Название | Karma al instante |
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Автор произведения | Marissa Meyer |
Жанр | Языкознание |
Серия | |
Издательство | Языкознание |
Год выпуска | 0 |
isbn | 9789877477603 |
Al final de la ola, espuma blanca se detiene a unos centímetros de mis pies y de la guitarra de Ari. Hace una pausa, parece vacilar por un breve momento antes de regresar al mar.
Sigo su curso con la mirada, estupefacta. Cuando levanto la cabeza, encuentro los ojos de Ari. Luce tan impactada como yo; tal vez todavía más. Porque lo más extraño no fue que el agua se me acercó tanto y, sin embargo, no me tocó. Lo más extraño fue que Ari estaba parada muy cerca de Jackson, pero la ola pasó por al lado de ella.
De hecho, a pesar de su enorme tamaño, la ola solo impactó contra Jackson y sus amigos.
Mi cerebro necesita un minuto para procesar lo que acaba de suceder. Mi incredulidad se desmorona lentamente, desaparece y se reconstruye como algo casi verosímil.
Relajo mis manos y flexiono mis dedos, siento cada articulación. Mi palma está caliente. Mis nudillos se sienten agotados, como si hubieran estado tiesos por horas, en vez de unos pocos segundos.
A mi alrededor, la gente estalla en risas. Es hilarante observar a Jackson levantarse del agua. Está empapado de pies a cabeza. Sus prendas se pegan a él como una segunda piel cubierta de arena mojada. Un alga marina cuelga de su hombro. Su cabello está unido a sus cejas.
Su rostro es divertidísimo.
–¡Ah! –grita una chica–. ¡El karma duele!
Parpadeo y giro la cabeza. Es Serena. Sus prendas siguen húmedas, pero todo rastro de lágrimas desapareció. Está radiante. El color regresó a sus mejillas.
Karma.
Karma instantáneo.
–Oh, por Dios –susurro mientras algo empieza a tener sentido. O algo así. ¿Tiene sentido? ¿Puede ser real?
Analizo la evidencia.
El accidente de auto.
El jugo de tomate derramado.
El señor Chavez mordiéndose el labio.
La tienda de helado. Los turistas en la rambla. El empleado grosero en el puesto de patatas…
Y ahora esto. Una ola se materializó de la nada y solo derribó a Jackson y a los infelices de sus amigos, incluso en esta playa llena de gente.
Seguramente no puede ser una coincidencia. Todo no.
Pero si no fue una coincidencia, ¿qué fue?
La letra de John Lennon rebota en mi cabeza. La murmuro por lo bajo. El karma instantáneo te atrapará, te golpeará justo en la cabeza. Toco mi cabeza, donde todavía puedo sentir un pequeño bulto adolorido por mi caída. Repaso los eventos de la tarde de ayer. Vi a Quint con su amiga. Esos tipos molestaron a Ari mientras cantaba. Nuestra conversación sobre karma. Mi nombre en la lista del karaoke, aunque nadie admite haberme anotado. Canté la canción. Bailé. Quint me lanzó una mirada de asombro. Resbalé sobre la cerveza derramada. Me golpeé la cabeza…
Si no es una coincidencia, eso significa que, de alguna manera, por algún motivo… yo fui la responsable. He estado causando estas cosas. He… invocado karma instantáneo sobre la gente.
–¿Pru? ¿Estás bien?
Levanto la cabeza rápidamente y veo a Ari caminar hacia mí en la arena. Toma una toalla del respaldo de una de las sillas y la envuelve en su cintura. Sigue casi seca, aunque la arena se aferra a sus talones.
–Sí –respondo, mi estómago se revuelve–. Eso fue raro, ¿no?
–Muy raro –se ríe–. Pero demasiado perfecto. ¿Siempre es así?
–Casi siempre. Jackson siempre ha sido un bravucón. Es lindo verlo recibir lo que merece para variar. –Me inclino hacia ella y bajo el tono de voz–. Apuesto lo que quieras a que esa camisa le costó unos cientos de dólares. Intentará actuar relajado, pero créeme, esto lo está matando.
Ari se deja caer en la toalla y toma una soda de la pequeña nevera que trajimos. Abre la lata y alza el brazo hacia el agua como si estuviera brindando.
–Buen trabajo, océano. –Echa un vistazo alrededor–. Solo espero que esa chica esté bien.
No respondo. Estoy distraída, miro las toallas de playa, las mantas y las sillas que llevaron a la costa. Me distraigo viendo a Jackson usar la punta de una toalla para quitarse el agua de sus orejas.
–Regresaré pronto.
Giro y subo por la arena, busco algo de soledad cerca del acantilado rocoso. Es demasiado temprano para que hayan empezado las infames sesiones de besos y es fácil que encuentre un rincón vacío entre las rocas. Me inclino contra una piedra y me llevo una mano al pecho. Mi corazón se acelera debajo de mi piel.
–Esto es solo un deseo –susurro–. Un cuento de hadas. Causado por el estrés de fin de año y todas esas fantasías de castigar a la gente cuando se lo merecen y… tal vez por una ligera conmoción cerebral.
A pesar de mis palabras racionales, mi cerebro lanza varios contraargumentos. La canción. El accidente de auto. La ola.
Pero cada vez que empiezo a pensar “tal vez fui yo” me reprimo. Realmente estoy considerando la posibilidad de que después de cantar una canción en un karaoke, ahora tengo… ¿qué? ¿Poderes mágicos? ¿Una especie de don cósmico? ¿La habilidad completamente absurda de ejercer los deseos de justicia del universo?
–Coincidencias –repito y empiezo a caminar en el lugar. Algo de arena entra en mis sandalias y sacudo los pies para limpiarla. Voy y vuelvo entre las rocas–. Todo esto es una sumatoria de coincidencias estrambóticas.
Pero…
Me detengo.
Demasiadas coincidencias tienen que significar algo.
Me quito el cabello de mi rostro con ambas manos. Necesito estar segura. Necesito pruebas.
Necesito ver si puedo hacerlo otra vez, a propósito.
Muerdo mi labio inferior y espío sobre sobre las rocas, evalúo la multitud en la playa. No estoy segura de qué estoy buscando. Inspiración, supongo. Alguien debe merecer ser castigado por algo.
Mi mirada aterriza en el mismísimo Quint. Está ayudando a algunos de nuestros compañeros a instalar una red de vóley.
Ja. Perfecto. Si alguien merece justicia cósmica por su comportamiento este año, definitivamente es Quint Erickson.
Pienso en todas las veces que llegó tarde. Todas las veces que su trabajo no fue suficiente. Cómo me dejó a mi suerte el día de la presentación. Cómo se negó rotundamente a rehacer el proyecto.
Aprieto mi puño con fuerza.
Y espero.
–Hola, Quint –lo saluda una chica de nuestra clase, caminando hacia él. Me enderezó. ¿Qué hará? ¿Lo abofeteará por algún melodrama misterioso que no conozco?
–¿Cómo estás? –dice Quint devolviéndole la sonrisa.
–Bien. Traje galletas caseras. ¿Quieres una? –Extiende una caja de lata.
–Rayos, sí, quiero una. –Acepta una–. Gracias.
–Por supuesto