Estafar un banco... ¡Qué placer!. Augusto "Chacho" Andrés

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Название Estafar un banco... ¡Qué placer!
Автор произведения Augusto "Chacho" Andrés
Жанр Социология
Серия
Издательство Социология
Год выпуска 0
isbn 9789974863538



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Cada compañero verificaba que el funcionamiento fuera fácil y seguro, ya que el mensaje contenía indicaciones de la ubicación de la posta siguiente. En la última verificación, una marca hecha con pintura roja en un árbol había desaparecido tapada por el pasto. ¡En ocho dias! Hubo que cambiarla.

      —La elección de cada posta se había hecho de forma en que el portador del dinero pudiese ser observado con total claridad y ver si hablaba con alguien en su camino o entraba en algún sitio no indicado en las instrucciones.

      —En caso de duda, se podía levantar la operación sin inconvenientes. En todas las participaciones de los compañeros se utilizaban filtros.

      —A esas tareas hay que agregar el estudio del recorrido luego del cobro. Los cambios de vehículos y los filtros especiales. Te la cuento otro día...

      A Federico Hart se lo soltó unos 20 días después. Luego de ser liberado, la compañera encargada de las comunicaciones, llama a la casa para asegurarse de que había llegado. Le desea buena suerte y le dice que capaz que un día se vuelven a encontrar.

      —Si. ¡En el infierno nos vamos a encontrar!— le respondió.

      El Pocho revive III

      Camino por el costado africano del Casabó: Costa de Marfil, Etiopía, Guinea, Camerún, Senegal... Hay aire de Llamadas por estas calles. Beatriz Castellonese me espera con un sobre lleno de fotos.

      —Es lo que me queda, dice. Pero no es cierto.

      En poco rato llegan sus hijos: Beatriz «Negrita» y Alberto «Lolo». A las 5, una bandada de nietos llega de la escuela, con sus túnicas y moñas. Anaclara y Camilo de la Negrita, Ezequiel y Facundo del Lolo.

      —¡Saluden al compañero, a ver! Un beso para el amigo.

      Están las fotos arriba de la mesa. Las del casamiento, el Pocho y la barra... Los gurises las conocen de memoria. Me saludan cariñosamente y se van.

      —Qué pena que no esté con los nietos, ¡qué abuelo se perdieron!

      Dice Beatriz madre. La emoción nos envuelve a todos.

      Llega la esposa del Lolo. Más saludos y besos. La casa es grande y es de todos.

      Vive «la Negrita grande» con la Negrita, el esposo y los dos hijos y a una cuadra el Lolo y su familia.

      Es una tribu llena de calor.

      —Lo conocí en 1967, en la quinta de Casa de Galicia. Bailaba muy bien y hacíamos una buena pareja con el tango. Cantaba, con su voz grave, las canciones de amor de Zitarrosa.

      —Lo llevé a casa, pero mi madre soñaba con un «príncipe azul» para la nena. No le gustó por la edad. Pocho tenía 31 y yo 19 y era una niña grande.

      —Al poco tiempo me contó que había estado preso por robar un banco. No era por vanagloriarse, quería que me enterase por él mismo del episodio más duro de su vida.

      —Qué decepción. El hombre de mi vida era un ladrón.

      —Yo vivía en la Unión con mis padres, gente bien, de trabajo, pero atrasados políticamente. Eran pachequistas convencidos, que no entendían los planteos de la izquierda. En unos meses y con la ayuda del Pocho comprendí la economía.

      —Se «fundían» bancos y los ahorristas quedaron en la miseria. Los banqueros eran ministros y robar un banco no era un delito

      —En 1969 hubo una explosión en la casa de su hermano Juan Carlos, que quedó clandestino. Inmediatamente la policía mandó presos a todos los Mechoso, por «medidas de seguridad», al cuartel de San Ramón. Luego lo trasladaron a Lavalleja.

      —Llego a la visita en un cuartel de Minas. En el medio de los dos se instala un oficial, aduciendo la suma peligrosidad del detenido. Aquél no lo acepta, se levanta y se va. Enseguida se declara en huelga de hambre total.

