Diario de máscaras. Luisa Valenzuela

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Название Diario de máscaras
Автор произведения Luisa Valenzuela
Жанр Документальная литература
Серия
Издательство Документальная литература
Год выпуска 0
isbn 9789876145480



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        El Sibundoy y la literatura

        Formas de respeto

        México lindo y querido

        Huehuenches

        Días y Noches de muertos

        Adenda. Catrina, la calaca

        Semana Santa yaqui

        Malla de alambre

        La máscara mortuoria

        El secreto

        Payasos sagrados

        Adenda. Bonifacio

        La máscara cambiante

        La máscara sarda

        Osos

        Adenda de novela

        V de Venecia y B de Basilea

        Fuego

        Adenda. Caminar sobre el fuego

        La casa de la máscara

        Nombre

        Identidad y anonimato

        Curalotodo

        Biografía

       A Angelina del Valle, la tan querida Nenuca, y a la memoria de su añorado compañero Javier Wimer. En reconocimiento por abrirme las puertas de México, nido de máscaras entre tantas otras maravillas.

      “Todo lo que es profundo ama la máscara; las cosas más pro­fundas de todas sienten incluso odio por la imagen y el símil. ¿No sería la antítesis tal vez el disfraz adecuado con que caminaría el pudor de un dios?”

      Friedrich Nietzsche Más allá del bien y del mal.

      “Man is least himself when he talks in his own person. Give him a mask, and he will tell you the truth.”

      Oscar Wilde, “The Critic as Artist”, Intentions.

      El tiempo de la máscara

      ¿Qué son en verdad las máscaras? ¿Objetos de uso, esculturas, obras de arte, piezas coleccionables? Nada de eso, nada de lo otro. Como en los pases de prestidigitación, nada por acá, nada por allá y de golpe: todo.

      La máscara es un puente entre los mundos, el palpable y el imaginario.

      Un vehículo que nos transporta al no-tiempo sagrado.

      Una oración hecha materia.

      Es un intermediario para hablar con los dioses, un escudo ante lo desconocido.

      Es en sí misma un rito de exorcismo, de limpieza, de curación, de alegría desenfadada. O del más puro maleficio.

      Es un texto en código.

      Es la alegría de poder ser simultáneamente uno mismo y el otro.

      Y mucho más.

      Cualquier definición resulta incompleta; las máscaras, al igual que el lenguaje, abarcan lo múltiple cuando permitimos que se abran a la compleja ambigüedad. Cuando intentamos precisar, definir, la cosa se complica.

      Decimos que el ser humano, el Homo sapiens, es un bípedo implume que pertenece a la especie de los mamíferos bimanos del orden de los primates, dotado de razón y de lenguaje articulado. Faltaría agregar –y lo recomiendo– “creador de máscaras”. Porque les son inherentes y nos diferencian de los animales a la vez que nos asemejan y aúnan a ellos.

      Las máscaras son la dualidad hecha materia.

      “La máscara mezcla hombre y bestia, dioses y objetos inanimados. La máscara yuxtapone hombre y seres y objetos separados por las diferencias. Las máscaras están más allá de las diferencias; no solo las desafían o las borran, las incorporan y las arreglan de manera original. En una palabra son otro aspecto del doble monstruoso”, escribe René Girard en su libro La violencia y lo sagrado.

      Por su parte, Roger Caillois en Méduse & Cie alega que la máscara es universal al hombre, mucho más que la rueda o cualquier otro artefacto, pero solo se accede a la civilización abandonando la máscara. Se cree acceder, porque desde las más remotas épocas prehistóricas las máscaras son un reflejo del espíritu humano y de su lento avance civilizatorio. Algo de eso entendió Girard cuando escribió “Transformación de lo real en irreal, [la máscara] es parte del proceso por el cual el hombre se oculta a sí mismo el origen humano de su propia violencia, atribuyéndola a los dioses”.

      Los seres humanos conocen las máscaras desde tiempos remotos. Lo atestiguan las pictografías de la cueva de Trois Frères, en Ariège, Francia, y también las de las cavernas a orillas del río Urubamba, en Perú, como tantos otros petroglifos, donde aparecen hechiceros que se investían con cabezas de ciervo o de huemul para atraer a las presas. Es decir, que utilizaban ya los subterfugios del simulacro y también entendían eso que hubo de llamarse “magia simpática”, tanto imitativa como contagiosa, la creencia de que lo similar convoca a lo similar, o bien que las cosas que han estado en contacto siguen ejerciendo influencia mutua una vez separadas.

      Dicen los especialistas que las máscaras de Corea, utilizadas hasta hoy en representaciones de teatro danzado, chamánico o no, pueden ser rastreadas hasta unos cinco mil años antes de Cristo. Y en Egipto, gracias a antiguos frescos, sabemos que la mayoría de los sacerdotes portaban máscara. Los oficiantes de Anubis, guardián de los cementerios, llevaban –lo hemos visto mil veces reproducido– cabeza de chacal negro, porque el negro no representaba la muerte sino la fertilidad. Y a la entrada de las tumbas los sacerdotes de Anubis realizaban la ceremonia de apertura de la boca y de los ojos para devolverle al difunto la capacidad de ver, hablar y comer en la otra vida: ojos y boca abiertos, como una máscara. En cambio Thot, dios del poder alado, maestro de sabiduría, de las artes y las ciencias, padre de la doctrina hermética y de las palabras sagradas de la escritura jeroglífica, se identificaba con el ibis y por lo tanto sus sacerdotes usaban esbelta máscara de ave.

      Desde su más temprana edad, la de piedra, el ser humano intentó derivar un sentido de este magma que es el universo y buscó personificar sus fuerzas gracias al uso de máscaras en rituales y celebraciones, haciendo así visible lo invisible. Ya sea para