Retratos de resiliencia. Valentín Escudero

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Название Retratos de resiliencia
Автор произведения Valentín Escudero
Жанр Документальная литература
Серия
Издательство Документальная литература
Год выпуска 0
isbn 9788426729842



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vida es bella

       EN SESIÓN

      Momentos mágicos que ocurren inadvertidamente en una sesión de terapia.

      Suelen ser una mezcla compleja e innominada de emociones: risa triste, esperanza dolorosa, caos liberador, rabia curativa, dolor sano, confusión tranquilizadora…

      Y, muchas veces, esos momentos no se revelan en palabras: son gestos, lágrimas, sueños, lapsus, miradas, respiraciones… Están en nuestro cuerpo, por dentro y por fuera, pero también nos sorprenden en cualquier espacio u objeto de la sala de terapia.

      No siempre son razonables ni racionales ni reales…, pero sabemos que son emociones verdaderas y curativas. En mi opinión, son la esencia de la psicoterapia; representan el conocimiento terapéutico más directo y personal: el que está en los ojos, en las manos, en una lágrima, en las risas… Suelen ser, si se sabe aprovechar bien, la puerta de entrada al cambio, el permiso para sentir con libertad.

       BUZÓN

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      Nunca sé cómo comenzar con ella. Siempre espera que yo diga algo y, en cuanto comienzo, pone esa cara.

      —¿Qué? —suelo preguntarle.

      —¡Ah, nada…! Que luego tengo que contarte algo, un sueño —me dice, con ese precioso acento que yo nunca hubiese sido capaz de identificar. «Soy bereber», me dijo orgullosa en nuestra primera sesión cuando le pregunté por su acento.

      Sueños. No puedo planificar otra cosa en las sesiones, porque llevamos unas semanas con sus sueños, los que le ocurren por la noche durmiendo y bloquean esos otros sueños de gloria adolescente que debería tener a sus catorce años. Me va a contar su sueño y yo debo hacer mi trabajo, pero me cuesta interpretar; me resulta difícil, porque me duele. Esto demostraría que no soy un buen terapeuta, o que debería ponerlo en la puerta, como esos terribles anuncios de las cajetillas de tabaco: «Tus sueños pueden doler. No garantizo que no me afecte». Así que suelo demorar un poco ese trabajo.

      —¿Quieres que comentemos ahora tu sueño o comenzamos por hablar de cómo te ha ido la semana? —pregunto. Nunca contesta directamente a la pregunta, pero me cuenta en detalle cómo le ha ido la semana. Siempre hay avances: en el instituto, en su nueva familia, con su amiga… Pero nada cambia; ese dolor está ahí. No lo hacemos explícito; ella lo negaría, y yo no sé cómo lo sé, así que solemos perder un poco de tiempo y después vamos al sueño.

      Hoy ha sido diferente. Hoy no estaba su madre en el sueño. Era un buzón.

      —Mi sueño era sobre un buzón —me dice sonriendo. Parece divertida. Esto me hace temer lo peor y ya me empieza a doler.

      —¿Qué tipo de buzón? —le pregunto disimulando mi inquietud.

      —Un buzón de esos amarillos de correos, o sea, un buzón ¡de echar las cartas!

      —Vale, un buzón de esos de correos que están plantados en el suelo como una seta gigante y son de color amarillo.

      —Una seta sin sombrero.

      —Vale.

      —¿…?

      —¿No me cuentas más? —le pregunto al ver que se ha quedado mirándome como si me fuera a hacer una foto.

      —Claro…, ¿estás listo?

      —¡Claro! —le contesto, exagerando un gesto de impaciencia. Me encantan estos momentos en los que toma la iniciativa de forma tan resuelta

      —Perdona, pero es que tienes una cara como de no imaginar el buzón.

      —Es que estoy pensando… que hace mucho que no veo un buzón.

      —Vale, pues voy al sueño.

      —Gracias.

      —El buzón estaba en un barrio muy alejado, solitario, aunque no me daba miedo caminar por allí; tenía algo familiar, pero abandonado.

      —¿Reconocías algo? ¿Era aquí, en España, o en tu tierra? —le pregunto, dándome cuenta enseguida de que me he precipitado.

      —No lo sé, pero no recuerdo nada conocido en el sueño: nada, ni una casa ni una persona…, pero era una sensación familiar, ¿sabes?

      —¿Era agradable el lugar?

      —No, no. Era de abandono, era triste, era sucio.

      —¿Y el buzón?

      —Pues eso es lo importante. Veo el buzón y me siento genial, porque llevo mucho tiempo esperando al buzón para echar la carta.

      —¿Tienes una carta?

      —Sí. En el sueño veo todo lo que pone en la carta, pero no sé cuándo ni cómo la he escrito.

      —Pero ¿sabes que es tu carta, escrita por ti?

      —Sí, sí, es mi letra, creo… El caso es que sé que es mi carta, seguro.

      —¿Qué dice la carta? —le pregunto con un tono liviano y noto, inmediatamente, que no le gusta.

      —¿Sería raro que viese una carta en un sueño? — Efectivamente, su cara indica que mi pregunta no tenía el envoltorio adecuado.

      —No. Y, si fuese raro, sería todavía más valioso —afirmo, intentando reparar su confianza.

      —«He aceptado el dinero. Aceptaré el bebé. Tengo ya el billete para volver contigo. Te quiero, te quiero; mil veces te quiero. Solo espero tu respuesta. Respóndeme rápido». Eso decía la carta. —Y se queda mirándome con sus ojos negros en forma de dos grandes interrogantes que se acercan a mí como dos osos hambrientos.

      —¿A ti el contenido de la carta, esas palabras, te dice algo? —le pregunto, calmando de momento esos dos osos.

      —Nada.

      —Perdona —me aventuro sin mucha convicción, pero con gran curiosidad— que te pregunte algo que ya me has dicho, pero… ¿era tu letra o la letra de tu madre?

      —Mi madre nunca ha escrito en español; en realidad, no creo que sepa escribir.

      —Los sueños, a veces, ponen nuestra letra en las palabras de otras personas; a veces, ponen incluso una cara diferente a alguien que nos habla en el sueño…

      —¿Puedo ir a lo más importante del sueño? —me interrumpe sin acritud.

      —Claro.

      —El buzón estaba viejo, despintado y atascado.

      —¿Atascado?

      —Sí, estaba corrido y atascado en su boca, donde se meten las cartas.

      —Corroído —le corrijo

      —Eso, correido…, co reído… ¿De reír? —me pregunta con una risa contenida en su boca.

      —No, no: corroído, de roer, roído…, creo —le contesto, y ya la risa se expande entre nosotros y no sé qué parte es suya y qué parte es mía.

      Hay un momento en el que estamos un poco perdidos y la risa nos rescata; suele ocurrir casi siempre en las sesiones con ella. La carta me parece una llamada, una oferta de amar y ser amada. Hay un bebé en la carta y nunca hemos hablado de un bebé, excepto cuando me contó lo que le ocurrió a su madre cuando «ella» era un bebé. Pero no veo el momento de orientar la conversación del sueño hacia eso; no tengo una idea clara. Espero un poco a que ella dé un paso más.

      —El caso es que echo la carta en el buzón —me dice con tono trascendente y entiendo que aquí llega lo realmente importante.

      —¿Echas