Un tripulante llamado Murphy . Álvaro González de Aledo Linos

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Название Un tripulante llamado Murphy
Автор произведения Álvaro González de Aledo Linos
Жанр Языкознание
Серия
Издательство Языкознание
Год выпуска 0
isbn 9788416848768



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de Cannes para alucinar con el culto al millonario pretencioso y a la desmesura: megayates con helicóptero, defensas del tamaño de un microbús, tomas de corriente que parecían las de una central eléctrica de alta tensión, cestitos para dejar los zapatos de los visitantes y que no ensuciaran el suelo, etc. Cuando amenazó la noche algunos se iluminaron como si fuera a rodarse una película, incluso con luces de colores por debajo de la línea de flotación, una complicación electrónica con un objetivo meramente estético. Otro concepto de la náutica en un mundo y aparte. Al ir a ducharnos (por cierto, para mí una ducha muy original porque confundí el bote del gel con el del aftershave) uno de los megayates había organizado un sarao con música de discoteca que no sonaba, explotaba, y que tenía muy contentos a los vecinos. Había ampliado la plataforma de popa de su barco ocupando una parte del muelle, que había delimitado con una moqueta roja y unos tiestos. Los altavoces y la barra libre estaban en el muelle. Como, aunque sean ricos, el espacio es el que hay, las popas donde estaban intentando cenar los de los barcos vecinos estaban a uno o dos metros de aquella discoteca improvisada, y no podían ni hablar. Para más inri habían dejado abierta la puerta de nuestros baños para que aquella multitud de invitados no usara los aseos del barco, y estaban más sucios que nunca. Además no respetaban la indicación del sexo, y mientras yo me duchaba entraron varias chicas a hacer sus necesidades. En Francia en algunas marinas los aseos son unisex, pero están preparados para ello con espacios más grandes y espejo en cada ducha, de manera que no tengas que salir a medio vestir. Además está indicado en la puerta para no dar lugar a confusiones. Pero en Cannes no era así, y las chicas se estaban metiendo descaradamente en el de chicos siguiéndose unas a otras como un perro sigue a su amo. Allí se veía la miseria de la gente guapa.

      Dormimos perfectamente y al día siguiente no tuvimos que madrugar pues nos esperaba una etapa cortísima. Fuimos al mercado y a comprar en una tienda de electricidad lo necesario para hacer un alargo para la corriente de 220 V del pantalán a la nevera nueva, pues a diferencia de la anterior, que solo era para 12 V, la nueva tenía enchufe para 12 y para 220 V. Además tuve la suerte de que esa misma tienda me recogió unas bengalas caducadas que llevaba arrastrando desde España. La pirotecnia caducada es un problema a bordo y hasta hace poco irresoluble, pues no había donde tirarla y está prohibido hacer uso de ella sin una emergencia real, o sea que tampoco puedes usarla para practicar. Además está multado llevar pirotecnia caducada a bordo pues es un riesgo añadido de explosión. Desde hace poco se ha legislado que el vendedor de las nuevas debe quedarse las caducadas para retirarlas y devolverlas al fabricante con todas las medidas de seguridad en su almacenamiento y transporte. Pero claro, solo te retiran las que sean del mismo fabricante que las que compras nuevas, por lo menos en España. Y yo no había tenido esa suerte. Pues en Cannes me las retiraron sin cobrarme nada, aunque me explicaron que el sistema es como el de España y el precio de la retirada lo repercuten en las bengalas nuevas, que ahora cuestan un 44 % más que antes.

      Ese día presentaba Ana nuestra actividad de vela solidaria en el Congreso Nacional de Hematología y Oncología Pediátrica que se celebraba en Santander, y desde tan lejos tuvimos un pensamiento para ella deseándole suerte. Finalmente abandonamos Cannes poco antes del mediodía para una etapa corta hasta las Islas Lèrins, pero eso lo contaré en el siguiente capítulo.

      Capítulo 6

       Más islas y escala en Mónaco

      El archipiélago de las Lèrins está constituido por dos islas, Santa Margarita y San Honorato, y algunos islotes, a solo 3 millas al Sur de Cannes. San Honorato fue un ermitaño que ocupó la isla del Sur, y según una leyenda santa Margarita sería su hermana. Salimos hacia él a las 11:23 h después de hacer gasolina, y al salir entre las escolleras del puerto de Cannes nos llamó la atención algo en lo que no nos habíamos fijado el día anterior al entrar. La baliza roja del espigón del Oeste (el de estribor al salir) es nada menos que una torre de control como las de los aeropuertos, que regula el tráfico de helicópteros entre los megayates y la tierra firme, y entre los otros puertos “finos” de la Costa Azul donde la gente rica, tirando a riquísima, veranea. Vimos muchos viajes de helicóptero entre los megayates fondeados fuera y el puerto (o sea, usan el helicóptero en vez del anexo) así como entre Cannes y Mónaco, San Remo, Saint-Tropez y puertos similares de la jet, seguramente trayendo y llevando invitados para sus cruceros. Cuando el helicóptero llegaba a tierra había un cochazo, normalmente un todoterreno de superlujo, esperando para recoger al ilustre. Todo un espectáculo.

