Defensa de la belleza. John-Mark L. Miravalle

Читать онлайн.
Название Defensa de la belleza
Автор произведения John-Mark L. Miravalle
Жанр Документальная литература
Серия
Издательство Документальная литература
Год выпуска 0
isbn 9788432152498



Скачать книгу

las cosas» y que hace cosas nuevas[9]. El concepto de creatividad, especialmente la creatividad estética, está ligado a hacer algo nuevo. Nuestra alabanza de la originalidad se hace a veces excesiva, pero muestra un deseo instintivo de novedad, de frescura en lugar de lo gastado, lo cansino, lo rancio. San Agustín se dirige a Dios en sus Confesiones como «Belleza tan antigua y tan nueva», como previniendo contra la malinterpretación de la eterna Belleza divina como «lo mismo de siempre». Santo Tomás, hablando de cómo el asombro causa placer, aporta esta cita de Aristóteles: «La mente se inclina más por el deseo a actuar intensamente en cosas que son nuevas»[10].

      Otro descriptivo estético común encontrado en santo Tomás, y en la tradición neoplatónica anterior, es el atributo de esplendor o claridad. Santo Tomás incorpora esta tradición al incluir el esplendor, junto con la proporción y la integridad, como las tres características de lo bello.

      Ahora, ¿qué significa que la belleza sea brillante, espléndida, luminiscente? La metáfora de la luz se aplica comúnmente a la facultad perceptiva, pues la luz es lo que nos permite ver. Pero en este caso no hablamos de ver con claridad abstracta; como ya dijimos, la belleza implica la inmersión en imágenes, no en ideas distintas. Así también, la belleza puede clarificar las cosas, y además nos puede hacer apreciar la abrumadora hondura de un misterio (como le ocurre a Job al final de su interacción con Dios).

      Para entender la relación entre belleza, luz y sorpresa, pensemos en la típica imagen del ciervo deslumbrado por las luces. El ciervo se ocupaba plácidamente de sus asuntos en la oscuridad, y queda sorprendido y también cautivado por la luz inesperada. Pero a diferencia del ciervo en la carretera, cuando el ser humano se ve sorprendido y arrobado por la belleza, podría salvarle la vida, no destruirlo.

      UNA VIDA DE BELLEZA

      Se deduce que quien busca la belleza asumirá los atributos de lo bello.

      Entonces, ¿cómo sería nuestra vida si estuviera caracterizada por el orden y la sorpresa?

      Me parece que Chesterton nos da una respuesta inspirada, en su maravillosa novela El hombre vivo, donde ofrece esta fórmula: rompe las convenciones; guarda los mandamientos.

      Guardar los mandamientos nos asegura una vida ordenada, una vida adecuada a nuestra forma, a nuestra naturaleza; nuestra actividad será proporcional con nuestra humanidad.

      Romper las convenciones significa que no viviremos según las pautas del mundo, que no nos dejaremos absorber por el cenagal paralizante de la vanidad, la banalidad, la competición y las vacuas presiones sociales que conducen a la uniformidad sin comunidad.

      Eso sería una buena vida. Una vida deliciosa. Una vida bella.

      [1] Platón, El político, 284.

      [2] Aristóteles, Metafísica, XIII, 3.

      [3] San Agustín, El orden, II, 15.

      [4] Ibíd., II, 11.

      [5] Santo Tomás, El ente y la esencia, capítulo I.

      [6] ST I, 39, 8.

      [7] Plotino, Enéadas I, 6, 4.

      [8] Aunque un poco antes reconoce que lo hermoso es hermoso precisamente por su simetría o patrón (es decir, su orden). Enéadas I, 6, 4.

      [9] Sal 96, 1; Is 42, 10; Ap 21, 5; Is 43, 19.

      [10] ST I, 32, 8, 3, citando la Ética X, 4.

      [11] ST I, 39, 8.

      [12] Hans Urs von Balthasar, Gloria 1: La perfección de la forma.

      [13] Elaine Scarry, On Beauty and Being Just (Princeton, NJ, Princeton University, 1999), 87.

      4.

      VERDAD Y BELLEZA

      UN CONCEPTO FASCINANTE DE LA TRADICIÓN católica es el de los trascendentales, atributos que describen toda realidad sólo en cuanto que es una realidad.

      Así, por ejemplo, existencia describe con precisión toda realidad en cuanto realidad. Si sabemos que algo es real, sabemos que existe. Y si algo existe, entonces puede ser entendido por la mente, que afirma la realidad de la cosa. Así pues, en este sentido, toda cosa real es verdadera. Y, si algo es cognoscible y verdadero, entonces al perseguirlo podemos sumarlo a nuestra propia existencia: su existencia puede perfeccionar o contribuir a nuestra existencia (o a la de otro). Y en ese sentido, todo ente real es bueno[1].

      Así que los términos “existente”, “bueno” y “verdadero” pueden aplicarse con precisión a todo cuanto hay.

      Pero lo interesante para lo que nos ocupa es que, según muchos pensadores medievales, la belleza era también un trascendental; el término “bello” se aplicaba absolutamente a toda cosa real. Dice santo Tomás que «lo bello y el bien son lo mismo porque se fundamentan en lo mismo»[2]. Entonces, si todo es bueno, parece que se sigue que todo es bello[3].

      En realidad, verdad, bien y belleza consiguen suscitar la atención, y se pone especial énfasis en subrayar la relación que existe entre ellos. Al fin y al cabo, que belleza sea igual a bien y que ambos sean igual a verdad resulta una idea llamativa. ¿Cómo comprender ese concepto?

      Probemos esta analogía: supongamos que damos una palmada delante de nuestra cara. Es sólo una acción, pero la percibimos mediante tres sentidos. Al percibirla con los ojos, decimos que es una visión. También la oímos, y la llamamos sonido. Y sentimos la palmada con el tacto. Sin embargo, es una sola realidad, una acción que nos afecta por tres vías receptivas.

      De manera parecida, verdad, bien y belleza son la misma realidad única, que se dirige a distintas facultades. Cuando afrontamos la realidad mediante la clara abstracción del intelecto, hablamos de la realidad como verdadera. Cuando la realidad es el objetivo de nuestra voluntad, la perseguimos como bien. Y cuando la realidad aprisiona no sólo nuestra mente y nuestra voluntad, sino también nuestros sentidos y emociones, decimos que es bella.

      Naturalmente, hay importantes consecuencias que siguen a esta confusa relación entre verdad, bien y belleza.

      Primero,