Apuntes de una época feroz. Mónica T. González

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Название Apuntes de una época feroz
Автор произведения Mónica T. González
Жанр Языкознание
Серия
Издательство Языкознание
Год выпуска 0
isbn 9789563652031



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hacer periodismo.

      En Chile estaba en marcha una masacre y ella sentía que no podía quedarse de brazos cruzados en Francia, donde no había mucho que hacer por la causa chilena. Quería volver y volvió, con sus dos hijas, recién separada, sin un plan, sin muchos vínculos políticos, aun contraviniendo la opinión del partido. La dictadura se preparaba para perpetuarse mediante un plebiscito de fachada legal. La resistencia era mínima, para qué hablar de libertad de prensa. Dos años antes, la última dirigencia del Partido Comunista había sido exterminada, lo que significó un duro golpe a la lucha clandestina.

      Era 1978, quizás el peor momento para volver.

      Una de las primeras cosas que hizo fue visitar a Mario Planet. Su maestro, que también había partido al exilio y estaba de vuelta, la animó a ejercer el periodismo. Ella decía que no podía, que cómo, se preguntaba, “si tengo los dedos crespos”. Es cierto que en ese tiempo casi no había prensa de oposición, y la poca que había estaba bajo estricto control. Pero Planet insistía en que no la veía haciendo otra cosa. Ella, en cambio, se veía en cualquier ocupación menos en el periodismo.

      Por un aviso en el diario consiguió trabajo en Falabella, como subgerenta de crédito. Era algo parecido a lo que hacía en el municipio de Sarcelles. Cuentas, balances, facturas. Trabajaba a la par con los gerentes y tenía la confianza de ellos. Pero como militaba de manera clandestina, que era la única forma de militar en esos días, y como la dictadura tenía redes de espionaje en todos lados, la información no tardó en llegar a los gerentes. La despidieron.

      Algo similar ocurrirá en el Colegio de Constructores Civiles, donde ofició de gerenta por dos años. Y luego en el Instituto Chileno Norteamericano de Cultura, donde fue directora de comunicaciones por otros dos. Donde sea que estuviera, la dictadura, de tentáculos amplios y profundos, se encargaba de alertar de su militancia.

      No le quedaban muchas opciones. Estaba sin trabajo y el país vivía una aguda crisis económica, que derivó en revuelta social. El descontento se expresó en radios y revistas de oposición que rozaban los límites de la censura. Mario Planet ya no estaba en este mundo para decirle que volviera al periodismo. Pero estaba Edwin Harrington, su otro maestro, que había vuelto del exilio en México y trabajaba en un proyecto de revista llamado Cauce. Le propuso integrarse y ella dudó. No se tenía confianza, pero necesitaba trabajar y, además, hacer lo que había venido a hacer a Chile: combatir una dictadura. Entonces, apremiada por las circunstancias, se decidió.

      Eran los primeros días de 1984, días de noticias flojas, aun para un país en dictadura, y Mónica González volvía al periodismo con un reportaje sobre la mansión de Lo Curro que remecería las entrañas del régimen. Es justamente el texto que abre este volumen.

      Fue tal el suceso, que Cauce tuvo que imprimir una segunda edición de la revista, algo inédito para la época. Destacado en portada, donde se anunciaban “increíbles antecedentes sobre la faraónica mansión de Lo Curro de costo incalculable”, el reportaje echó por tierra la versión del gobierno, que poco antes había anunciado la suspensión de las obras, producto de la crisis económica. La construcción seguía viento en popa, y no sólo eso: por primera vez se revelaban detalles sabrosísimos de la decoración –lámparas de lágrimas de anticuario para los baños, escaleras de mármol rojo, tinas de hidromasajes, tapices finísimos–, que a la vez perfilaban lo que la autora llamó “el difícil gusto de la señora Pinochet”.

      A partir de entonces, Mónica González publicó un reportaje tras otro sobre la ambición de esa familia por incrementar su patrimonio. También escribió sobre violaciones a los derechos humanos, pero al menos en esta primera etapa en Cauce, que sería intensa y breve, las piezas de mayor impacto político trataron de corrupción. Una dimensión poco explorada de la dictadura, cuyos partidarios levantaban como gran reserva moral.

