El libro negro del comunismo chileno. Mauricio Rojas

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Название El libro negro del comunismo chileno
Автор произведения Mauricio Rojas
Жанр Документальная литература
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Издательство Документальная литература
Год выпуска 0
isbn 9789569981197



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carente de moral respecto de los medios de lucha, será adoptada plenamente por Lenin, cuya crítica a los populistas sobre este asunto se referirá solo a lo oportuno de utilizar el terror en un momento determinado y, sobre todo, al hecho de concebir su rol como un medio aislado de otras formas de lucha y sin inserción en las luchas populares. Este punto de vista es explicitado en el primer número de Iskra (diciembre de 1900), el periódico fundado por Lenin para desarrollar y coordinar la lucha revolucionaria, donde sostiene lo siguiente (recordemos que por entonces las corrientes comunistas aún se autodenominaban socialdemócratas):

      “La socialdemocracia no se ata las manos, no limita sus actividades a un plan cualquiera previamente preparado o a un solo procedimiento de lucha política, sino que admite como buenos todos los procedimientos de lucha, siempre que correspondan a las fuerzas de que el partido dispone y permitan lograr los mayores resultados posibles en las condiciones dadas.” (Lenin 1981: 396)

      Lenin volverá a abordar el tema en el cuarto número de Iskra, de mayo de 1901, y por si alguna duda hubiese quedado acerca de si la expresión “todos los procedimientos de lucha” también incluía el uso del terror bajo circunstancias propicias, establecerá lo que sigue:

      “En principio, jamás hemos renunciado ni podemos renun­ciar al terror. El terror es una acción militar que puede ser utilísima y hasta indispensable en cierto momento de la batalla, con cierto estado de las fuerzas y en ciertas con­diciones.” (Lenin 1981a: 7)

      Estas palabras venían a reiterar un célebre pronunciamiento sobre el uso del terror de uno de los padres fundadores del marxismo, Friedrich Engels:

      “Una revolución es, indudablemente, la cosa más autoritaria que existe; es el acto por medio del cual una parte de la población impone su voluntad a la otra parte por medio de fusiles, bayonetas y cañones, medios autoritarios si los hay; y el partido victorioso, si no quiere haber luchado en vano, tiene que mantener este dominio por medio del terror que sus armas inspiran a los reaccionarios.” (Engels 1873)

      El uso de “todos los procedimientos de lucha”, incluido el terror, se haría realidad, a una escala sin precedentes después de la toma del poder por los bolcheviques en 1917 y llegaría a su paroxismo bajo Stalin en la década de 1930. El “gran terror”12 de la época estalinista, con sus millones de muertos, fue el triste corolario de una moral en la que el fin, la construcción de la utopía comunista, justifica todo medio que se considere necesario para poder alcanzarla.

      De esta manera surgieron los “criminales perfectos” de los que nos habla Albert Camus (2013) en El hombre rebelde, aquellos que matan sin remordimientos ni límite alguno ya que están convencidos de que lo hacen en nombre de la razón y el progreso.

      La construcción de aquella sociedad que sería, mientras existió, el norte invariable de los comunistas chilenos fue emprendida por Lenin y consolidada por Stalin a través del terror generalizado y la destrucción de toda vida económica, social o cultural independiente del Partido-Estado. Su arma más eficaz y su efecto más profundamente destructivo fue una desconfianza generalizada, un miedo universal que hacía que cada individuo viera en toda relación social ajena a la esfera del Partido-Estado un peligro para su propia supervivencia.

      Se trata de un largo proceso iniciado la noche del 24 al 25 de octubre (según el calendario juliano) de 1917, cuando las tropas de asalto de la Guardia Roja bolchevique tomaron el poder en las principales ciudades de Rusia. Se llevaba así a los hechos la voluntad de Lenin, que desde septiembre de ese año venía planteando la necesidad de dar un golpe de Estado aprovechando el caos reinante. Su argumento era tajante: si 130 mil terratenientes habían podido gobernar a 150 millones de personas en los tiempos del zarismo, bien podrían hacer lo mismo 240 mil comunistas disciplinados, armados y decididos a todo (Lenin 1985: 322).

