Название | ¿Cómo debemos rendirle culto? |
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Автор произведения | R. C. Sproul |
Жанр | Документальная литература |
Серия | |
Издательство | Документальная литература |
Год выпуска | 0 |
isbn | 9781629461335 |
En Hebreos 11, encontramos una lista de santos destacados que conmemora las actividades heroicas y gloriosas del pueblo de Dios a través de la historia de la iglesia. Hubo algunos que, por causa de la justicia y la fe, fueron cortados en dos, dados como alimento a las bestias, asesinados, apedreados, desechados, odiados y ridiculizados. Pero Dios estaba complacido porque ellos se mantenían fieles. La lista sigue y sigue: “Por la fe Abraham… Por la fe Isaac… Por la fe Jacob… Por la fe Moisés…”. Y justo ahí, entre estos grandes héroes de la fe, está Abel: “Por la fe Abel ofreció a Dios más excelente sacrificio que Caín” (v. 4). La fe de Abel hizo toda la diferencia.
¿Qué significa que Abel ofreciera un sacrificio en fe? Ahora voy a especular, ya que los silencios en la historia bíblica no han sido llenados.
La promesa de nuestra redención fue anunciada primeramente a Adán y Eva después de que pecaran y violaran su relación moral con Dios. Dios les dio el protoevangelium, el anunciamiento original del evangelio: la Simiente de la mujer heriría a la serpiente en la cabeza, y en el proceso Él sería herido en el calcañar (Génesis 3:15). Si ese versículo fuera la única referencia a la redención en la Biblia, nadie podría penetrar su significado porque es muy enigmático. Sin embargo, dado que tenemos el beneficio de la revelación del plan de redención de Dios a través de los tiempos y de la Escritura, sabemos exactamente a qué se refería Dios en Génesis 3:15. En esa promesa, el evangelio fue dado a Adán y Eva, el evangelio del perdón, la restauración y la comunión con Dios. Era el evangelio que proclama la destrucción del maligno, quien perturba y estropea la belleza y la santidad de la Creación de Dios. Dios prometió que el maligno sería destruido por medio del sacrificio de la Simiente de la mujer, quien sería herido en el proceso de Su conquista. Esta promesa del sacrificio de la Simiente de la mujer fue fundamental para la adoración de Abel. La ironía es que este primer evangelio fue dado en el contexto de la maldición a la serpiente después de la caída.
La adoración a Dios siempre ha involucrado la palabra de promesa hablada y, desde el principio mismo, Dios frecuentemente agregaba a la palabra algún tipo de señal sensorial tangible. Él le dijo a Noé: “Nunca más destruiré el mundo con un diluvio. Mira el cielo Noé. He puesto Mi arco en el cielo” (ver Génesis 9:13-16). Él le dijo a Abraham: “He aquí, te haré el padre de una gran nación, y tu descendencia será como las estrellas en el cielo y como la arena a la orilla del mar. Y esto será una señal para ti y para todas las generaciones, la señal de la circuncisión” (ver Génesis 17:1-14; 22:17). En estas y otras ocasiones, la palabra de promesa era respaldada por una señal tangible.
En términos generales, la palabra de promesa a través de cada página del Antiguo Testamento es la promesa del Redentor que vendría, quien salvaría a Su pueblo de sus pecados al ofrecer un sacrificio perfecto. Desde el principio, la redención estaba atada al sacrificio. Por eso el dramático reforzamiento de la palabra de promesa a través del Antiguo Testamento es un ritual elaborado que se enfoca en el sacrificio. Esto no empezó con Moisés. Lo vemos aquí en Génesis 4, cuando Abel vino con un sacrificio de fe.
¿Por qué lo hizo? Cuando llegó el tiempo de adorar a Dios, ¿por qué Abel buscó adorar por medio de un sacrificio? Obviamente este tipo de adoración fue instituido y ordenado por Dios mismo.
Esta es mi especulación: no puedo imaginar que nuestros primeros padres no les explicaran a sus hijos la esperanza que los sostenía. Esa esperanza era la promesa más importante que Adán y Eva habían recibido, la promesa de que la Simiente de la mujer destruiría la cabeza de la serpiente a expensas de la herida de Su calcañar. ¿Cuántas horas supones tú que Adán y Eva se sentaron con sus hijos a predicarles el evangelio y enseñarles los elementos de una adoración apropiada?
Sin embargo, no era suficiente para Caín y Abel que simplemente escucharan a Adán y Eva hablar de la promesa. El problema era si confiarían en la promesa. ¿En qué confiarían ellos en última instancia para reconciliarse con el Padre? ¿En qué confiarían para recibir la bendición de Dios?
