La huerta de La Paloma. Eduardo Valencia Hernán

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Название La huerta de La Paloma
Автор произведения Eduardo Valencia Hernán
Жанр Языкознание
Серия
Издательство Языкознание
Год выпуска 0
isbn 9788418411762



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que preparar vuestro relevo, ya que a partir de ahora los turnos serán dobles.

      —A la orden, mi sargento —contestan al unísono tanto Pepe como Eduardo.

      —Joder, que mala suerte —comenta Pepe nada más salir del encuentro—. Precisamente nos tiene que tocar a nosotros. Si por lo menos nos dejaran volver al cuartel.

      —Ya te dije que había algo. Ahora que nos queda poco nos vienen todos los problemas encima. Vamos al cuerpo de guardia.

      —¿Has visto que galletas más duras? —responde Eduardo. Como si no fuera la historia con él—. Un poco más y me rompo una muela.

      —¿Quieres que miremos —insiste Pepe— si hay por aquí una radio para enterarnos de lo que está pasando?

      —Vale, pero creo que no nos dejarán escuchar. A ver si nos van a pegar un paquete. Los oficiales están muy nerviosos.

      Cerca del cuerpo de guardia, en la oficina de transmisiones…

      —¿Se puede? Venimos del refuerzo de esta mañana.

      —¿Qué queréis?

      —Saber si hay noticias nuevas de lo que está pasando ahí abajo. El sargento nos ha dicho que no podemos volver a nuestra compañía porque la cosa está algo jodida, pero… no nos dice exactamente qué está pasando.

      —Lo que os voy a contar —responde el radiotelegrafista— no vayáis soltándolo por ahí… Creo que va a haber un levantamiento y que los oficiales intentan disimular su nerviosismo.

      —Pero ¿quién se va a levantar y contra qué? —pregunta Pepe con ansia e interés—. ¡Macho, no me entero de nada!

      —De momento no sé nada más, solo que el Ejército de África se ha levantado, y aquí en la Península van de puto culo para que no se expanda la rebelión. Aquí, por lo que estoy oyendo, todos están a la expectativa de que pase algo. Y ya no os voy a contar más, no vaya a ser que se entere el oficial de guardia. Venid después cuando acabéis el refuerzo a ver si hay algo de nuevo.

      —Vale, y gracias por la información. ¿Tú qué opinas, Eduardo?

      —No sé, pero todo esto es preocupante. Creo que ese tiene menos idea que nosotros. Anda, no te comas tanto el coco y vamos a desayunar. A ver si han dejado algo.

      Cuartel del Bruc en Pedralbes. Sede del regimiento de infantería Badajoz ١٣.

      Primeras horas de la tarde del sábado ١٨…

      —¡Mercader!, ¿está usted loco? —vocea el general Sampedro—. ¡Enfunde la pistola y deje de apuntarme! Lo que están haciendo no tiene sentido, la sublevación no puede prosperar.

      —Mi general —responde el capitán Mercader—, esto va en serio. España necesita que el Ejército se levante y usted no lo va a impedir. Así que, ¿está con nosotros o en contra?

      —Yo pienso que esto es una locura y que acabará muy mal.

      —Bien, si esa es su última palabra. Acompañen al general al cuarto de banderas y, si ofrece resistencia, redúzcanlo sin contemplaciones.

      Todo está claro para los golpistas, la sublevación sigue en marcha y ya no hay vuelta atrás.

      —¿Con quién contamos, Mercader? —pregunta el jefe de los sublevados en el cuartel de Pedralbes, el comandante López Amor.

      —El capitán Oller está con nosotros, mi comandante. También contamos con el teniente coronel Raduá y algunos paisanos que han ido viniendo durante el día.

      —Todavía somos pocos —responde el comandante—. Necesitamos más adeptos a la causa. Vamos a ver, Mercader, necesito que llame, que engañe, que haga lo que haga falta para sacar a la calle uno o dos batallones más. Mañana será un día muy largo y necesito que nos cubramos un poco las espaldas. Nos la estamos jugando y no nos podemos permitir ningún error. Va nuestra vida en ello.

