Un tripulante llamado Murphy . Álvaro González de Aledo Linos

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Название Un tripulante llamado Murphy
Автор произведения Álvaro González de Aledo Linos
Жанр Языкознание
Серия
Издательство Языкознание
Год выпуска 0
isbn 9788416848768



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del Fort St-Jean, y por un precio más barato que el del día anterior en Port Gardian (15 euros en vez de 20) con lo que decidimos quedarnos en este rinconcito los tres días del cambio de tripulación. Murphy: 4, Corto Maltés: 3. Era viernes 13 de mayo y el día siguiente se despedía Mario y se incorporaba Nacho López-Dóriga, otro amigo navegante y colaborador con nuestra actividad de vela solidaria Carpe Diem con los grumetillos del Hospital Valdecilla, para acompañarme los siguientes 17 días y llevar el Corto Maltés hasta Pisa.

      El club náutico donde estaban las oficinas era muy lujoso, un edificio situado, como muchos otros, sobre una plataforma flotante dentro del agua del Vieux Port. Tenía muebles de cuero, barandillas de maderas nobles, un restaurante de muchos tenedores y en la recepción, números gratuitos de la revista Voiles et Voiliers a disposición de los socios para que se los llevaran. Por la noche hacían fiestas de traje largo en la terraza. Sin embargo el edificio de los aseos para los barcos de tránsito estaba alejado del edificio principal, en un prefabricado al que se llegaba andando unos cinco minutos a lo largo de los muelles y después de pasar bajo un puente que sostenía una de las arterias del tráfico de la ciudad. El agua de las duchas salía casi fría, aunque en aquellos días no importaba porque al poco de llegar dejó de llover y todo el fin de semana aguantamos un sol tórrido y un calor pegajoso.

      Cuando a media tarde fuimos por fin a prepararnos algo para comer nos dimos cuenta de que nuestra neverita se había amotinado y había dejado de funcionar, y empezamos el largo viacrucis de encontrarle sustituta. Murphy: 5, Corto Maltés: 3. En nuestras navegaciones anteriores habíamos carecido de nevera y la suplíamos con una caja de porespán y frigolines o cubitos de hielo. Pensábamos que la batería no daba para tanto, pues la nevera es uno de los principales consumidores de energía de barco. En este viaje llevábamos una neverita eléctrica de camping basada en el efecto Peltier, que consigue 18 ºC por debajo de la temperatura ambiente y carece de termostato. No es como las neveras con compresor que alcanzan 4-8 ºC en cualquier circunstancia. Con las del efecto Peltier si en la cabina hace, por ejemplo, 35 ºC (algo habitual en verano) dentro de la neverita solo se consigue bajar a 17 ºC, pero es mejor que nada. Se conecta a la batería y no usa gas, y nuestro modelo consumía 28 W(2 A/hora) y por eso la enchufábamos solo cuando había mucha insolación y el panel solar cargaba a tope, cuando íbamos a motor (que también carga la batería) o cuando estábamos en una marina conectados a la electricidad del pantalán. Su amotinamiento nos obligaba a volver a pedir el favor de congelarnos los frigolines hasta que consiguiéramos otra, lo que no iba a ser nada fácil. En las navegaciones de travesía no puedes dejar un aparato a reparar porque entonces no cambias de puerto y no avanzas, y comprar uno similar es difícil porque son aparatos de poca venta, no los tienen en stock y tardan días en traerlos si los encargas. La única solución era confiar en encontrarla por azar en una tienda de náutica, o pedirla por teléfono a una tienda de nuestro futuro recorrido que quisiera encargárnosla y pasar a recogerla cuando recaláramos en ese puerto. Comimos unos bocadillos a bordo y dedicamos el resto de la tarde a un recorrido rápido por Marsella y a buscar la estación de los autobuses que llevaban al aeropuerto y sacar los billetes para Mario.

      Por la noche la luna creciente, como media moneda de oro viejo, parecía un emoticono que me hiciera un guiño diciendo que no me preocupara, que todo saldría bien. El día siguiente era sábado y las oficinas abrían solo por la mañana. A las 9 se marchó Mario para coger su avión, pero a la hora me llamó para decirme que el vuelo se había anulado y no le daban otro alternativo hasta el día siguiente, o sea que volvió a bordo a acompañarme un día más. En el aeropuerto hubo escenas hasta de lloros, porque una gran parte del pasaje iba a un concierto único de Bruce Springsteen en Barcelona y se lo iban a perder. Algunos chicos jóvenes se estaban poniendo de acuerdo para alquilar coches en común e intentar llegar por sus propios medios. A Mario también le había cambiado el semblante, pero porque venía con la triste noticia de que un amigo suyo había fallecido en un accidente de buceo, y eso nos ennegreció el fin de semana.

