviendo con Rosa y mi hermano que, bueno, no es mi hermano…; es hijo de Rosa. Espera: ¿tú no sabes nada de mí? —pregunta de pronto con una cara de sorpresa que me hace imposible no romper a reír. Ante mi risa, ella estalla en una carcajada inesperada y contagiosa.
—Perdona. No sé muy bien de qué nos reímos —le digo conteniendo apenas la risa.
—Ni yo. Pero se supone que tú eres el psicólogo, que lo tienes que saber todo —me dice en tono irónico pero afable.
—Vaya, pues lo siento. Dame otra oportunidad —le respondo en su mismo tono—. Mira, la verdad es que tengo un documento ahí en mi despacho que habla de tu vida, pero, como te iba tener a ti en persona, pensé que nadie me lo contaría mejor que tú.
—¡Huuuy! ¡Aquí Diana en directo contando sus cosas! —exclama, acercando un imaginario micrófono a su boca.
—Puedes contar lo que te parezca. Tampoco hace falta que todo sea verdad.
—¡Esa sí que es buena! ¿Puedo inventar?
—Lo que te parezca mejor para que yo te conozca un poco, la parte que quieras de ti. Vale adornarlo e incluso inventar.
—Pues te voy a decir la verdad. —Lo dice con rotundidad, como si fuese a revelar algo inusitado—. Hay un tipo de Menores (no sé ni cómo se llama) que ha montado todo este lío. Llevo dos meses en un centro porque él lo decidió y no me dejan ver a Rosa ni a Dani.
—El hijo de Rosa…, tu, digamos, hermano, ¿no?
—Eso.
—Rosa, entonces…, no es tu madre, ¿no?
—Yo la llamo mamá, pero no es mi madre en ese sentido…
—Biológico.
—Eso.
—¿Cómo es que vives con ella…, si quieres contármelo?
—Mi madre se marchó cuando yo tenía unos dos años; creo que tenía dos o tres años. Viví con mi padre y mi abuela.
—¿La madre de tu padre?
—Eso. Y mi abuela murió hace cinco años. Yo iba siempre a casa de Rosa. Mi padre estaba fuera o, simplemente, le parecía bien; no sabría qué decirte. Y no sé cómo fue que, día a día, fui viviendo con ella y con Dani. Y no había ningún problema.
—Dani, tu hermano, ¿cuántos años…?
—Para mí es como mi hermano. Tiene los mismos años que yo.
—Y Rosa y tu padre ¿son?
—No son novios ni lo han sido, creo. Son amigos, a veces. No sé; la verdad es que no se llevan muy bien. Si te digo la verdad, creo que hace mucho que no se hablan.
—Y hace unos meses que estás en un centro… ¿Pasó algo?
—Pues nada. Vinieron de Menores, los de la Junta, y me pusieron a mí en un centro y a Dani lo llevaron con su abuelo, el padre de Rosa.