      —Veremos lo que puedo hacer. Voy a hacer unas cuantas llamadas telefónicas.

      En el cuarto de banderas del regimiento Badajoz 13.

      El general no consigue salir de su asombro mientras es conducido junto a otros prisioneros. Allí se encuentra con algunos oficiales fieles a la República.

      —¡Espallargas! ¿Usted también está detenido?

      —Sí, mi general. Esto no tiene nombre y no sé cómo va a acabar.

      —Que sea lo que Dios quiera. ¿Qué sabe del regimiento Alcántara?

      —Ni idea, aunque el teniente coronel Roldán parece que simpatiza con los amotinados. Si el coronel Moracho —reflexiona Espallargas— hubiera vuelto ya, no creo que hubieran llegado a tanto. ¿Dónde estará Moracho ahora?

      —Quién sabe. Lo que sí sabemos es que Roldán ha tenido tiempo de leer el bando a la tropa por el que el Gobierno ordena la licencia inmediata a la tropa de los cuarteles que se hayan sublevado. Espero que lo haya hecho… Todo es muy confuso, incluso el Gobierno ha dimitido y están buscando un sustituto con Martínez Barrio… Solo nos queda la posibilidad de que el general Llano de la Encomienda se ponga a trabajar de una vez y envíe tropas para desbloquear esta situación.

      —No se haga ilusiones, mi general. Creo que en la comandancia estarán más preocupados de que no se rebele la oficialidad contra ellos más que de enviar tropas a los cuarteles. Por cierto, ¿sabe usted quién es el cabecilla aquí en Cataluña?

      —Pues no tengo ni idea. Se había comentado algo del general Martínez Anido, don Severiano, que estaba en las andadas tras su exilio en Francia y, sobre todo, cuando ganaron las derechas. Sinceramente no creo que sea él.

      —Pues estamos jodidos. Estos desalmados nos están metiendo en un problema muy gordo. No sé cómo vamos a salir de esta, ¿ha conseguido hablar con su mujer?

      —Esta mañana he podido hablar un momento y me he permitido darle instrucciones para que se ponga en contacto con tu mujer y preparen las maletas, en caso de que no tengan respuesta nuestra a lo largo del día de hoy, la huida hacia la frontera.

      —Tuvo usted razón en preparar la estrategia tras el cambio de gobierno.

      —¡Espallargas! La experiencia es un grado. Ojalá salgamos de esta para contarlo.

      En la comandancia militar de la división…

      Dentro de las instancias militares, situadas en el Paseo de Colón, el traqueteo en la sede del Estado Mayor es inusualmente hiperactivo. Las órdenes van siendo tramitadas conforme se reciben y confirman la información de los diferentes establecimientos militares. Manda la guarnición en Cataluña el general de división Francisco Llano de la Encomienda, jefe de la Cuarta división y comandante militar de Barcelona.

      —Mi general, tenemos conexión de nuevo con Madrid.

      —Bien, comandante —responde el general—. Pase la llamada a mi despacho y no deje pasar a nadie.

      —A la orden.

      Suena el teléfono…

      —Mi general, ya tenemos la conexión con Madrid.

      —Aquí Llano de la Encomienda ¿Con quién hablo?

      —Paco, soy Pozas. ¿Qué tal están las cosas en Barcelona?

      —Hombre, Sebastián, hacía días que no hablábamos. La situación está calmada de momento, pero las noticias que van llegando no son nada tranquilizadoras. ¿Qué me puedes decir al respecto?

      —Bueno, de momento sabemos que uno de los cabecillas de la sublevación es el general Franco.

      —¡Vaya!, ese enano prepotente.

      —Sí —confirma el general Pozas—, acabamos de recibir un mensaje que ha sido enviado desde Melilla a todas las comandancias en la península, enviando con su firma saludos entusiastas a esas guarniciones para que se subleven y se pongan a