El coro de las voces solitarias. Rafael Arráiz Lucca

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Название El coro de las voces solitarias
Автор произведения Rafael Arráiz Lucca
Жанр Языкознание
Серия
Издательство Языкознание
Год выпуска 0
isbn 9788412145090



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que referirme a las manifestaciones literarias del período colonial con lo que tengo en la mano. Cuando nos referimos a una literatura estamos pensando en un sistema, en un corpus, no en inspiraciones aisladas, valiosísimas por lo demás, de los pocos que estamparon los frutos de sus visiones y su imaginación. Para no ser tan contundentes, aceptemos que hubo algunas manifestaciones literarias durante el largo período colonial; incluso recordemos que con frecuencia se llevaban a las tablas algunas obras de teatro, pero no exageremos: la expresión literaria de los hijos de aquella sociedad no fue suficiente como para poder hablar de una literatura colonial venezolana. Sobre todo, insisto, si pensamos en la literatura como un tejido de lectura y escritura que se expresa de manera abundante y llega a formar un sistema.

      El crítico Julio Calcaño es enfático al señalar:

      … fue a fines del siglo último [se refiere al XVIII] cuando la revolución de los Estados Unidos del Norte, la revolución de Francia y el consiguiente estado anormal de la península, abrieron nuevas sendas a las ideas de los suramericanos, hicieron posible la introducción clandestina de libros prohibidos, y contribuyeron en gran manera a la lucha de Independencia, que cambió por completo la mísera condición de las Colonias, las cuales acaso hubiera conservado España con la práctica de un sistema de colonización y gobierno más liberal, y con la difusión de las luces que preparan el corazón y el espíritu para figurar en la escena de la civilización. (Picón Febres, 1972: 115)

      Más adelante, afirma: «Nuestra literatura alborea con el sol de la revolución de Independencia».

      Gonzalo Picón Febres, en su libro indispensable La literatura venezolana del siglo XIX —donde emite juicios severos o comprensivos en exceso, siempre asentados sobre el estudio—, ofrece el siguiente panorama:

      Ningún venezolano medianamente ilustrado debe ignorar que la instrucción pública en Venezuela, a fines del siglo décimo octavo y a principios del siglo diez y nueve, era pobre, deficiente y restringida en grado sumo, por las reservas preventivas que la Corona de España siempre tuvo para ilustrar a sus Colonias de América, y muy especialmente a Venezuela. Temía, sin duda alguna, que la propagación y lectura de los libros nuevos, la difusión copiosa de las ideas avanzadas y el espíritu revolucionario de los Estados Unidos y de Francia despertasen y luego avigorasen el de la Independencia hispano-americana, y por eso procuró a todo trance mantener a sus Colonias en un estado lamentable de ignorancia. (Picón Febres, 1972: 105)

      Coinciden en sus diagnósticos tanto Calcaño como Picón Febres. Añadamos ahora el juicio de Mariano Picón Salas, ofrecido en Formación y proceso de la literatura venezolana:

      Venezuela no tuvo una literatura colonial que pueda compararse, pálidamente, por lo menos por su volumen, con las de México, Perú o Nuevo Reino de Granada. La imprenta no llegará a Caracas hasta 1808 para convertirse en un instrumento de reacción antiespañola. Los papeles que quedan del siglo XVII y primera mitad del siglo XVIII —novenas y sermones gongorinos o poesías de circunstancias como las que preceden al ya citado libro de Oviedo y Baños— coinciden en su barroquismo colonial con las de las otras partes de América. La misma erudición farragosa, el mismo retruécano, la misma fórmula altisonante. Es —he dicho en otro trabajo mío— una forma de intelecto que carece de espíritu histórico. (Picón Salas, 1984: 34-35)

      Estos tres juicios parecen negar lo afirmado por Humboldt en su Viaje a las regiones equinocciales del nuevo continente. Allí, el sabio se detiene a describir una Caracas dominada por el espíritu de las luces. Dice: «Noté en varias familias de Caracas gusto por la instrucción, conocimiento de las obras maestras de la literatura francesa e italiana, una decidida predilección por la música, que se cultiva con éxito y sirve —como siempre hace el cultivo de las bellas artes— para aproximar las diferentes clases de la sociedad» (Humboldt, 1985: 334, tomo II). Aunque el alemán hace referencia al conocimiento de las literaturas italiana y francesa, el énfasis está puesto en el disfrute de la música y, en otros pasajes del libro, en los buenos modales de ciertos caraqueños, que lógicamente denotaban familiaridad con ciertas expresiones culturales elaboradas. Pero no puede inferirse de los comentarios de Humboldt —del retrato de aquella amable ciudad colonial que rememora con gratitud desde su sillón europeo— ni siquiera la existencia de un grupo de lectores críticos medianamente sistemáticos; mucho menos puede suponerse la existencia de una literatura. Sin embargo, el panorama humboldtiano y otros análisis, frutos de investigaciones recientes, como el libro de P. Michael McKinley sobre la Caracas prerrevolucionaria: Caracas antes de la Independencia, vienen a matizar la contundencia de las afirmaciones de Calcaño y de Picón Febres. La situación de la Caracas preindependentista no era la de tierra arrasada; tampoco la de una suerte de Atenas tropical. Afirma McKinley:

