Pesadillas de una noche sin fin. Carlos Simos

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Название Pesadillas de una noche sin fin
Автор произведения Carlos Simos
Жанр Языкознание
Серия
Издательство Языкознание
Год выпуска 0
isbn 9789878717678



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fin quedaría bien asentada. Con el correr del tiempo, Tómas había pasado de empleo en empleo sin tener nada fijo hasta que por fin, uno de sus hermanos le había conseguido algo decente al sur de la ciudad a hora y media de viaje, y he ahí que los problemas comenzaron a aparecer. Cierta desconfianza era casi inevitable, o la frialdad causada por el cansancio del trabajo, sumado al largo viaje, hacía que Tómas llegara a su hogar y apenas le dedicara tiempo a sus hijos. En última instancia, Megan entraba en su vida al compartir la cama por las noches. Noches en las que Tómas debía acostarse temprano para salir puntualmente y, nuevamente, a destino.

      En una de esas mañanas en la que Tómas se levantaba forzosamente, había recibido la primera queja, sin embargo no quiso ahondar demasiado en eso para no perder los preciados minutos del desayuno, creyendo quizás que era algo propio del día y nada más. Pero los días siguientes fueron iguales. Las quejas eran también por la noche, y aunque Megan entendía la obligación de su marido, no podía evitar estar afligida por la rutinaria y fría convivencia que estaban transitando, hasta que un día marcó el principio y el fin; el principio de algo nuevo, y el fin de lo que tanto habían vivido. Mientras Megan hacía sus reclamos, Tómas dejó escapar como quien busca una bocanada de aire al estar atrapado bajo el agua, algo que lo marcaría para siempre: “¡No elegí esta vida! ¡¿Acaso no crees que si estuviera solo sería más fácil!?”

      El silencio se adueñó de la casa. Megan jamás se había imaginado tal respuesta ante sus reclamos de una vida más unidos. Ella solo lo quería tener más cerca y alejar las sombras que generaban las dudas de la distancia. Tómas se marchó sin decir más, pero cuando regresó por la noche, Megan y sus dos pequeños hijos ya no estaban.

      Tómas se encuentra solo en la desolada y fría ruta. Son aproximadamente la 1:30 a.m. y el estéreo de su Chevy SS 350 color rojo solo engancha una vieja estación de blues que nadie conduce. Dejan correr las pistas de la computadora toda la noche, invadiendo con tonadas olvidadas a algún nostálgico amante que se está solo con su botella de añejo whisky, tarareando y recordando; justo lo que Tómas hace en ese momento. Las líneas de aquella ruta se suceden una tras otra, a lo lejos, la oscuridad de lo desconocido, viejos e interminables árboles que desaparecen a su paso. Al mirar por el espejo retrovisor, se da cuenta de que a pesar que la oscuridad delante de él se aleja pero lo espera, por detrás lo persigue incansablemente.

      Saca su celular después de varios kilómetros para ver si tiene algún mensaje o llamada, aún sabiendo que si así fuera, el elevado volumen de su aparato lo alertaría, pero omite siempre esa señal. Esto es un reflejo que su cuerpo no puede evitar: sus manos toman cada tanto el celular para ver si alguien se ha acordado de él. Eso sí, él no llamará, no porque no quiera hacerlo, sino porque aún no encuentra las palabras, no sabe qué preguntar o qué decir ante la nota escrita de Megan señalándole que se marchaba a casa de su madre con sus hijos hasta que encontraran una solución. Por esa razón, de vez en cuando pasea por el directorio de su celular, pasando por encima y por debajo el número de su esposa. Cuando decide cerrar la tapa, el aparato resbala de sus manos y cae cerca de sus pies. Sin aminorar la marcha, Tómas se agacha a buscarlo, pero sus manos, tanteando la oscuridad, no alcanzan el objeto. Por fin, sus dedos reconocen el plástico tibio e inconscientemente aprieta unos de los botones del celular para llenar sus ojos de luz. Se queda un instante viendo el número de Megan, que extrañamente cubre toda la pantalla del móvil. Tómas recuerda que está manejando y se incorpora de nuevo, mira la ruta un poco intrigado, se recuerda a sí mismo que no debe volver a hacer eso: un camión de frente en ese momento, más el leve desvió de su automóvil, podrían significar el final del viaje. Suspira desconcertado, mira el celular y lo deja en el asiento de al lado, saca de su campera un paquete de cigarrillos, lo abre, y con su boca extrae uno. Luego, deja el paquete en compañía del celular y de otro bolsillo saca un encendedor, un viejo Zippo que su abuelo le había regalado cuando se había puesto de novio con Megan. Prende el cilindro y la brasa ilumina su rostro dentro del vehículo, deja escapar como siempre ese humo que nunca aspira la primera vez, mientras deja el encendedor también en el asiento del acompañante. Da una pitada, seguida de una gran bocanada de aire, pero antes de que pudiera terminar de expulsar todo el humo, una silueta irreconocible, tal vez un venado u otro parecido, cruza delante del automóvil.