      La noche del 25 de octubre se pone al Congreso de los Soviets de Obreros y Soldados reunido en San Petersburgo ante el hecho consumado de la toma del poder, frente a lo cual la mayoría probolchevique del mismo nombra un “gobierno provisional” encabezado por Lenin. Lo que vino a continuación nada tuvo que ver con la revolución democrático-popular que se venía desarrollando en Rusia desde que la revolución de febrero de 1917 derrocó al zar Nicolás II, sino que fue su opuesto radical: una contrarrevolución antidemocrática y antipopular destinada a imponer, a sangre y fuego, el dominio de una minoría sin escrúpulos sobre la mayoría del pueblo ruso.

      Las medidas tomadas por los nuevos gobernantes lo dicen todo: ya el 27 de octubre de 1917 se reinstaura la censura; el 7 de diciembre se crea la Cheká, es decir, la policía política del nuevo régimen que pronto llegará a tener unos 250 mil efectivos; el 6 de enero de 1918 se disuelve por la fuerza la Asamblea Constituyente, democráticamente electa y en la cual los bolcheviques estaban en minoría; el 14 de enero se destinan destacamentos armados para efectuar requisas de alimentos en el campo bajo la orden de Lenin de “adoptar las medidas revolucionarias más extremas”, incluyendo “el fusilamiento en el acto de los especuladores y saboteadores” (Lenin 1986: 326); en abril, Lenin llama a ejercer abiertamente la dictadura “férrea” e “mplacable” e iniciar, sin mediar ningún levantamiento significativo contra el nuevo régimen, la guerra contra toda oposición.

      Sus palabras al respecto son meridianamente claras: “Toda gran revolución, especialmente una revolución socialista, es inconcebible sin guerra interior, es decir, sin guerra civil, aunque no exista una guerra exterior” (Lenin 1986a: 200). Y luego hace la siguiente alabanza de la “dictadura del proletariado”, que él también llama “nueva democracia”, proclamada por Marx e instaurada por los bolcheviques:

      “Esta experiencia histórica de todas las revoluciones, esta enseñanza “económica y política” de alcance histórico universal fue resumida por Marx en su fórmula breve, tajante, precisa y brillante: dictadura del proletariado. Y la marcha triunfal de la organización soviética por todos los pueblos y nacionalidades de Rusia ha demostrado que la revolución rusa ha abordado con acierto esta tarea de alcance histó­rico universal. Pues el Poder soviético no es otra cosa que la forma de organización de la dictadura del proletariado, de la dictadura de la clase de vanguardia, que eleva a una nueva democracia y a la participación efectiva en el gobierno del Estado a decenas y decenas de millones de trabajadores y explotados, los cuales aprenden de su misma experiencia a considerar que su jefe más seguro es la vanguardia disciplinada y consciente del proletariado.” (Ibid.: 201)

      Algunos meses después, Lenin mostrará hasta qué extremos estaba dispuesto a llegar para imponer esta “nueva democracia” al firmar, en agosto de 1918, la tristemente célebre orden de ahorcamiento público y masivo de kulaks (campesinos acomodados). Este terrible texto, que salió a la luz después del desmoronamiento de la Unión Soviética en 199113, dice todo acerca de su autor y del régimen de terror que estaba implantando. Por ello lo cito íntegramente (los énfasis son de Lenin):

      “11 de agosto de 1918

      Enviar a Penza

      A los camaradas Kuraev, Bosh, Minkin y demás comunistas de Penza

      ¡Camaradas!

      La rebelión de los cinco distritos de kulaks debe ser suprimida sin misericordia. El interés de la revolución en su conjunto lo exige, porque la “batalla final decisiva” con los kulaks se está desarrollando por todas partes. Necesitamos estatuir un ejemplo.

      1. Ahorquen (ahorquen de una manera que la gente lo vea) no menos de 100 kulaks conocidos, hombres ricos, chupasangres.

      2. Publiquen sus nombres.

      3. Quítenles todo su grano.

      4. Designen rehenes – de acuerdo al telegrama de ayer.

      Háganlo de manera tal que la gente, a centenares de verstas14 a la redonda, vea, tiemble, sepa, grite: están estrangulando y estrangularán hasta la muerte a los kulaks chupasangres.

      Telegrafíen acuso, recibo y ejecución.

      Suyo,

      Lenin

      Busquen gente verdaderamente dura.” (Citado en Pipes 1996: