Ternura, la revolución pendiente. Harold Segura

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Название Ternura, la revolución pendiente
Автор произведения Harold Segura
Жанр Документальная литература
Серия
Издательство Документальная литература
Год выпуска 0
isbn 9788417620721



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avecinan otras bodas y que por eso hay motivos para esperar una nueva relación de amor entre el Señor y su pueblo. La alianza de amor por parte de él es inamovible, como lo proclama Isaías (54.8-10). En este texto, el profeta intercambia los dos términos a los que se ha hecho anterior referencia: hesed (misericordia-ternura) y rahûm (ternura-compasión).

      imagePENSAR

      En los alcances que tiene la ternura, reconciliar, ser resiliente y usar misericordia, en términos de las acciones pastorales de la Iglesia y su quehacer teológico.

      En un arranque de enojo, por un momento, me oculté de ti, pero con amor (hesed) eterno te tuve compasión (rahûm). Lo dice el Señor, tu redentor. «Así como juré a Noé, cuando el diluvio, no volver a inundar la tierra, así juro ahora no volver a enojarme contigo ni volver a amenazarte. Aunque las montañas cambien de lugar y los cerros se vengan abajo, mi amor (hesed) por ti no cambiará ni se vendrá abajo mi alianza de paz.» Lo dice el Señor, que se compadece (rahûm) de ti (Isaías 54.8-10 DHH).

      El anuncio escatológico de los profetas antiguos tiene un primer cumplimiento cuando Dios viene y se presenta por medio de Jesús. Dios mismo ha venido para cumplir su promesa, y vino ataviado como esposo, según lo enseña el apóstol Pablo: «Pues los he desposado con un solo marido presentándolos a Cristo como si ustedes fueran una virgen pura» (2 Corintios 11.2).

      LAS DIMENSIONES

      Restauradora

      Esta parte inicial del capítulo nos invita a que revisemos hasta dónde ha calado la imagen tradicional acerca de Dios como un rostro despiadado, vengativo, sin compasión. Y explora el Primer Testamento para que tomemos conciencia de los incontables adjetivos que contradicen dicha imagen, pues nos revelan todas las formas posibles de compasión y ternura con que se relaciona Dios con nosotros. Así, nos devela a un Dios de puro amor, ternura y compasión que ha quedado invisivilizado en los discursos religiosos, y muchas veces en las prácticas pastorales.

      Antes de construir un nuevo rostro de Dios desde la ternura, resulta imperativo que examinemos en nuestro interior las secuelas que el rostro desfigurado de un Dios despiadado ha dejado en nuestra vivencia de la fe cristiana

      Como parte del proceso de nuestra propia restauración y el de nuestra comunidad de fe, nos urge retomar el aporte de este capítulo sobre la evidencia bíblica acerca del deseo de Dios de vincularse a la humanidad. Distintos textos veterotestamentarios están llenos de metáforas apasionadas, como la del esposo embelesado. Este panorama de la ternura de Dios nos da la certeza de que, como hijos e hijas de este amoroso Padre, él nos busca para amarnos independientemente de lo que cada persona piense de sí misma.

      Formativa

      Otro aporte valioso de esta parte es que la ternura no debe entenderse solo como una actitud, pues, entonces, se trataría de una decisión muy personal, incluso opcional o innata, Más bien, el autor nos exhorta a que la veamos como un valor humando, especialmente de convivencia. Vista desde esta perspectiva, nos demanda cambios a nivel de comunicación en todas las formas que nos ejemplifica la lectura.

      Recuperar los textos en los que se nos muestra a Dios, el Padre, a Jesús, el Hijo, y al Espíritu Santo como protagonistas de este valor de la ternura, y colocarlos como enseñanza y práctica fundamental de la vivencia de la fe cristiana sería un paso revolucionario dentro de la formación pastoral y la reflexión teológica.

      Transformativa

      Al tomar conciencia de que América Latina se ha convertido en zona de peligro, como lo indican las estadísticas que el autor comparte, y del significado que esa realidad cobra para quienes creemos en Cristo, nos vemos en la necesidad de trabajar en la reconstrucción del rostro desfigurado de Dios. La tarea pendiente para el quehacer teológico es construir un rostro de Dios con todos los rasgos de la ternura que a lo largo de la Biblia quedan expuestos. No es una cuestión de sentimentalismos, sino que se trata de un proceso de cambio profundo, con alcances transformadores, no solo a nivel espiritual individual, sino también a nivel de comunidades, en aspectos como la resiliencia, el ejercicio de la misericordia en la convivencia, y la praxis política revolucionaria que esta ternura implica.

      imageSENTIR

      Cómo Jesús anuncia el advenimiento del Reino al encarnar en sí mismo la ternura de Dios.

