Un tripulante llamado Murphy . Álvaro González de Aledo Linos

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Название Un tripulante llamado Murphy
Автор произведения Álvaro González de Aledo Linos
Жанр Языкознание
Серия
Издательство Языкознание
Год выпуска 0
isbn 9788416848768



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buceo de los marselleses.

      Como el día estaba tranquilo y casi sin olas, a media mañana aprovechamos para desarmar e intentar arreglar la neverita, que había dado su última bocanada unos días antes. Después de desarmarla entera llegamos a la conclusión de que no era un fallo de los cables eléctricos, lo único que hubiéramos podido reparar a bordo, sino de la CPU, para lo que el manual recomendaba dirigirse a los servicios técnicos de la compañía. Como no podíamos hacerlo navegando, tendríamos que comprar otra, lo que era pena porque aún estaba en garantía. Eso nos obligaba a cargar con la estropeada estorbando a bordo durante tres meses, para poder hacer efectiva la garantía al volver a Santander. La estibamos al fondo de la cama de popa y allí pasó todo el viaje, aunque en varias ocasiones estuve a punto de tirarla a un contenedor.

      A eso de las 14 h, después de comer, el viento del Oeste roló al Sur con lo que quitamos el génova y seguimos solo con el espí amurados a estribor. Más tarde cayó del todo, el avance disminuyó a un mero arrastre y tuvimos que usar el motor. Aunque era pronto no nos apetecía seguir haciendo camino a motor y esta vez no íbamos apresurados, así que miramos en la Guía Imray los puertos que teníamos al alcance y decidimos entrar en el de la Isla Embiez. No teníamos ninguna referencia de ella. Es más, llevábamos como bibliografía importante una serie de reportajes de la revista Voiles et Voiliers sobre las islas de Francia, que habían recorrido en un trimarán de unos 8 metros, publicados en sucesivos números del año 2012, y la Isla Embiez ni la mencionaban. Tampoco la habíamos visto en los catálogos y ni siquiera sabíamos que estaba allí, pues está muy cerca de la costa y en los mapas de pequeña escala no se ve que sea una isla. Habíamos salido de Frioul sin destino fijo y fue dejarnos el viento desamparados lo que encaminó nuestra proa a Embiez. Y como pasa muchas veces, esa escala sin pretensión y tan aleatoria fue uno de los sitios más bonitos y una de las sorpresas de este viaje. Murphy: 5, Corto Maltés: 4. Tanto que volvimos a visitarla en la navegación de vuelta, contra nuestra costumbre de recalar en puertos diferentes para intentar conocer los más posibles.

      A la altura de Embiez empieza la conocida como Costa Azul, aunque distintas guías turísticas nombran así a zonas diferentes, buscando ampliarla para ensanchar también sus beneficios. La isla se encuentra casi pegada a tierra (un estrecho de 125 metros muy poco profundo) al Oeste del Cabo Sicié, un enorme promontorio que se adentra unos 10 kilómetros en el mar y donde el viento siempre se acelera. Está rodeada de bajos fondos y arrecifes pero bien señalizados con marcas cardinales, así como de islotes entre los cuales no se puede navegar. La única excepción es entre el islote Grand Rouveau y Embiez. Está situado 70 metros al Oeste de Embiez, separados por un estrecho plagado de escollos pero que deja un paso navegable con 3 metros de calado, y que debe seguirse utilizando una demora (la boya cardinal Norte llamada La Casserlane al 20º) y solo con el mar tranquilo o conociendo bien el paso. Nosotros no lo utilizamos ni a la ida ni a la vuelta por su peligrosidad. Llegamos a Saint Pierre des Embiez (43º 4,76’ N; 5º 47,15’ E), el puerto de la isla, rodeando por fuera todos los islotes y escollos para no arriesgarnos. Está situado al Nordeste de la isla y por lo tanto perfectamente protegido del mistral, y de hecho era utilizado ya como refugio natural por los griegos y los romanos. Nosotros entramos a las 15:15 h de un día de pleno verano. En total habían sido 27 millas en unas 7 horas.

      Nos atendió en capitanía una chica muy amable y simpática, con los dientes blancos como las rompientes, que hablaba algo de español, porque había vivido en España y en dos países de Sudamérica. Nos comentó que no recordaba ningún barco español en su isla, aunque sí rusos y holandeses (¡!). Nos explicó algunas peculiaridades del puerto. Al ser una isla privada aceptas un reglamento de régimen interior y en caso de no cumplirlo pueden echarte. Está prohibido fumar y hacer fuego en toda la isla, con excepción del pequeño núcleo habitado cercano al puerto. No se permite el camping, el ruido, la recogida de especímenes biológicos ni la circulación de coches o motos (aquí las carreteras son un poco mejores que en Frioul). La circulación de bicis está reglamentada y en algunas zonas de la isla no se permite entrar ni siquiera en bici. Hay que recoger las deyecciones de los perros, para lo cual daban bolsas en la capitanía. Y reúne todas las acreditaciones de puerto limpio y ecológico, con recogida selectiva de todo tipo de residuos y bomba de aceite de sentinas, aguas negras, pirotecnia caducada, etc., habiendo conseguido el galardón “Bandera Azul” de la Unión Europea. Además ahorraban agua al máximo y en los pantalanes no había mangueras, para no dilapidarla lavando el barco. Por si fuera poco tenía lavandería para la ropa. Después de explicarnos todo y darnos un folleto con los detalles, nos hizo el favor de llamar a dos puertos de los que íbamos a visitar los próximos días para ver si en la tienda náutica de Accastillage Diffusion tenían la nevera que necesitábamos, y como en el segundo la tenían, les pidió que nos la apartaran. Era en Sainte-Maxime, donde nos esperarían con ella el jueves, dos días después.

      Por la tarde fuimos a recorrer la isla en bici. Aunque es privada se puede visitar entera. La adquirió en 1958 Paul Ricard, el de la bebida de aperitivo que es muy famosa en Francia, junto con la isla Bendor, más al Norte y que visitaríamos a la vuelta, con la intención de hacer en ellas unos complejos turísticos de veraneo. Al final le gustaron tanto que las hizo reserva natural. En nuestro viaje de vuelta estuvimos retenidos dos días en Embiez por el mistral, la conocimos aún mejor y por eso más adelante contaré más cosas de la isla. En toda ella, y la recorrimos entera, solo hay un trenecito de carretera para visitas guiadas, algún coche eléctrico de los servicios, y una roulotte enorme de los años 50 que es una hamburguesería, pero que no circula. Lo demás todo son bicis. Además tiene viñedos y fabrican su propio vino local, que se envasa en la misma isla. También una Fundación Oceanográfica que desde 1966 comparte un museo y acuarium con unos laboratorios de investigación de la ecología marina local, donde vimos un curioso y sencillo barquito para estudios de los fondos marinos, con una caseta bajo el agua. En su costa Este Embiez está separada del Continente por una zona de poco fondo (la laguna de Brusc, 43º 4,40’ N; 5º 47,38’ E) donde el mar ha sido cerrado por un arrecife de posidonia, y allí se ha hecho una especie de estanque poco profundo, entre 20 y 100 cm, plano como el discurso de un diputado, donde se estudia la fauna marina, el cultivo de peces en granjas y los contaminantes. Yo no conocía los arrecifes de posidonia. Al parecer el alga va creciendo hacia la superficie, y en su base las raíces se van endureciendo como los dedos de un anciano, asfixiándose por la basa y los sedimentos, y muriendo, y elevando el fondo hasta hacer una pared en el mar poco profundo. En aquellas aguas someras había mucha gente bañándose y en piraguas y colchonetas.

      Recorrimos todo el perímetro de la isla por una senda costera ilustrada con paneles informativos relativos a temas de historia, geología, botánica o zoología. En su extremo Sur se conservaba un antiguo faro de los que se encendían con una fogata, y habían dejado, como curiosidad, un almacén lleno de yerba seca como se tenía antiguamente, para disponer siempre de combustible a mano si había que encender el “faro” rápidamente. De noche se utilizaba la luz de la hoguera y de día el humo de la paja humedecida. En las inmediaciones estaba la tumba de Ricard y la de su mujer, en la cima de un acantilado sesenta metros sobre el mar, muy rústica pues era una simple laja de piedra con sus fechas y un acúmulo circular de piedras alrededor de un montículo con su enterramiento. Paul falleció en noviembre de 1997 y su último deseo fue ser enterrado allí. En uno de los rincones del camino costero nos sorprendió el detalle de una inscripción hecha con ramas en el suelo, donde un enamorado anónimo le deseaba feliz aniversario a una tal “Van” (¿Vanesa?). Dormimos a pierna suelta en aquel puerto tan protegido, en mi caso un poco triste pues recibí la noticia de que había fallecido Lituca, una querida vecina de muchos años, ya décadas, a la que dejé muy enferma en Santander y por desgracia se confirmó lo peor.

      Por la mañana esperamos a ver si por casualidad en la tienda de Accastillage Diffusion de Embiez tenían la neverita, ya que la habíamos visto en el catálogo de esta franquicia pero el día anterior había sido martes, y justo los martes cerraban por la tarde. La apertura del comercio era a las 9:10 h. Nos sorprendió esa hora tan rara pero lo comprendimos cuando a eso de las 9 h estábamos en capitanía consultando la meteorología y vimos llegar el primer ferri desde el continente. Al abrirse