      Nuestra idea inicial era ir a San Honorato, la de más al Sur y más pequeña, que tiene un puerto y pasar allí la noche porque en Santa Margarita no hay muelle para visitantes. Pero nos habían dicho en la capitanía de Cannes que ya no tiene un metro de calado como afirma la Guía Imray sino 80 cm, y esa diferencia fue suficiente para decidirnos. El Corto Maltés cala 70 cm con la orza subida y cualquier olita nos haría chocar con el fondo. Pero el cambio fue providencial, porque era sábado y todo Cannes estaba en el estrecho entre Santa Margarita y San Honorato y aquello parecía El Puntal de Santander un domingo de verano. El problema es que pensábamos que Santa Margarita no tenía pantalanes accesibles y por tanto tendríamos que fondear y llegar a la isla a nado. A pesar de la hora un poco tardía para nuestras costumbres llegamos los primeros y estuvimos dando unas vueltas por la costa Norte de la isla investigando la profundidad de la zona y el tipo de fondo. Nos llevamos algún pequeño susto, de los de tener que dar marcha atrás precipitadamente, pues de repente aparecían bajíos de rocas y nos parecía que íbamos a chocar. Además la mayor parte del fondo era de algas, que son un mal tenedero para el ancla, lo que te garantiza una noche de no pegar ojo pues cualquier cambio de viento puede hacerte garrear. Creo recordar que estuvimos incluso pensando prescindir de esta escala y seguir ese mismo día para Mónaco. Pero vimos fondeado un velero francés con el tambucho abierto y nos acercamos a preguntar, que suele ser lo mejor. Al llamarle, emergió por el tambucho el patrón del velero cepillándose los dientes. Debía haber dormido allí y conocer el sitio. Y en efecto nos dijo que el pantalán de las vedettes que desembarcan a los turistas, por su lado Este (43º 31,36’ N; 7º 2,30’ E) era de acceso libre para estancias de hasta 6 horas, y que calaba más de un metro y medio. Nos dirigimos allí y efectivamente lo presidía un cartel especificando que se podía amarrar 6 horas de cada 24. Nos colocamos proa al pantalán, que era de hormigón y fijo al fondo en vez de flotante, con calado de unos dos metros y fondo de algas.

      La maniobra fue un poco complicada, porque era nuestro primer amarre de proa al pantalán y no teníamos preparada la segunda ancla por la popa. La mecánica es echar un ancla por la popa bastante lejos del pantalán (cuanto más lejos mejor para que tire lo más horizontalmente posible sobre el fondo), llegar con la proa al pantalán donde uno se baja o le da las amarras a un voluntario que las afiance en el muelle, y a continuación recuperar del ancla de popa para tensar su línea y que el barco quede firme. Al no tener preparada el ancla de popa tuvimos que echar la de proa y cruzar el barco con su cabo para amarrarla en la cornamusa de popa, un lío. Además como el fondo era de algas el ancla no agarró a la primera y el Corto Maltés quedó suelto de la popa. Tuvo que bañarse Nacho para clavarla a mano en el fondo y quedarnos más tranquilos. A nuestro babor había una motora con una pareja joven y dos niños que iban a pasar el día en la isla. Nos dijeron que ellos solían venir aquí y echaban el ancla a unos 40 metros del muelle y que toda su línea era de cadena, que sujeta mejor que el cabo porque pesa más y la hace trabajar más en horizontal. Nos quedamos con la duda de nuestro agarre y, efectivamente, más tarde, al volver de visitar la isla, comprobamos que había vuelto a soltarse. Esta vez, para estar más seguros pues se acercaba la noche, decidimos llevarla lo más lejos posible, tanto como diera su cabo de amarre. Al no tener chinchorro había que hacerlo nadando, y es imposible nadar con el peso del ancla y de su cadena.

      Para lograrlo enganchamos el ancla con un mosquetón fácil de soltar a una defensa, y los aproximadamente 10 metros de cadena que lleva el Corto Maltés a otra. Nacho se alejó nadando con las dos defensas y todo ese peso debajo mientras yo iba largando el cabo a medida que se alejaba. Al llegar al límite las dejó caer al fondo mientras yo tiraba desde el barco para que se clavara y la hacía firme en popa. Además Nacho bajó