Conquistadores de lo imposible. José Ángel Mañas

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Название Conquistadores de lo imposible
Автор произведения José Ángel Mañas
Жанр Языкознание
Серия
Издательство Языкознание
Год выпуска 0
isbn 9788417241353



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venir a verle. Pero no abandonará el lugar. Si quiere saber por qué, decidle que no saldrá hasta que se sepa la verdad de lo ocurrido en Veracruz.

      Cortés explicó la situación al jefe de los tlaxcaltecas y a los hombres de confianza del Cacique Gordo de Zempoala, que esperaban en el patio.

      III. HABLA BERNAL DÍAZ DEL CASTILLO

      Juicio de residencia de Hernán Cortés, principios de 1529

      «(…) Señores magistrados de la audiencia y vecinos de esta hermosa ciudad de México. Ahora que todo son críticas en torno a la figura de Hernán Cortés, yo solo puedo decir cosas buenas, como soldado suyo que fui. Constato que se olvida demasiado rápidamente lo que fueron los primeros tiempos en esta empresa titánica que él hizo parecer fácil. No creo ofender a la verdad si digo que la participación de la Corona en el descubrimiento del Yucatán fue mínima. Y lo mismo la de Diego Colón. En aquellos años los esfuerzos de los gobernantes estaban concentrados en poblar Cuba, y los de los españoles en vivir de sus encomiendas. Por eso los que pensábamos que ni Dios ni el rey mandan hacer a los libres esclavos, y nos oponíamos a la vida encomendera, decidimos partir a descubrir más tierra firme. La mayoría habíamos formado parte de la expedición que Núñez de Balboa capitaneó en su día para descubrir la mar del Sur y sabíamos que el Nuevo Mundo era más vasto de lo que nadie soñaba. Fuimos, pues, ciento y diez compañeros los que partimos hacia poniente en un par de navíos que armamos exclusivamente a nuestra costa, sin ninguna ayuda ni estímulo de Diego Velázquez, ni del almirante de Indias ni de su gente, si acaso burlas y escarnios. Y nos dimos a la mar en febrero del año diecisiete, es decir, bien antes de montar su expedición el capitán Cortés. Partimos de La Habana y en doce días doblamos la punta de San Antón y navegamos hacia donde se pone el sol sin saber qué corrientes ni vientos había, con gran riesgo por una tormenta que duró dos jornadas. Pero Dios quiso que pasadas tres semanas avistásemos tierra desconocida, y en ella un poblado grande que llamamos, por su tamaño, Gran Cairo. De allí vinieron diez canoas llenas de indios, unas a remo, otras con velas. Las barcazas eran gruesos maderos vaciados y tan grandes que en cada una cabían cuarenta hombres. Nosotros desde la borda les hicimos señas de paz, porque no teníamos lenguas. Ellos vinieron sin miedo y entraron en la nao capitana treinta indios, y a cada uno le dimos un sartalejo de cuentas verdes. Se estuvieron un buen rato mirando todo y fijándose en cómo era el navío. Llevaban chaquetas de algodón y cubrían sus vergüenzas con unas telas que llaman masteles. Nos parecieron más civilizados que los nativos de Cuba, que van casi desnudos. Por fin su cacique hizo señas de que quería volver a sus canoas y que traería más para que bajásemos a tierra con ellos. A la mañana siguiente regresó con doce canoas de las más grandes y nos animó por gestos a que fuésemos al pueblo, que nos darían comida. Y repitió dos o tres veces: “Cones, cotoche, cones, cotoche”, que quiere decir ‘andad acá’ en su lengua. Por eso llamamos desde entonces a la región Punta de Cotoche. Vista su insistencia, sacamos los bateles, y en uno de los más pequeños y en sus canoas fuimos a tierra. En la playa, el cacique nos instó a avanzar hasta sus casas con gestos tan amistosos y tanta sonrisa, que acordamos llevar un máximo de armas. Con quince ballestas y diez arcabuces anduvimos tras ellos y, al pasar cerca de una zona arbolada, comenzó a dar voces el cacique y salieron de detrás de los arbustos decenas de guerreros armados que cargaron con furia contra nosotros y nos hicieron mucho daño con una primera rociada de flechas. Con sus lanzas con estólidas, arcos y hondas, y sus penachos de guerra, lograron asustarnos y herirnos, y cuando retrocedimos se envalentonaron y cargaron con lanzas enristradas. Pero enseguida nuestros ballesteros y arcabuceros los pusieron en fuga. Matamos una veintena y a los demás los perseguimos hasta alcanzar tres casas de cal y canto que resultaron ser templos: dentro había ídolos de barro con cara de demonio y otros en posturas lascivas haciendo sodomías y en unas arquillas chicas diademas, pescadillos, patos de oro y más estatuillas que, mientras los que estábamos al mando de Pedro de Alvarado batallábamos con los indios, el clérigo de la expedición metió en su saco y llevó al navío, donde al poco regresamos los demás. Ese fue nuestro primer contacto con la península del Yucatán, que al principio consideramos isla y que pronto supimos era el extremo de ese vasto territorio que hoy llamamos Nueva España. Y fue la calidad y la finura de aquel oro encontrado en el templo lo que disparó la codicia del gobernador de Cuba, Diego Velázquez, que en cuanto supo, por una segunda expedición, por las altas sierras nevadas que aquello no era isla sino tierra firme grandísima, se decidió a participar en el descubrimiento, no fuera que alguien más se le adelantase. Él, que apenas se movía y que había hecho la conquista de Cuba sentado, enviando a todos por delante, pues por impedimento de peso prácticamente no podía valerse por sí mismo, se apresuró a enviar noticias a España con una muestra del oro encontrado. Y eso llegó al obispo Fonseca, valedor de Diego Velázquez por encima de los Colón, que consiguió que el Consejo de Indias aprobase con toda rapidez la expedición definitiva para explorar aquellas tierras. Y ya fue Cortés, como secretario de Diego Velázquez, quien se puso al frente de la nueva expedición, tras haber invertido, no está de más recordarlo, la totalidad de su hacienda. Y ya sabiendo que el Gordo Velázquez, en el último momento, quería detenernos y apresarle por motivos de repentina desconfianza, el capitán prefirió levar anclas y echarse a la mar por las bravas rumbo al poniente. Esa fue su primera desobediencia, señores. Pero yo pregunto aquí: ¿alguien habría hecho algo diferente en su lugar? Y más aún: ¿se habría conquistado la Nueva España si llegamos a quedar en Cuba? Todo esto lo recuerdo para que vean en qué trance tan delicado y con qué pocos apoyos y medios inició Cortés la conquista de estos enormes territorios que hoy señorea la Corona de Castilla (…)».

