Viaje a pie 1929. Fernando González

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Название Viaje a pie 1929
Автор произведения Fernando González
Жанр Языкознание
Серия
Издательство Языкознание
Год выпуска 0
isbn 9789587200812



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ya del prójimo decaído) deben hacer nacer o renacer la fe en las fuerzas propias.

      Es curioso este ánimo humano; este reino de la psicología es admirable: el hombre es lo que se cree. Por eso dijimos: ¡Qué hermoso porvenir y qué hermosa obra la de este joven que se cree héroe o predestinado y que chilla ásperamente como una cigarra hasta que lo busquen y lo perciban y crean en sus gritos!

      Por eso, curad al amigo abatido, haciéndole creer en sí mismo o en algo que le sirva de eje, de hilo madre para tejer la tela de su vida.

      ¡Cuán propia es esta vida moderna, rápida, difícil y varia, para perder toda fe, para ir por la vida como madero agua abajo!

      Todos los seres que se ponen en contacto por primera vez luchan para decidir cuál sea el amo, para saber cuál abdica de sus creencias y demás accesorios psíquicos y convertirse en un admirador, en un esclavo del otro.

      Esta lucha es inconsciente. Pero está tan unida a la vida, que casi se confunde con ella. De esta brega terrible, cuyo jadeo nos pareció percibir al oír a la vieja y al contemplar el amor de los insectos entre las corolas, salen determinados los destinos individuales y el de la humanidad. De niños tuvimos intuición de esto, y grabamos como máxima: Nuestro destino es irremediable y nadie tiene la culpa de él.

      Aquellos toros que luchan ante la vacada..., y los insectos gallardos, belicosos, todo es luchar por el dominio, que pertenece a quien mejor ánimo tenga. El ánimo, esa fuerza desconocida que nos hace amar, creer y desear más o menos intensamente. El ánimo, que no es la inteligencia, sino la fuente del deseo, del entender y del obrar.

      Nuestra idea, nuestra pobre opinión acerca de un problema jurídico, no fue aceptada por la Academia, cuando la expusimos... Después la dijo un pirata lleno de vida, y la dijo con no sé qué, con cierto ardor..., y fue aceptada, admirada. No podemos quejarnos: lo aceptado fue la fuerza vital de aquel pirata.

      En definitiva, lo que hace mover al mundo no es sino el ánimo de los héroes.

      * * *

      Al oír a la vieja, también te recordamos a ti, bendita Julia, y te compusimos este canto:

      ¡Oh, tú, amor, mujer y bestia! ¡Bestia divina en todo: en tu cuerpo prieto, en tu cabellera ferina, y en tus ojos...! ¡Cuánta luz en tus ojos negros! ¡Era como luz en la noche! Allí, más que en parte alguna, estaba tu fuerza que se nos imponía, que nos hacía despreciar nuestro lote de vida, para admirarte. Era igual el destello de tus ojos al destello de los ojos ferinos entre las oscuras cuevas.

      Y así, bestia en todo tu ser, nos destrozaste la personalidad, rompiste con tu sola presencia los ejes de nuestra individualidad; todo nos fue baladí, excepto tú, nuestra vencedora.

      Así es el amor. Vencimiento del amante y triunfo del amado. Era la vida que encerrabas tú, era tu ánimo lo que se imponía a nuestra pobreza, y por eso te ansiábamos como al agua en el desierto.

      ¿Por qué inculparte cuando fuiste de aquel mancebo duro como manzana, si su fuerza te atrajo irresistiblemente como la luz en la noche al insecto... y te abandonó destrozada de amor, pues la vida encerrada en él era movimiento, frivolidad, nada de esclavitud?

      Así, pues, siempre es la fuerza vital la que domina. En todas las manifestaciones de este vivir, triunfa la energía descubierta por el doctor Mesmer; va recorriendo el tiempo y riéndose de todo...

      * * *

      Al oír a la vieja, se nos iluminó el problema de la vejez, el de la enfermedad, el del pesimismo, del escepticismo, de la tolerancia, el problema todo de la vida, incluso el problema social.

      La vejez, que se compone de falta de fe, tolerancia y amor, no es sino agotamiento de esa energía que causa todo el fenómeno variado de la vida.

      Los valores positivos, los del triunfo, acompañan a la juventud.

      Los códigos morales, las virtudes aceptadas, petrificadas, las catalogaron hombres debilitados ya. Predicador de moral se llega a ser al declinar de la vida.