      A los 20 días lo internan en el Hospital Militar. Como no querían un muerto, deciden liberarlo. A la mañana siguiente, 17 de noviembre, nace el «Lolo», con su padre presente.

      La vida se hace de más en más complicada para la familia. Las responsabilidades son dramáticas y de sus decisiones dependen la vida y la libertad de sus compañeros.

      «El Abuelo» como le llaman sus amigos del boliche, es figura clave en la construcción del aparato armado de la FAU en medio de una situación de violencia creciente.

      —Aparecía a las 11 de la noche, con su sonrisa burlona.

      —¿Te preparo un mate? le preguntaba yo.

      —No. Yo lo preparo. Estee... Negrita ¿no te harías unos tallarincitos? Agua, harina, huevos y el palo de amasar. Luego cortarlos parejitos.

      —Llegaba el nuevo día y nosotros comiendo y charlando.

      —Se veía preocupado y cada vez fumaba más.

      —«Negrita, preso no caigo de nuevo», decía.

      En agosto de 1972 es detenido en un operativo de las Fuerzas Armadas y se fuga en noviembre.

      Descansa unos días en un local de la organización y una compañera enfermera, con mucho trabajo, logra recuperarlo físicamente.

      Una Fuga más que difícil

      Cuando en octubre de 1972 es liberado León Duarte busca inmediatamente a Gerardo y le dice: «El Pocho se fuga». Este le responde «No tengo dudas. Lo va a hacer».

      Analizada fríamente parecía una misión imposible. Poca ayuda interna y sin apoyo exterior, no habría un auto que lo esperara.

      En noviembre y con distintos vehículos se hicieron varias pasadas por el frente del cuartel y hubo un trabajo de reconocimiento en los fondos del mismo. Se había formado una especie de «cantegril», una decena de ranchos de mala muerte habitado por compañeras e hijos de milicos. Un rancho más grande oficiaba de prostíbulo y «expendio de bebidas» y atendía las urgencias de la tropa. En horas de la noche había soldados que bajaban por un muro, con la complicidad de la guardia y utilizaban una contraseña especial para ese uso. Cruzando la calle aparecía el alto muro del Cementerio del Norte.

      Casi enseguida de la prisión de Duarte y Pérez, los obreros de Funsa contactaron soldados y cabos vecinos o conocidos. Varios de ellos sirvieron de correos entre los presos y el exterior. Duarte con su habilidad para relacionarse y con la confianza que inspiraba a soldados y presos su actitud de desafío frente a la tortura, estableció un cierto poder paralelo. Parecido hizo Ivonne Trías que encontró la forma de comunicarse con el Pocho y más tarde enviar buenos informes de lo que pasaba, a la organización política en el exterior del cuartel. Entonces, a pesar de su aislamiento, Mechoso conocía al detalle el interior y sus alrededores. Inclusive la contraseña para ir al prostíbulo.

      El coronel Washington Varela, el mandamás, fue claro «Yo soy el responsable de la tortura y te aseguro que vas a recorrer todos los cuarteles del país hasta que empieces a cantar». Los discursos del Comandante eran alucinantes. Patrióticos, con objetivos confusos y amenazas a los judíos y al gran capital, defendía la tortura en nombre del «bien superior» y del triunfo que estaban logrando. Esas arengas las terminaba casi a los gritos. Mechoso no tenía otra alternativa que irse por la suya lo más rápido posible, antes que aparecieran nuevas acusaciones en su contra.

      La mayor dificultad era su estado físico. Era una ruina. Una delgadez que asustaba. No podía respirar bien pues tenía tres costillas averiadas y las piernas y pies estaban muy hinchados por los plantones. En noviembre lo pasan provisoriamente a un pabellón con otros presos y detienen la tortura. Es la oportunidad y aprovecha la flacura para pasar por una pequeña ventana.

      Pero escuchemos al Pocho que le relata lo sucedido a Eduardo Galeano, unos días después de recuperar la libertad.

      Galeano —Hablemos de la fuga

      Mechoso —Yo