Название | El libro negro del comunismo chileno |
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Автор произведения | Mauricio Rojas |
Жанр | Документальная литература |
Серия | |
Издательство | Документальная литература |
Год выпуска | 0 |
isbn | 9789569981197 |
En suma, Recabarren fue uno de tantos viajeros que vieron en la Rusia soviética lo que ansiaban ver: sus propias fantasías sobre una verdadera revolución proletaria triunfante. Sus camaradas seguirían, hasta el final de la dictadura comunista en 1991, negando la abrumadora evidencia acumulada y considerando la patria de Lenin como el glorioso escenario de una gesta sublime en pos de la emancipación humana.
La negación de la democracia chilena y la dictadura preferible
Un aspecto interesante del folleto de Recabarren del año 1923 que estamos comentando es que, hacia el final del texto, niega rotundamente la existencia de la democracia en Chile y alaba sin ambigüedades la vía dictatorial soviética como camino emancipador (las mayúsculas son de Recabarren):
“Cuando se dice que Chile es un país donde la DEMOCRACIA es una costumbre establecida, se dice una mentira exacta. En Chile no hay democracia (...) La DEMOCRACIA es algo así como un juguete con que el explotador capitalismo ilusiona y entretiene al pueblo para calmar sus furores y para desviar su atención (...) En Rusia los trabajadores no creyeron JAMÁS en las mentiras de la democracia y fueron derechamente por el camino de la REVOLUCIÓN que es más corto y MÁS SEGURO, y eso les ha dado la victoria que nosotros los comunistas celebramos.” (Ibid.: 92-93)
Es pertinente hacer notar que en el país donde según Recabarren no había democracia él mismo había sido elegido diputado, junto a otro camarada del POS, en 1921 e incluso había sido candidato a la Presidencia de la República en 1920, obteniendo eso sí apenas el 0,41% de los sufragios (681 votos). Tal vez por eso mismo afirma que el camino de la revolución “es más corto y más seguro” que el de la voluntad popular expresada en las urnas.
En una entrevista dada al periódico La Internacional de Buenos Aires inmediatamente después de su regreso de Rusia, se había pronunciado con toda claridad sobre la necesidad de la violencia y la dictadura revolucionaria de una manera que, aunque Recabarren trate de negarlo, alteraba de una manera sustancial sus puntos de vista anteriores:
“Mi breve estadía en Rusia de los Soviets me ha confirmado en todas mis ideas respecto de la necesidad de la violencia revolucionaria y de la dictadura proletaria. He comprendido perfectamente que sin esa dictadura de la clase obrera la revolución social no puede ser conducida a buen término.” (Citado en Lillo 2008: 82; ver también Grez 2011)
Estos planteamientos se verán expresados aún más claramente en un breve texto publicado en La federación obrera en noviembre de 1923 bajo el significativo título de “La dictadura preferible”. Ya no se trata para Recabarren de instaurar una “democracia verdadera” ni nada que se le parezca, sino, lisa y llanamente, una dictadura, la propia:
“La prensa burguesa y anarquista protesta siempre contra toda clase de dictadura, ya sea obrera o burguesa. Consideran igual las dictaduras de Mussolini, Primo de Rivera y Lenin. La realidad marcha hacia las dictaduras. Es el caso de escoger entre la dictadura obrera y burguesa. La dictadura burguesa ya la conocemos es el hambre, la opresión, la ignorancia y la mordaza perpetua. La dictadura obrera, es la fuerza que destruye el hambre, la opresión, la ignorancia y la mordaza perpetua. Es decir, hablando más claro, la dictadura obrera es la que destruye la dictadura burguesa que tantos siglos hemos sufrido (...) La dictadura burguesa favorece toda clase de explotación y de vicios que envilecen. La dictadura obrera destruye la explotación y la fuente de todos los vicios. Prefiero, pues, la dictadura obrera.” (Recabarren 2015: 743-744)
El mito de la democracia superior después de la caída de la Unión Soviética
El PCCh mantendrá una admiración y fidelidad inquebrantables con la Unión Soviética durante toda su existencia. Se trata de una relación con un fuerte componente emocional de carácter prácticamente religioso, aunque ello se niegue por quienes se declaran ateos convencidos, a partir de la cual cualquier duda o crítica es vista como una herejía imperdonable o como una maniobra artera de los enemigos de la revolución.
