365 días para cambiar. Sònia Borràs

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Название 365 días para cambiar
Автор произведения Sònia Borràs
Жанр Книги для детей: прочее
Серия
Издательство Книги для детей: прочее
Год выпуска 0
isbn 9788418013959



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      —No es ni mucho menos el final —me dice sonriéndo­me—. Estoy seguro de que si has logrado superar todo lo más difícil, ¿por qué no superarás todo estos días oscuros que ahora se te avecinan como algo insalvable? Además, pronto dejarás de pensar en mí, ya lo verás.

      —No, no lo veré, porque es imposible olvidar el vacío que alguien deja cuando se va. Aunque sea durante un tiempo indeterminado. Es como pedir que deje ir algo que amo con todas mis fuerzas —susurro en voz baja.

      —Los días pasan, y en un abrir y cerrar de ojos todo vol­verá a su normalidad —yo también quiero contagiarme de la esperanza, pero no sé si estoy capacitada para albergar tanta esperanza que me es imposible creer.

      —No me gustaría que me olvidases —en el momento que se me escapan aquellas palabras no entiendo por qué lo he dicho, pero tampoco rectifico lo dicho.

      Durante algunos segundos me abraza, y siento que se de­tiene le tiempo. Al menos, mi tiempo, mi mundo, está con­gelado. Todas las palabras flotan y están entre nosotros, y rememoro la conversación algunas veces, como si esperara no olvidar ni una coma de lo dicho. Como si quisiese que el recuerdo se quedara anclado en aquella escena, concentrado en aquel momento.

      Ha llegado la hora de decir adiós, así que ¿para qué sufrir más alargando el momento?

      En cuanto me giro y veo su rostro triste siento que algo se hunde en mí, como si estuviese flotando por un mar en calma y de repente me atrapase una ola.

      Me digo que debe irse, que le esperan nuevas oportunida­des para seguir progresando y aprendiendo en su oficio. Solo con aquel pensamiento, sigo adelante, pero siento que la silla de ruedas está presa en el suelo por unas pesadas cadenas.

      «No mires atrás, no lo hagas», me repito varias veces. Antes de llegar a la habitación las lágrimas ya manchan mis ojos y mi llanto resuena por el desierto pasillo.

      Atrapada por mis sentimientos

      Su hermano se ha ido, y él también. Es el primer pensa­miento que cruza por mi mente al despertar. Total, ¿por qué debo despertar? Lo único que desearía es dormir para siem­pre porque mi vida va cambiando, pero a mí me cuesta mucho adaptarme a los cambios que llegan y tan rápido como llegan crean lagunas de sentimientos y emociones que se arremoli­nan en mí. «Todo lo malo pasará», me repito día tras día como si fuese un mantra. Pero mientras, me siento enjaulada. Atra­pada por mis propios pensamientos, atrapada por la situa­ción. Soy como un pájaro con las alas rotas, que está atrapado en su propia jaula y no puede escapar.

      Voy al lavabo y sé que hoy no debería mirarme en el espejo si no quiero desanimarme aún más de lo que ya estoy, pero no lo puedo evitar. Mis ojos están rojos e hinchados de llorar y perdieron todo su brillo y su color vivo, mi piel está más pálida, como si estuviera enferma, y unas profundas ojeras recubren mis ojos. Me siento apagada, pero todo esto debe acabar, y sé que algún día acabará.

      Cuando se abre la puerta espero ver a mi madre, como la mayoría de mañanas, pero veo a mi padre, y me alegro tanto que voy todo lo deprisa que puedo con la silla de ruedas hasta donde está para abrazarle. Mi padre se alegra al verme, pero cuando me ve tan apagada su sonrisa decae y se transforma en un gesto de preocupación.

      —¿Cómo estás, cariño? —pregunta a pesar de que sobran las palabras.

      —No voy pasando mis mejores días, pero no tengo dolor —«Al menos no es físico», quiero añadir, pero a último mo­mento decido que no es el momento de expresar que me en­cuentro mal puesto que él ya tiene suficientes motivos por los que preocuparse.

      —Y tú, papá, ¿cómo te encuentras? He estado muy preo­cupada —«Tenía miedo de perderte», piensa una parte de mí, pero me niego a decirlo en voz alta.