      IV. EL ENCUENTRO CON PÁNFILO DE NARVÁEZ

      Ciudad de Zempoala (cerca de Veracruz), finales de mayo de 1520

      1

      —Claro que ha recibido vuestras provisiones, capitán Narváez. Pero ha desdeñado leerlas. Dice no saber si son verdaderas o falsas, y que aunque fueran verdaderas solo prueban que o bien Diego Velázquez, quien os envía, ha conseguido engañar a su majestad sobre lo que ocurre en Nueva España, o bien el que las firma es el obispo Fonseca, su enemigo.

      —Pues será peor para él, porque es la segunda oportunidad que le doy de someterse. Y no habrá tercera. Mejor hubiera sido para todos si se hubiese entregado a los primeros mensajeros que envié en su día.

      Esos fueron el padre Guevara y varios acompañantes que llegaron a Veracruz con la orden de someter a obediencia a Gonzalo de Sandoval, a quien Cortés encomendaba la defensa de la plaza, y que fueron enviados presos a Tenochtitlán. Portándose como un gran señor, Cortés quiso mandar caballos, para que entrasen dignamente en la capital.

      Una vez en su palacio de Axayácatl, donde seguía instalado en espera de construir los bergantines para regresar a España, procuró que los emisarios de Narváez vieran a sus hombres con ricas cadenas de oro y armas guarnecidas de pedrería, los cubrió de halagos y los devolvió a Narváez con el mensaje de que la Nueva España era lo suficientemente grande para los dos e invitándolo a decir qué parte quería.

      —Bien os imagináis que prenderle era imposible, capitán Narváez. Vuestros embajadores penetraron en una ciudad poblada por más de cien mil almas. Intentar cualquier violencia era condenarlos a morir. Lo imposible no se puede mandar…

      —Imposible es palabra que yo jamás digo. Pero decís que Moctezuma recibió mis noticias. Y ¿por qué no se ha revuelto contra Cortesillo?

      Moctezuma, cuando desembarcaron los mil trescientos españoles de Narváez, supo, por los mensajeros que envió secretamente a la costa, que Cortés era un prófugo de la justicia del gobernador de Cuba y que los de Narváez eran los legítimos representantes de la Corona.

      El propio Narváez se encargó de que llegara a su conocimiento que no sería una gran pérdida para don Carlos si algo le sucedía a Cortés.

      —Bien os dije, don Pánfilo, que Moctezuma vive preso en los aposentos de Cortés. Allí recibe a sus consejeros y hace vida normal. Rige sus territorios, pero bajo supervisión. No está en condiciones de intentar nada contra don Hernán, siendo su cautivo. Y tampoco