Uno de los más grandes líderes del comunismo chileno, Elías Lafertte, nos ha dejado un testimonio muy revelador respecto de la carga emocional-religiosa asociada a la Unión Soviética a propósito de su primera visita a ese país el año 1931:
“Es difícil para mi expresar lo que sentí entonces, hacer comprender lo que para un comunista significa visitar la Unión Soviética. Yo no sé si tiene igual alegría un católico a quien se invita a Roma o un árabe que marcha hacia la Ciudad Santa donde se guardan los restos de Mahoma. En el caso nuestro no hay espejismos religiosos, pero indudablemente existen fe, confianza y cariño que se fundan en la razón, hacia el primer país donde se ha construido el socialismo (...) Creo que el de esa invitación fue uno de los momentos más felices de mi vida.” (Lafertte 1961: 236-237)
Nada, ni siquiera el célebre informe sobre los crímenes de Stalin que Nikita Jruschov presentó ante el XX Congreso del Partido Comunista de la Unión Soviética en 1956, hizo que flaqueara la admiración sin límites por ese país o que se dejase de considerarlo como la expresión de una democracia superior y digna de ser imitada. Sin embargo, el estrepitoso derrumbe desde adentro de la Unión Soviética a fines de 1991 hizo insostenible ese relato. El socialismo, con sus virtudes y su superioridad supuestamente incuestionable frente a un mundo capitalista decadente, no podía colapsar de una manera tan ignominiosa.
Esto motivó una operación de repliegue en el relato histórico que es en todo similar a aquella que Trotski y sus seguidores, los archienemigos de los comunistas prosoviéticos, venían realizando desde el ascenso de Stalin al poder: la revolución genuinamente socialista y la instauración de una verdadera democracia llevada a cabo por Lenin fue deformada y corrompida por Stalin y sus secuaces. Lo que se derrumbó en 1991 no fue, por tanto, la patria socialista ni la herencia de Lenin, sino su trágica adulteración posterior.
Un ejemplo paradigmático de esta operación de salvataje de la “gloriosa Revolución de Octubre” y de su ideología, el marxismo-leninismo, nos lo da el relato sobre la caída de la Unión Soviética articulado por quien fuese el principal líder de los comunistas chilenos desde 1958 hasta 1989, Luis Corvalán. En su libro de 1993 El derrumbe del poder soviético, Corvalán defiende sin concesiones la concepción fundacional de su partido sobre el régimen bolchevique implantado por Lenin. A su juicio, en la Rusia soviética se instauró “una democracia cualitativamente superior a la que se conocía en Occidente”, es decir, “una dictadura de la mayoría sobre la minoría”, que el líder comunista chileno llega incluso a considerar como la realización del ideal democrático de Abraham Lincoln:
“El poder soviético surgió como un poder democrático, como una dictadura de la mayoría sobre la minoría, como una democracia cualitativamente superior a la que se conocía en Occidente, donde la minoría domina sobre la mayoría, generalmente con métodos sutiles que le permiten mantener a mucha gente en el engaño. Soviet significa consejo y los primeros soviets estuvieron formados por representantes de los obreros, de los campesinos, de los soldados y de los marineros, que pronto abarcaron también a otras categorías de ciudadanos. Por primera vez en la historia se trataba de crear una democracia como la concebía Lincoln, como el gobierno del pueblo, por el pueblo y para el pueblo.” (Corvalán 1993: 40)
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