No hay necesidad de especular sobre la confianza de Caín cuando trajo su ofrenda. A través de la historia de Israel, hay una herejía que se ha perpetuado de una familia a otra, e incluso Jesús tuvo que combatirla al tratar con los rabinos de Su época. Era el linaje. Esta era la idea que llevaba a muchos a decirse a sí mismos: “Soy el primogénito, así que mi futuro reposa en mi estatus superior como el hijo mayor. Iré a la iglesia y pasaré por los rituales como lo hacen todos los demás. Traeré mi ofrenda, la dejaré caer en el plato de recolección. Pero mi confianza está en mi estatus, en mi linaje”.
Casi que podemos oír a Dios diciéndole a Caín: “Caín, Caín, si confías en ti mismo de cualquier forma, en la posición de tu familia, en tus propias fuerzas, en tus habilidades como agricultor o cualquier trabajo que puedas hacer, incluso en tu propia fe–nada de eso me agrada. Tu adoración es una abominación para Mí. Pero tu hermano no tiene nada de este mundo en que confiar. Él es un siervo; es un pastor. Es un pecador que sabe que no puede salvarse a sí mismo, y cuando entra a Mi casa, viene confiando en Mi misericordia, confiando en Mi palabra, confiando solamente en Mi promesa. Amo su sacrificio porque lo amo a él. Lo amo porque él es justo. Pero tú no lo eres. Tu padre te enseñó que la única manera en la que puedes ser justo a mi vista es por fe”.
David sabía lo que Caín no: “Porque no quieres sacrificio, que yo lo daría; no quieres holocausto. Los sacrificios de Dios son el espíritu quebrantado; al corazón contrito y humillado no despreciarás tú, oh Dios” (Salmos 51:16-17). Y Jesús explicó la esencia de la adoración a la mujer de Sicar: “Mas la hora viene, y ahora es, cuando los verdaderos adoradores adorarán al Padre en espíritu y en verdad” (Juan 4:23). Noten que “en espíritu” aparece primero. Hay algo de ambigüedad en este texto, pero la idea central es que Dios se fija en la actitud espiritual de la persona que viene ante Él a adorar. Así que la adoración verdadera –la latria verdadera, el sacrificio verdadero, el servicio verdadero– empieza en el alma.
Una vez conocí a un hombre que era joven en la fe y lleno de ese entusiasmo tan característico de aquellos que recién han nacido de nuevo. Él estaba enamorado de la Palabra de Dios, estudiando las Escrituras atentamente todos los días. No puedo recordar haber visto alguna vez a un joven cristiano que pusiera su corazón tan diligentemente en la búsqueda del conocimiento de Dios. Un día vino y me dijo: “Romanos 8 y 9–esto es lo más emocionante que he leído hasta ahora. Ya sabes, ‘a Jacob amé, mas a Esaú aborrecí’–la elección y todo eso. Todo tiene mucho sentido. Sé que esa es la única manera en que yo podría entrar”. Estaba delirando en su entusiasmo por una de las doctrinas más controversiales de la fe cristiana. Mientras escuchaba su gozosa efusividad sobre Romanos 8 y 9, yo estaba pensando: “Si amas esto, tienes que haber nacido de nuevo”. Pero al mismo tiempo pensé que la mayoría de las personas que leen esa porción de la Escritura reaccionan con indignación, enojo, hostilidad y resistencia.
Esa fue la reacción de Caín a la Palabra de Dios. Génesis 4 dice que cuando a Dios no le agradó su ofrenda, él se airó y su semblante decayó. Sabemos lo que es la indignación justa. La asociamos con la ira de Dios. Cuando Dios está enojado, es un enojo santo, un enojo justo. Nunca nadie puede acusar a Dios de ser injusto o estar enojado arbitrariamente. Las personas se enojan unas con otras, en ocasiones justificadamente y en otras ocasiones injustificadamente. A veces se imputan motivos equivocados unos a otros. No conocen todos los hechos que necesitan; si supieran más, no se enojarían. Todos hemos tenido experiencias como estas. Pero si Dios está enojado con nosotros, no hay circunstancias atenuantes. No podemos decir a Dios: “Dios, si tan solo conocieras todos los hechos, no te enojarías conmigo”. Caín fue presuntuoso al enojarse con Dios cuando no le agradó su ofrenda. Tal vez nada prueba más vívidamente el estado del corazón de Caín que su reacción al juicio de Dios.
Si somos hijos de Cristo y estamos ante el tribunal de Dios en el día final y Dios nos dice: “Estás cubierto por la sangre de Mi Hijo, y eso es bueno porque tú hiciste esto, esto,