Название | La divertida aventura de las palabras |
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Автор произведения | Fernando Vilches |
Жанр | Языкознание |
Серия | |
Издательство | Языкознание |
Год выпуска | 0 |
isbn | 9788417241339 |
A veces, leyendo un texto cualquiera, podemos comprenderlo por el contexto («no hay texto sin contexto», regla básica del discurso); ese contexto lingüístico o el situacional pueden ayudarnos a desembrollar el sentido de una palabra que no hemos ni leído ni oído en nuestra vida. Pero esto no siempre es así, en ocasiones es imposible extraer del contexto del discurso el significado pertinente, ya sea por ignorancia supina o por la dificultad del propio vocablo. Les pongo ejemplos de palabras que, aun en el contexto, serían difíciles de comprender: eximio, conspicuo, egregio, sinalagmático, supérstite…
Aunque les parezca mentira, no son términos raros ni muy circunscritos a lenguajes especiales; tal vez sinalagmático o supérstite sean más propios del registro jurídico-administrativo, pero forman parte de nuestra realidad cotidiana. Por ejemplo, casi seguro que todos hemos hecho en nuestra vida algún contrato sinalagmático, es decir, bilateral (entre dos personas); por su parte, supérstite es quien sobrevive, y, aplicado a la pareja, serían la viuda o el viudo.
Otro ejemplo real de esta dificultad para extraer el significado de algunas palabras del contexto en el que se encuentran me lo proporcionó una buena amiga, catedrática de una universidad española, al enviarme las respuestas que algunos alumnos dieron en el examen de Selectividad sobre el significado de determinados vocablos.
La primera palabra cuyo significado se pedía, teniendo en cuenta el texto en el que se circunscribía, fue vigilia. Es un término muy bonito y rico en acepciones. Traigo tres:
1. Estado de quien se halla despierto o en vela.
2. Víspera de una festividad de la Iglesia, y
3. Día en que, por precepto religioso, hay que hacer vigilia (abstinencia). Viernes de vigilia.
Pues lean, no sin asombro, estoy seguro, lo que pusieron algunos alumnos sobre esta palabra:
Arrastrar a la deriva. Ejemplo: El barco se dirigía a la vigilia.
Trozo de tela suave y fina. Ejemplo: Mi mujer se viste siempre de vigilia para seduccirme [sic].
Parte del baño ó [sic][1] orinal. Ejemplo: En las casas antigüas [sic] no había vigilia.
Caminata nocturna acarreando a algún santo para que llueva —este es el top ten de las vigilias— y
Lo más íntimo. Ejemplo: Mi novia no me deja que le acarzie [sic] la vigilia —¡y tanto!, añado yo—.
La segunda palabra era sima, que define el diccionario como ‘cavidad grande y muy profunda en la tierra’. Aquí están las respuestas:
Pensamientos internos. Ejemplo: Tú simas igual que yo.
Letra del alfabeto grieguo [sic] —la letra a la que se refería el alumno es la sigma—.
Parte de nuestro celebro [sic]. Ejemplo: No tengo sima, pero siempre te recordaré —pues será con los pies, amigo, porque sin cerebro no hay memoria…—.
Y la tercera, onírico: ‘perteneciente o relativo a los sueños’. Veamos las perlas:
Sonido interrumpido de la cabeza que tienen los tarados.
Maullido de gato. Ejemplo: El gato tiene un bostezo muy onírico.
Relativo al acto de hacer agüas [sic] menores. —Supongo yo que habrá leído orínico—.
Como habrán podido comprobar, las cabezas no están a veces bien estructuradas y se nota el abandono del diccionario por parte de la enseñanza en la etapa educativa no universitaria. En fin, que urge recuperar el uso de este libro tan útil para ampliar los conocimientos sobre léxico y mejorar la lectura comprensiva, como ya se nos indica en los informes PISA (ya saben, el Programa Internacional para la Evaluación de Estudiantes, conocido habitualmente por sus siglas inglesas: Programme for International Student Assessment).
