Название | El negocio del fútbol |
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Автор произведения | Christian Solano Obando |
Жанр | Сделай Сам |
Серия | |
Издательство | Сделай Сам |
Год выпуска | 0 |
isbn | 9789587579925 |
En este sentido, y desde este ángulo, es posible decir que “Ronaldinho se desperdició” y advertir que Dinho “no fue el mejor futbolista del mundo porque no quería”, pero esto es no advertir que, por su deseo o naturaleza, no quería ser parte de esta maquinaria. Esto es quitarle otro encanto a Dinho, su faceta de poeta rebelde y maldito.
Acaso ¿por qué tendría que querer participar de esto? Podemos pensar que cuando llegó del Mundial o de la ceremonia del Balón de Oro pensó en disfrutar la vida; quizás el árbol que cayó sobre su casa le llevó a pensar que él y su familia eran vulnerables y que su sonrisa se apagaría en algún momento. Quizás entendió que vivió en la bisagra de los tiempos, en dos épocas, la del fútbol como victoria y diversión, y la del posfútbol: la del rendimiento, la época del dato y los tiempos de la muerte del 10 y la autoexplotación para el resultado de una victoria apretada.
Es que, en efecto, Dinho vivió la época del fin del 10. El 10 representa a ese jugador que es “El mago”, al famoso “enganche”, al que mágicamente une la nada (no tener posesión del balón) con el ser (el gol, la victoria) representando aquello que da horizonte (de juego) y sentido (de acción) Eso es el 10, o mejor, eso fue el 10. El que vivió en el espacio vacío, allí donde no hay nada y era posible crear. Allí, dirán las futuras generaciones en el museo del fútbol, allí vivió y jugó el 10.
Eso era otra época, decimos los nostálgicos. Estamos en la sociedad de las comidas rápidas, de los resúmenes de los libros, de ir al museo cuando se tenga tiempo para no quedar como inculto en un coctel: hoy no hay tiempo para el lujo, para la pausa que piensa y crea, no hay tiempo para la travesura. La gambeta debe ser no solo un lujo, sino un lujo eficiente. La “culebrita macheteada” del “Mágico” González se debe hacer si genera un gol o un penal, el aplauso del público no es siempre rentable y el divertimento del propio jugador es tan ridículo y mal visto como la vida de un poeta o los “pispirispis” de los cuentos filosóficos.
Entonces, desde la negación del ocio, desde el negocio, desde el fútbol como negocio, este tipo de poetas son malditos. No se puede ni crear ni desperdiciar. Lo que importa hoy es ganar, no jugar, y menos disfrutar. Así, en la era del posfútbol, la ganancia se mide en cifras que indican si se es rentable o no rentable, y para ser rentable se debe ser eficiente; por eso el argumento de la exigencia física en contra de ese dueño de la magia en los pies, el moreno de la risa generosa. Ronaldinho fue rentable mientras su estado físico se lo permitió; después, era un desperdicio tener a ese 9 % del total de las piezas del equipo que reporta tan poco sacrificio, eso no era eficiente, no podíamos verlo caminando por allí, en espacios vacíos, como si fuera un paseante solitario. Estamos en la época del agite (ilusione), use (emplee) y bote (pensione, si se puede…).
No discutamos ahora si una época es mejor que la otra; digamos por ahora que son distintas. Digamos por ahora que la mirada de posfútbol está inserta dentro del mundo que requiere que el ciudadano en su propia “home office” de “emprendimiento” y el jugador en la cancha se autoexploten, que “rindan” como un carro o cualquier otra máquina.
No es extraño que mientras Cristiano Ronaldo dice: “Quiero ganar, independientemente de donde sea”, Ronaldinho dice que “No se trata del dinero, sino del juego en el campo”. Ver a Cristiano es ver al primer y mejor autoexplotado de la industria del posfútbol. Ver a Ronaldinho es ver la sonrisa del artesano que disfrutó ganar todo. Esto nos marca una diferencia entre el fútbol artesanal y el posfúbol industrial.
Se podrá objetar que detrás del caso de Ronaldinho existieron muchos que solo fueron vagos, pero esto no significa que sea mejor ser un autoexplotado. Al “Trinche Carlovich”, que no quiso jugar fútbol profesional, lo siguen admirando, y al “Mágico” González, leyenda de su pueblo y leyenda del Cádiz, se lo quedaron esperando en Barcelona, le tenían miedo por “indisciplinado” y lo querían para jugar con Maradona: pero, ¡qué lujo que se dio González!, vivir tranquilo, amar el fútbol tanto como la noche; no separó la vida, el amor del fútbol y el goce; a sus sesenta y tantos, Maradona decía que lo admiraba y que nunca pudo imitarlo. ¿Querían lujos? Acá lo tienen, a estos “nadie les quita lo baila’o”.
Déjennos a nosotros, los nostálgicos, pensar que el mayor triunfo del neoliberalismo es el esclavo lleno de flash, una disciplinada ficha y engranaje de la maquinaria que lo está usando mientras se siente admirado; déjennos pensar que Dinho fue uno de esos últimos vagos que jugó y vivió como poeta, y gambeteó bien, entre ser un bardo y vago, que el mejor y más caro de los explotados. Déjennos pensar que Ronaldihno fue ese Baudelaire moreno y de pelo largo en la cancha.
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