      En Marsella estaban de celebraciones porque el lunes era festivo, quizás por pasar el Domingo de Pentecostés al lunes o algo así. Habían preparado un espectáculo de funambulismo en el que cinco artistas del equilibrio iban a intentar pasar por una cinta de 2,5 cm tendida entre la Torre Fanal y el Palacio de Pharo, un recorrido de 250 metros por encima del puerto. Para tender la cinta habían tenido que regular el tráfico de los veleros por debajo, porque podrían darle con el mástil. Habían establecido zonas y horarios según la altura del mástil del velero y estaba prohibido ver el espectáculo desde el agua parando el barco debajo. Lo malo fue que ya soplaban vientos atemporalados (llegó el anunciado mistral de fuerza 8) y así no se podía hacer el espectáculo. El sábado lo suspendieron y aunque inicialmente lo trasladaron al domingo, finalmente no se realizó porque seguía soplando igual. Menos mal que esos dos días no nos tocaba navegar. Aprovechamos nuestra estancia para recorrer Marsella.

      Intentamos llegar con las bicis al Puerto de La Lave (43º 21,56’ N; 5º 18,09’ E). Es un pequeño puerto que se hizo en la entrada de un túnel navegable, el Túnel de Rove, que comunicaba el extremo Norte de la Rada de Marsella con el mar interior Étang de Berre a través de las montañas de L’Estaque. Desde el Étang de Berre se comunicaba mediante canales con el Río Ródano. El túnel se empezó a construir en 1911 aunque la idea se proponía desde el siglo XVII. Se emplearon 3.000 obreros, fundamentalmente inmigrantes españoles e italianos, de los cuales muchos murieron pues la perforación se hacía con martillos y explosivos. Mide más de 7 kilómetros de largo, 22 metros de ancho (permitía cruzarse a dos peniches en su interior), 15 metros de alto (se podía pasar en veleros) y 4 metros de calado. Se inauguró en 1927 y se utilizó para comunicar ambos mares hasta que en 1963 un derrumbe colapsó 200 metros del túnel provocando en superficie un agujero de 15 metros. Desde entonces no se ha vuelto a utilizar y su entrada en el lado Sur, el que da a Marsella, se habilitó para puerto deportivo que es el que queríamos conocer. Hay un proyecto para reparar el túnel y volver a hacerlo navegable, además de que mejoraría el flujo de agua del Mediterráneo hacia el “étang” combatiendo su problema de eutrofización. La boca del túnel es impresionante, excavada directamente en una pared rocosa de varias decenas de metros de alto. Salimos con las bicis para recorrer los 12 kilómetros que lo separan del Vieux Port, donde estábamos, pero las calles de Marsella fueron dejando paso a carreteras, luego a vías rápidas con pasos a distintos niveles y calzadas de varios carriles, casi una autopista, y nos dio miedo seguir en nuestras bicis de juguete por aquel asfalto. Muy a nuestro pesar no nos quedó más remedio que ponernos el collar y volver con el rabo entre las piernas. Yo me hice el firme propósito de recalar en La Lave en la navegación de vuelta, aunque Mario ya se lo perdería.

      El entorno del Vieux Port es curioso de recorrer. En el agua han mantenido la base de las dos columnas que sostenían el antiguo puente sobre el puerto, que fue bombardeado en la guerra y posteriormente sustituido por un túnel bajo el agua que es el que se mantiene actualmente en servicio. Es solo para el tráfico rodado pero es una vía rápida y no nos atrevimos a pasar en bici, y además dar la vuelta por arriba era mucho más entretenido. Hay varias dársenas, muchas de ellas con las oficinas, e incluso las grúas y los varaderos, construidos sobre plataformas flotantes. Una de las dársenas era para barcos clásicos, y había auténticas joyas de madera perfectamente mantenidas, barnizadas y pintadas con esmero. Había una noria panorámica y un curioso tejado panelado con espejos en su parte inferior, de manera que veías el mundillo peatonal, y a ti mismo, desde arriba como lo vería un pájaro. En una fachada había un jardín vertical (las plantas vivas creciendo en la pared) con una silueta artística de la línea del cielo de la ciudad, y especialmente la basílica de Notre-Dame sobre un corazón rojo y una selva de verdor. Estaba tan bien hecho que parecía una pintura, y no te dabas cuenta de que eran plantas vivas hasta que el viento las movía. Además el sábado todo el entorno del Vieux Port era un mercadillo de arte, artículos náuticos, comidas y artesanía animadísimo. En una plaza había dos esculturas, una de un toro y otra de un león, que son los animales del escudo de Marsella. Lo curioso es que el escultor les había dotado de zancos y sus cuerpos estaban a la altura de un segundo piso. En otra plaza vimos una reproducción del David de Miguel Ángel.

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