      Y cómo, entonces, la ternura es requisito para que se instaure el Reino.

      Jesús, ternura de Dios hecha carne. El Segundo Testamento se inicia con los cuatro evangelios. En ellos se presenta la ternura de Dios hecha carne (Juan 1.1, 14). Jesús es el resplandor de la gloria de Dios (Hebreos 1.3); quien lo ha visto a él ha visto a Dios (Juan 10.30). Por eso, los gestos de cariño hacia las personas más vulnerables de su sociedad (niños, niñas, viudas, forasteros, enfermos, pobres y pecadores), así como su valiente confrontación a los que se sentían dueños de Dios (aunque solo lo eran de su propia religión) y ostentaban todo tipo de poder, son muestras palpables de la ternura divina. En Jesús no hay lugar para la sensiblería vacía de actos concretos de amor. Es ternura que abraza a las personas necesitadas, consuela a las que sufren, alienta a las desesperanzadas, restaura a las quebrantadas, y así anuncia la llegada del Reino de Dios (Lucas 17.21). Pero también, por esa misma ternura, confronta a los poderosos (Lucas 13.32), derriba las mesas de los cambistas en el Templo (Mateo 21.12) y combate diferentes expresiones del Mal (Marcos 5.7-8). Como bien lo escribe Roccheta:

      Hablar de la ternura de Jesús no significa proponer un devocionalismo barato ni repetir los lugares comunes acostumbrados de una piedad edulcorada y sentimental; la actuación de Jesús constituye realmente un «lugar teológico» de revelación no menos importante que su transmisión en forma verbal. Los actos de Cristo no representan simplemente unas anécdotas o unos buenos ejemplos, sino las encarnaciones históricas de la ternura de Dios y una epifanía de su ternura invisible, como lo es la totalidad de la corporeidad del Verbo encarnado, en la que «habita la plenitud de la deidad» (Colosenses 2.9) (Rocchetta, 2001, p. 135).

      La ternura de Dios se expresa en cada etapa de la vida y ministerio de Jesús; él es la ternura de Dios en su plena y visible manifestación. Desde el «Benedictus», o cántico de Zacarías, al inicio del Evangelio de Lucas, se anuncia su llegada como aquel que es el «sol de un nuevo día» que trae desde lo alto la misericordia del Señor: «Y es que la misericordia entrañable de nuestro Dios, nos trae de lo alto un nuevo amanecer para llenar de luz a los que viven en oscuridad y sombra de muerte, para guiar nuestros pasos por caminos de paz» (Lucas 1.78-79). Eliza Estévez López comenta este texto afirmando que

      la conclusión del Benedictus proclama que la humanidad recibirá la visita del Dios encarnado cuyo amor fluye y se desentraña en el Hijo como plenitud de misericordia y afecto benevolente que conduce a la auténtica paz. El movimiento liberador y salvador se inicia desde el Dios que ha visitado nuestra casa y ha irradiado su luz trastocando los paradigmas antiguos de funcionamiento e inaugurando una nueva forma de entrañarse con los otros, los cercanos y los lejanos, los de casa y los de fuera, los conocidos y los extraños. De ahí que la senda de un discipulado hospitalario solo se puede emprender desde la misericordia entrañable (Estévez, 2006, pp. 134-135).

      La encarnación es fruto de la ternura de Dios, quien se solidariza con nosotros y nos hace cercano su amor y su misericordia por medio de Jesús. Después, durante sus años de ministerio, Jesús expresa la ternura en múltiples formas, y da muestras tangibles del nuevo rostro de Dios a quien llama Abba, «Padre». A propósito de esta forma de llamar a Dios, José María Castillo comenta que «es correcto decir que Jesús le cambió el nombre al Dios del judaísmo», porque, «para Jesús, Dios es el Padre. Más aún, es el Padre designado con el marcado carácter de intimidad que tenía la palabra aramea abba». (Castillo, 2010, p. 81). Y así, con el anuncio del Abba, «Jesús pasó por todas partes haciendo el bien» (Hechos 10.38), sanando, enseñando y demostrando cómo es Dios y cuánto nos ama.

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