      —Fue una recaída, solo eso. Ya estoy bien —sonríe, pero sé que no está bien. Sus ojos no lo reflejan. Se pueden saber muchas cosas por la expresión de los ojos de las personas, lo sé desde pequeña.

      La cara es el reflejo del alma, pero los ojos te dicen su estado.

      —Mamá me contó lo que te había pasado, no sabes cuánto sentí el no poder estar ahí —digo apenada.

      —No se puede hacer nada, Elise, pero ya pasó. Ha queda­do en otro susto —dice en un tono que, aunque pretende ser tranquilizador, no me parece despreocupado del todo.

      —Eso espero. —Pero sé que no le creo, en los últimos meses ha tenido más de tres ataques, y hay algo que no va bien aunque los médicos digan que sí. Sé que no está bien, lo puedo sentir.

      Me abraza, le he extrañado mucho, he temido por su vida, espero que no me vuelva a asustar más. Pero ambos sabemos que no será la última vez que pase. No quiero decir todo lo que pienso, pero una lágrima se escapa, y antes de que la pueda borrar mi padre la ve.

      —¿Qué sucede? ¿No te encuentras bien? —pregunta alarmado.

      Una vez más... ¿Por qué de repente me he vuelto tan sen­timental? Nunca he sido de lágrima fácil, y con lo que he llo­rado durante estos días podría formar charcos en el suelo de la habitación.

      —No es eso, es que... temí porque me abandonaras, vi que no podría estar a tu lado y lo pasé muy mal. Sentí que se esta­ban haciendo muchas pesadillas realidad, todas de repente, y no podía escapar de ellas, lo cual supongo que es peor —digo entre pausas, en las que tengo que ahogar los sollozos para poder hablar.

      —Hija, no te voy a dejar, haré todo lo que pueda —sonríe—. Pero si por desgracia algún día te dejo... Quiero que sepas que pienso que eres la chica más luchadora de la familia, y aunque me vaya debes seguir adelante. Pero por siempre sabrás que te quiero. —Me abraza, y yo, como puedo, contengo las lágri­mas.

      —No me digas eso —digo con temor en mi voz.

      —Elise, no te puedo mentir, ambos sabemos que no está nada alejado de la realidad, puede pasar hoy o mañana o quizás pueden pasar meses o años, pero existe la posibilidad. Llegará el día en el que nuevas pesadillas se hagan realidad, pero mientras, lucha por tus sueños, lucha por tu vida. No te preocupes por mí. Estaré bien, intentaré vivir lo mejor que pueda, y no quiero que sufras por mí, cariño, ya tienes de­masiado de lo que estar preocupada. —Mira hacia la silla de ruedas.— Solo debes pensar en que mejorarás, porque eso será una realidad, algún día. Y por lo visto estás mejor.

      Me seca las lágrimas que han caído por mis mejillas.

      —No quiero verte llorar, ¿entendido? —me reprime un poco por mi sentimentalismo—. ¿Qué es eso de llorar cuando deberías esforzarte por seguir adelante? Solo seguir adelante, y no mirar más allá.

      —Estoy muy sensible últimamente, y ya sabes que nunca lo he sido, no sé qué le ponen a la medicación, pero estos días solo tengo ganas de llorar —digo en un esfuerzo por bromear sobre mi estado y aligerar la carga que tienen mis palabras.

      —¿Qué esperabas? ¿Que todo fuera de color de rosa? —dice seriamente, y veo al hombre que tantos momentos ha estado a mi lado desde que era pequeña y me animaba cuando lo necesitaba pero que también sabía regañarme cuando era necesario. Él me ha hecho ser quien soy hoy en día, y tengo mucho que agradecerle.

      —No... Supongo que no. De hecho, ya sabía que nada sería así —encojo los hombros y parpadeo con fuerza para desha­cerme de las lágrimas.

      Me abraza de nuevo, y ninguno de los dos dice nada en ese momento, aún tengo miedo de perderle, pero quiero creer lo que me dice, quiero guardar un poco de inocencia y pensar que la vida volverá a ser la de antes, saber que los días de feli­cidad llegan, aunque sé que la realidad no se parece para nada a la de hace un tiempo, si es que tiempo atrás podía hablar de felicidad.

      Llega mi madre con un café en la mano y se nos queda mirando. No esperaba que ambos estuviéramos llorando a lá­grima viva enfrente