El Errante I. El despertar de la discordia. David Gallego Martínez

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Название El Errante I. El despertar de la discordia
Автор произведения David Gallego Martínez
Жанр Языкознание
Серия
Издательство Языкознание
Год выпуска 0
isbn 9788418230387



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hasta los tobillos, y llevaba el pelo negro recogido en un pequeño moño coronado con una trenza. Era de una edad similar a la del hambriento fugitivo que la observaba entre las hojas del seto. Pero ella también lo veía a él, después de descubrirlo allí tras su aparición poco discreta. Por la puerta apareció otra persona, una mujer mayor con un vestido oscuro y un trapo que le cubría la cabeza.

      —¿Ocurre algo, señorita? —preguntó la mujer al comprobar lo atenta que estaba la chica a los setos.

      Pero no llegó a contestar antes de que un guardia irrumpiera también allí.

      —Disculpadme —dijo el hombre—, ¿han visto aparecer por aquí a un chico mal vestido, de esta altura, aproximadamente?

      La mujer mayor negó, pero la chica volvió a mirar hacia los setos, con una sonrisa divertida y una pizca de malicia en la mirada. El chico juntó las manos y negó suavemente con la cabeza.

      —¿Y usted, señorita?

      La chica reaccionó. Cambió el gesto a uno más inocente.

      —Oh, lo siento. No he visto nada.

      —Por favor, si lo ven, avísennos.

      —¿Qué ocurre con él? —preguntó con curiosidad la chica.

      —Es un ladrón y un alborotador. Ha robado esta mañana en el mercado y ha atacado a muchas personas en su huida.

      La chica volvió a mirar hacia las plantas.

      —Vaya —volvió a sonreír.

      El guardia abandonó el patio, y la mujer y la chica hicieron lo mismo poco después. El chico, por su parte, aprovechó la aparente calma para mordisquear el dulce, cuyo relleno de crema había dejado de ser un relleno y le había manchado toda la mano por haberlo apretado durante la carrera. Pero igualmente le supo a gloria.

      No llegó a acabarlo antes de abandonar el patio, vigilante ante la aparición de cualquier guardia. En aquel momento le llamaba la atención otro asunto, uno que encontró caminando calle abajo junto a la mujer de vestido negro, poco antes de entrar en una de las viviendas de la misma calle. Se acercó hasta allí, hasta un edificio de tres alturas levantado con ladrillo y piedra. La fachada estaba cubierta con enredaderas que ascendían por ella, y en la segunda altura había una puerta doble de cristal que daba a un balcón, adornado con f lores de colores llamativos. Se asomó a una de las ventanas de la planta baja, pero los cristales ref lejaban más de lo que permitían ver a través de ellos, de modo que apenas pudo diferenciar nada del interior.

      —¿Qué haces, muchacho?

      El chico dio un respingo al sentir detrás de él una voz acusadora. El estómago le dio un vuelco al comprobar que procedía de un hombre joven con el mismo uniforme que el de los guardias que lo habían perseguido. Su mano izquierda descansaba sobre la empuñadura de la espada que llevaba a la cintura, y parecía tener problemas en mantener algunos mechones de pelo apartados de los ojos.

      Tragó saliva mientras el guardia lo examinaba de arriba abajo. Vio que se detuvo en el pastel mordido que llevaba en la mano.

      —Así que tú eres el ladrón que ha alterado a mis compañeros —se puso serio—. Esta vez te dejaré ir, yo pagaré eso, pero tienes que prometerme que nunca volverás a robar, ¿queda claro?

      —Sí, señor —el chico asintió aliviado. Las piernas no le habrían agradecido otra huida.

      —Y ahora, será mejor que te vayas antes de que alguien te encuentre.

      Con un tímido asentimiento, el chico echó a correr calle abajo, alerta aún ante la aparición de más guardias. El joven se quedó atrás, observándolo mientras se alejaba.

      —Muy bien, Teren —dijo para sí—. Sigamos con la ronda.