      Es cierto que hay un estado de alma enfermizo, el estado colombiano, que consiste en estar obnubilado, metido en una idea como en una concha, en una idea religiosa. A esto, que se llama fanatismo, se le ha dado un alcance inmenso, y bajo ese nombre algunos espíritus liberales de América han tratado de clasificar los sentimientos juveniles: el entusiasmo, el amor, la afirmación imperiosa de su propio valor y del valor de su obra.

      Han perdido de vista que la abundancia de vida se afirma indefectiblemente, que es exclusivista. Ya puede ser ilusión el amor de un joven –vaso de vida–: su ánimo hará que esa ilusión sea realidad.

      Al contrario, quien envejece se petrifica y para él lo imposible adquiere magnitud inmensa. La vejez, “la hora jorobada del reumatismo”, va acompañada de todas las virtudes que describe el catálogo universitario.

      El problema de los pueblos aparece iluminado por este concepto de nuestra vieja. Cuando se agota la energía de la raza, aparecen los predicadores de la paciencia y demás parásitos. Grecia nos da un ejemplo cuando, al decaer, apareció aquel tábano sobre el caballo Atenas: Sócrates. Contaba él mismo que un frenólogo le dijo que su cabeza era el nido de las malas pasiones. Sócrates, feo y frío, lógico como un serrucho, tolerante y descreído, apareció cuando se acabó el ánimo griego. Surgió la moral, ese chorro inicuo de frases que sale de las bocas sin dientes.

      También Alemania de hoy, con sus jóvenes tiesos y de cabeza sonrosada: ahí han aparecido los predicadores de la energía, de la guerra. Nietzsche –¡cómo se alegra la vida al recordarlo!– fue el goce dionisíaco. Alemania, a pesar de la confabulación universal, impide que el viejo continente se convierta en erial.

      * * *

      Aquí llegamos con la frase de la vieja, con ese concepto en que se niega la antítesis de vejez y de juventud, este concepto en que se reduce todo a la cantidad de ánimo; este concepto de que el idearium y las pasiones son meros efectos del ánimo, explicables por la cantidad de energía, y confesamos que esa frase coincidió con nuestra experiencia. Nos hemos ido alejando de la juventud y de la creencia. A medida que crece nuestra pobreza vital, aumenta nuestra moralidad y nuestro apego a los prejuicios y al valle en donde el Negro Cano comercia con las ideas generales.

      Venid vosotras, ¡oh, ideas de juventud y de vida, a alegrar a los abandonados de la alegría de sentirse tibios, pletóricos del jugo sagrado del árbol prohibido! ¡Venid, jóvenes ideas, retozonas como muchachas de falda corta!

      * * *

      Esta frase de la vieja respondía muy bien a nuestra experiencia. El hombre, cuando llega a los treinta años, a esa cima dorada, principia a anidar filosóficamente. Dicen que en el niño se reemplazan completamente en un año las células que componen su organismo, y que ese renovarse es lento en el hombre maduro y desaparece casi completamente en el viejo. Lo mismo pasa con las ideas y emociones. ¡Qué más dogmático que un anciano! A los treinta años el hombre adopta una filosofía. Las siguientes notas, tomadas de nuestro diario del día en que cumplimos la edad de Jesucristo cuando lo crucificaron por orden del diletante Pontius Pilatus, comprueban todo esto:

      ABRIL 24 DE 1928. –A pesar de esta abrumadora tristeza, pondré contención y arte (alegría) en mi vida. Ese es el imperativo categórico: alegrarnos y alegrar a quienes nos rodean. Generalmente nos entristecemos unos a otros; nos amargamos este relámpago, este epifenómeno que es la vida humana.

      Estoy triste porque no hallo un fin que me interese. Si todo es igual, ¿por qué no adoptar el de la alegría? En eso consiste el ser buenos, en alegrarnos.

      Caen mis cabellos y mis dientes se amarillean. Crecen las niñas, y crecerán otras, y vendrán amaneceres, atardeceres, soles y cielos esplendorosos. ¡Mis cabellos, entonces, idos, y mis dientes amarillentos! ¡Qué epifenómeno es mi vida!

      ¡Qué bagatela, tan efímera y deseable, la belleza! No hay más remedio que irse agarrando a un propósito que nos escude contra la tristeza de la decadencia y de la muerte.

      ¿Por qué, si soy un vulgar y despreciable epifenómeno, esta tristeza? ¿Por