      Ya a estas alturas deberían estar claros varios aspectos de la economía de exportación de Caracas. Primero y sobre todo la diversificación de la base agrícola ocurrida entre 1777 y 1810. A excepción posiblemente de La Habana, ninguna otra colonia hispanoamericana experimentó la transformación que caracterizó a Caracas al zafarse de su dependencia del cacao. La significativa presencia del café y del añil y, en grado menor, de otras cosechas, procuró a la provincia una variedad en sus posibilidades de ingreso muy notable para una pequeña provincia monoproductora. (McKinley, 1993: 66)

      Picón Salas es más preciso en relación con las opiniones de Picón Febres y Calcaño. Se refiere a la literatura; no roza siquiera la mención de otras disciplinas artísticas que, ciertamente, tuvieron un especial florecimiento, como es el caso de la música.

      En las opiniones de Calcaño y Picón Febres vienen las tintas cargadas: para nadie es un secreto que la apología independentista trajo como consecuencia una gran dificultad para hallar rasgos, aunque fuesen mínimos, de obra positiva por parte de la sociedad colonial. La satanización absoluta favorece la tesis que hacía de la gesta independentista una necesidad urgente, impostergable. Quizás por esto —me atrevo a pensar— es que los juicios de Calcaño y Picón Febres son tan severos. En cambio, el de Humboldt, hace doscientos años, y el de McKinley, en 1985, son desapasionados: ellos no tienen arte ni parte.

      Dos aspectos resultan indiscutibles: la provincia de Venezuela, a finales del siglo XVIII y principios del XIX, había alcanzado un respetable nivel de desarrollo económico sobre la base del cultivo del café, el tabaco, el añil y el cacao. De allí que algunas expresiones del espíritu creador hubiesen florecido, junto con el interés por ciertas manifestaciones artísticas por parte de la élite. Pero este brillo que impresiona a Humboldt no niega la precariedad de la literatura, como dije antes. Por otra parte, sí niega la tesis según la cual en la provincia de Venezuela no fue permitido el crecimiento de las luces. De hecho, la propia élite que va a llevar adelante la guerra de Independencia no se explicaría sin la situación de auge que encuentra el barón de Humboldt en su visita.

      Otro viajero, el francés Depons, en la relación que hace de su viaje —publicada en 1806— y refiriéndose a las casas caraqueñas, afirma maravillado:

      En ellas se ven hermosos espejos, cortinas de damasco carmesí en las ventanas y puertas del interior, sillas y sofáes de madera, de estilo gótico sobrecargados de dorados y con asientos de cuero, de damasco o de cerda; altos lechos cuyos elevados doseles muestran un exceso de dorado, cubiertos con hermosas colchas de damasco y muchas almohadas de plumas con fundas de ricas muselinas guarnecidas de encajes. (Depons, 1993: 65)

      La prosperidad de entonces es fruto del cultivo de la tierra y del comercio con la península imperial, faenas en las que la Compañía Guipuzcoana tuvo su parte durante sus cincuenta años de labor en tierra venezolana (1730-1780), así como los criollos, que para entonces amasaban una fortuna considerable y eran, incluso, dueños de los barcos con los que enviaban sus frutos allende el océano.

      En esa sociedad colonial, que tiene expresión en una ciudad capital que para el año de 1800 registra alrededor de treinta mil almas, es donde comienzan a tener lugar las tertulias literarias. En casa de los Ustáriz, Luis y Francisco Javier, y bajo el entusiasmo de estos hermanos, se reúne la élite de entonces a leer y declamar poemas, a compartir sus intentos prosísticos y a limar las rugosidades del espíritu al amparo de las letras. Corre la primera década del siglo XIX. A estas peñas literarias asisten dos caballeros respetadísimos