      Los fuertes faroles alumbran la mitad del cuerpo que choca con fuerza contra la parte derecha del coche y se tambalea. Tómas, sorprendido por la rapidez del impacto y aún con el cigarrillo en la boca, no atina qué hacer. Primero, trata de volantear hacia la izquierda fruto de un impulso inconsciente o un reflejo al rápido suceso, pero el auto ya está totalmente fuera de control. Después de un brusco giro, se dirige fuera de la ruta, hacia la derecha. Los pies no encuentran los frenos y el auto topa con un obstáculo que lo hace girar por el aire. Da dos vueltas antes de acomodarse correctamente sobre el suelo inclinado, fuera del camino, dejando al auto de regreso a Hanikan. Todo está en silencio. La emisora continúa con su viejo blues mudo de palabras. Tómas todavía conserva el cigarrillo en su boca. Sus manos aprietan con intensidad el volante; siente sus dedos transpirados resbalar suavemente sobre este. Perplejo, toma el cigarrillo con su mano derecha temblando y agacha su cabeza suspirando; “no puede ser”. Da una gran bocanada, luego dirige su mirada hacia lo que las luces de su auto, aún prendidas, alumbran: el vacío oscuro del exterior. No ve nada raro y decide entonces bajar a inspeccionar. Se dirige directamente a la ruta que se encuentra silenciosa, tira el cigarrillo y mete sus manos en los bolsillos del jean. La noche está helada y una leve brisa del oeste choca contra su rostro, las luces de su auto incrementan el vaho exhalado de su boca, pero nada más… la ruta se encuentra totalmente desierta. Decide caminar hacia el sur, donde llega el límite de lo visible gracias a los brillantes ojos de su maquina. Ningún animal, ningún rastro de cualquier otra cosa que hubiese podido ocasionar el accidente. Queda un poco confundido y regresa a su auto, después de entrar hace una mueca de perplejidad y niega algo que desconoce, otro capricho de su cuerpo; luego, se vuelve al asiento de al lado y se percata de que sus cosas ya no están ahí. Tampoco están lejos, el giro descontrolado del automóvil solo las movió de lugar y se encuentran debajo del mismo asiento. Deja los cigarrillos con el encendedor de vuelta y toma su celular. El número de Megan invade nuevamente la pantalla, lo cierra y lo tira encima de sus otras cosas y vuelve a negar con una sonrisa irónica en su rostro.

      Ya es hora de volver al camino. Tómas apaga la radio y se dispone a encender nuevamente el auto, gira la llave, pero tras un par de intentos no arranca. Trata otra vez, el potente V8 vuelve a girar haciendo parpadear las luces, pero nada. Intenta una tercera vez y lo logra. El vehículo regresa al camino mientras el afortunado hombre se dice a sí mismo: “por supuesto que la tercera es la vencida”, y vuelve a sonreír como un remedio contra lo que acaba de suceder. Prende la radio, preguntándose para qué la había apagado, pero a pesar de que busca en el dial, solo encuentra aquella solitaria estación de blues que de mala gana vuelve a dejar. Después de todo, era mejor escuchar esas tristes melodías que el inquietante silencio del desafortunado viaje. Mientras su mente divaga por otros lugares y fechas, y después de haber recorrido unos siete kilómetros, el auto comienza a sacudirse mientras avanza hasta aminorar la marcha. Al darse cuenta de esto, Tómas se hace a un lado de la ruta mientras se pregunta qué sucede ahora.

      Por fin se detiene, y Tómas da un suspiro de cansancio apoyando su cabeza sobre el volante mientras repite una y otra vez: “ahora qué, ahora qué…”. Abre el capot y se baja del auto, busca en la parte de atrás una de esas portátiles pequeñas que se conectan en la batería, y comienza a buscar la falla. Unas mangueras se habían desconectado y había estado perdiendo nafta durante el corto trayecto que había hecho después del accidente. “¡Esto es imposible!” se regaña a sí mismo mientras golpea por encima del capot. Se queda un momento en silencio y sube nuevamente al auto. Comienza a pensar seriamente que es hora de llamar a su esposa y explicarle lo que está sucediendo, después de todo no está en sus planes pasar la noche a la intemperie hasta que alguien lo auxilie. Piensa unos minutos, toma su celular y marca el número. Tres veces suena hasta que alguien contesta.

      —¿Hola? —La voz de su mujer.

      —Hola Megan, soy yo.

      —¿Tómas? No creí que fueras a llamar, y menos a estas horas.

      Tómas se frota la frente con la mano y baja