      Como se ve en estas páginas, a la mansión de Lo Curro le siguió un reportaje sobre los negocios a costa del Estado de Julio Ponce Lerou, el yerno de Pinochet; otro sobre el patrimonio de la hija del general y un tercero sobre el origen de la casa de descanso que la familia había construido en El Melocotón, en las cercanías de Santiago. Desde ese verano no hubo respiro. Ni para ella ni para el régimen. Por primera vez la Justicia admitió una querella contra el mismísimo Augusto Pinochet por fraude al Fisco. Unos días antes, el general había acusado “una campaña difamatoria contra mi persona y mi familia”.

      No sólo fueron palabras, por cierto. Cauce consignó seguimientos y amenazas contra sus periodistas. También hubo burdos actos de censura. En los días previos a la aparición del reportaje de la casa de El Melocotón, el gobierno suspendió la circulación de todas las revistas que no le eran favorables. Luego permitió que volvieran a circular, pero no pasó mucho tiempo para que aparecieran con fotos censuradas, en un espacio encuadrado en blanco, por orden del jefe de zona en Estado de Emergencia.

      La tolerancia del régimen se colmó con la entrevista a Gustavo Leigh, defenestrado general golpista, quien criticó duramente a Pinochet y lo acusó de tener “una ambición ilimitada”, de “eliminar sistemáticamente” a personas a quienes “considera peligrosas” y de que “sólo se mantiene (en el poder) por la fuerza”. Publicada en junio de 1984, la entrevista provocó tal revuelo que su autora, Mónica González, fue detenida por orden de la jueza Marta Ossa, por negarse a entregar los audios.

      Al día siguiente, después de pasar la noche en la cárcel de San Miguel, la quinta sala de la Corte de Apelaciones reconocía el derecho de la periodista al secreto profesional y ordenaba su liberación, la que se dilató por otros cuatro días.

      En esos tiempos el periodismo era una profesión al límite, de un cigarrillo tras otro, de trasnoches martillando una máquina de escribir y teléfonos que suenan de madrugada para lanzar insultos y amenazas anónimas. En ese contexto la censura era lo de menos. También la cárcel. La vida pendía de un hilo con cada publicación. Cada publicación podía ser la última. Esa sensación de vulnerabilidad y temor se acrecentó a partir de ese día de fines de agosto, en que un hombre de bigotes y aspecto desaliñado entró a la revista y preguntó por Mónica González. Decía ser un agente de la dictadura que quería contar todo lo que sabía y había hecho, que era mucho.

      Después de cerciorarse de que ese hombre no portaba armas, Mónica González lo condujo a una oficina de la revista. Cerró la puerta por dentro y preguntó:

      –¿Qué me quiere contar usted?

      –Sobre mi trabajo actual, nada. Yo quiero hablar sobre detenidos desaparecidos.

      –¿Recuerda nombres?

      –Sí. Los hermanos Weibel Navarrete, por ejemplo...

      –Explíquese. Usted está muy nervioso y la carga emocional que ambos tenemos es grande. No será fácil este trabajo, pero es necesario que explique con detalles. Grabaremos todo y después veremos qué se publica. ¿Está de acuerdo?

      –Me da lo mismo.

      –Lo van a matar.

      –Va a suceder, pero al menos hablé.

      Lo que siguió fue una entrevista de varias horas en la que el agente Papudo, alias de Andrés Valenzuela Morales, contó todo lo que sabía de un organismo de inteligencia militar hasta entonces desconocido. Formado por funcionarios de la Fuerza Aérea, la Armada y Carabineros, el Comando Conjunto era una organización clandestina que rivalizaba con la Dirección de Inteligencia Nacional (DINA) en la persecución de opositores, no obstante usaba las mismas técnicas: detenciones ilegales, tortura, muerte y desaparición de personas.

      Frente al relato de ese hombre que “olía a muerte”, la periodista no terminaba de convencerse. Temía ser objeto de una operación de los servicios de Inteligencia, que la tenían en la mira y la habían amenazado por sus publicaciones. Pero a la vez, el relato de Papudo era tan exacto, poblado de detalles y nombres que ella conocía, que la llevaban a confiar en que la historia del agente arrepentido era cierta, por muy inverosímil que pareciera el modo en que había surgido. Un hombre que dice ser agente se presenta un día en las oficinas de Cauce –calle Huérfanos, entre Morandé y Banderas– y pregunta por una tal Mónica González.