[1]. Cuando vean en algún escrito [sic], sepan que el autor del texto que están leyendo nos advierte de que es así como aparece en el original. Puede tratarse de un insulto, una palabra malsonante o, simplemente, mal escrita, y quien nos lo avisa nos está indicando que no quiere cambiar el original.
Impropiedad
Acontinuación, vamos a recoger una serie de palabras cuyo empleo impropio es muy frecuente entre los hablantes de a pie y, también, por desgracia, entre los de a caballo; me refiero, en concreto, a todas aquellas personas que tienen responsabilidades para con la lengua, como periodistas, políticos o escritores[2]. Estos términos son utilizados incorrectamente, por lo que con ellos se da el fenómeno denominado impropiedad (falta de propiedad en el uso de las palabras, es decir, que quien las incorpora en su discurso lo hace con un significado que no es el adecuado). No obstante, permítanme algunas consideraciones previas.
La impropiedad se relaciona también con lo que yo llamo «la lógica de nuestro idioma», y nos ofrece ejemplos en las denominadas redundancias, como, por ejemplo, subir para arriba, que lo es puesto que, por lógica semántica, resulta complicado subir en otra dirección que no sea hacia arriba.
Efectivamente, al ser el castellano (este término es aquí más preciso que español) un hijo directo del latín (la madre) y, en menor cuantía, del griego (el padre), heredamos una construcción sintáctica determinada a la que le fueron sobreviviendo transformaciones muy peculiares que conforman lo que Álex Grijelmo llama el genio del idioma:
Decimos «el genio del idioma» y nos vale como metáfora porque, en realidad, designamos el alma de cuantos hablamos una lengua: el carácter con el que la hemos ido formando durante siglos y siglos. Y las decisiones de ese genio han resultado tan coherentes, tan acertadas para enriquecer la capacidad de expresarnos, que sólo podemos teorizar sobre ellas imaginando a un ser sensacional que lo ha organizado todo con pulcritud. Al describir a ese genio, comprenderemos la historia de nuestro idioma y, como consecuencia, nuestra propia historia, incluso para predecir su futuro (El genio del idioma, pág. 11).
Y la construcción lógica de la sintaxis en español, tiene tres formulaciones posibles:
1. El orden lógico (ordo rectus o naturalis lo denominaba Aristóteles). Es el que tenemos estructurado en nuestro cerebro al nacer: sujeto + verbo + predicado: «Mi mamá mima a mí». Para que el niño pueda decir «Me mima mi mamá» tiene que ir a la escuela a asimilar con el aprendizaje esta nueva construcción.
2. El orden invertido (o el orden conveniente, según Quintialiano). En este caso, la construcción sintáctica da un vuelco porque, para el discurso, se adapta mejor a la eficacia del mensaje: predicado + sujeto + verbo. Veamos el ejemplo siguiente. Si yo en la universidad coloco un cartel en el que se comunica «Los alumnos deberán pagar la matrícula en tal banco o caja, deberán recoger el resguardo de pago y acercarse a secretaría para formalizarla entre el 1 y el 15 de octubre para cursar el doctorado», cabe la posibilidad de que hayan leído el mensaje muchos alumnos que, al llegar al final, se percatan de que no les concernía, con la consiguiente pérdida de tiempo. ¿Cuál sería, por tanto, el orden conveniente?: «Para quienes van a cursar el doctorado deberán…». Hemos anticipado la circunstancia final y hemos evitado lecturas innecesarias.
3. El orden retórico. Responde a la búsqueda de la belleza del lenguaje, procura estimular con su lectura satisfacciones espirituales y no dar instrucciones, órdenes o difundir conocimiento científico o profesional. Es, fundamentalmente, el orden de la buena literatura (prosa o poesía), aunque, por supuesto, también puede estar presente de alguna manera en otro tipo de escritos. Como ejemplo, valdría esta preciosa Silva de Fray