      Capítulo 7

      Las nubes volaban bajas, y el cielo comenzaba a teñirse de tonos rojizos. Garrett estaba sentado en una roca, junto a un camino que atravesaba uno de los bosques cercanos a Lignum. Los árboles, que f lanqueaban el paso, extendían sus ramas frondosas, formando arcos de hojas que mantenían a la sombra la mayor parte del lugar. El ambiente estaba en calma. Lo único que se oía era el piar de los pájaros y el roce de una piedra lisa contra el filo de una espada. El caballo de Garrett lo esperaba pacientemente mientras terminaba de afilar el arma.

      —Sabes que esto no es necesario, no puedo estropearme…

      —Me relaja hacerlo.

      En la lejanía, comenzó a escucharse el ritmo apresurado de unos cascos de caballos. El sonido creció en intensidad a medida que se acercaba, hasta que se extinguió junto a Garrett. Seis jinetes se habían detenido en el camino, con los ojos puestos en el hombre que afilaba su arma. El que lideraba la marcha era un hombre de mediana edad que llevaba al descubierto unos brazos musculosos, marcados por varias cicatrices, al igual que su rostro, curtido e inexpresivo. Una cicatriz le cortaba la ceja derecha en dos.

      Junto a él iba una persona que llevaba una capa oscura que le cubría la cabeza con una capucha, de modo que nadie reconociese su rostro. Garrett dedicó una mirada fugaz al grupo y siguió con la tarea que lo ocupaba.

      —Gunthar —dijo con voz serena—. Esperaba que estuvieras muerto.

      —Yo también me alegro de verte, Garrett.

      Se produjo el silencio. Los hombres, algunos impacientes, miraban a Garrett, que no parecía tener intención alguna de querer hablar.

      —Tengo un trabajo que quizá te interese —hizo una pausa, a la espera de que Garrett reaccionara. Pero no lo hizo, de modo que siguió—: la oportunidad de hacer historia. Mi socio considera que el Consejo lleva demasiado tiempo gobernando Rhydos de una forma que perjudica a todos. Creo que tiene razón, así que hemos decidido que es hora de acabar con esos inútiles y colocar a una persona capaz al frente del gobierno.

      —Déjame adivinar —interrumpió Garrett—, ¿esa persona capaz está a tu lado?

      —Es posible —siguió Gunthar—. Nos haremos con la hija de uno de los consejeros y la utilizaremos para presionar a su padre: él será quien disuelva el Consejo desde dentro. Cuando eso ocurra, mi socio tomará las riendas y nosotros nos cubriremos de oro, tanto que no nos hará falta trabajar nunca más. ¿Qué me dices?

      —Un plan muy estudiado, por lo que veo. Y muy original, también. Suerte con eso.

      La piedra se desplazaba desde el inicio de la hoja hasta la punta del arma, con fuerza, pero sin agresividad, trazando el movimiento por ambas caras de la espada. El sol seguía en descenso, y el bosque estaba, una vez más, en silencio.

      —¿Y bien?

      —Ya no me dedico a eso.

      —¿Y a qué te dedicas ahora, si puede saberse? Las personas como tú y yo solo sabemos dedicarnos a eso —hizo otra pausa—. O estás con nosotros, o estás contra nosotros, Garrett. Deberías saberlo. Decide bien.

      —Prefiero que me dejéis en paz.

      A Gunthar se le dibujó media sonrisa. Levantó una mano, a lo que los otros hombres respondieron con unas sonrisas más amplias.

      —Te creía más listo. Es una pena tener que deshacerse de ti, pero, si no vas a ayudarnos, de poco nos sirves vivo.

      Gunthar y el hombre de la capa se dispusieron a reanudar la marcha, pero los otros cuatro se quedaron atrás, preparando las armas.

      —Gunthar —Garrett habló en un tono más alto—. Voy a matarte.

      —Eso tendría que verlo —dijo mientras reía—. Adiós, Garrett.

      Los dos hombres se alejaron hasta que se perdieron de vista. El caballo de Garrett relinchaba nervioso ante la escena que comenzaba a desarrollarse frente a él, y Garrett aún afilaba la espada, indiferente a los cuatro hombres armados que se acercaban a él lentamente, sedientos de sangre.

      —Menuda