El nuevo gobierno de los individuos. Danilo Martuccelli

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Название El nuevo gobierno de los individuos
Автор произведения Danilo Martuccelli
Жанр Социология
Серия
Издательство Социология
Год выпуска 0
isbn 9789560014849



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y sus límites para establecer lo imposible. En segundo lugar, la política perdió con el advenimiento de la ciencia moderna la capacidad de dictar los parámetros de la realidad. Si todavía instituye las grandes categorías funcionales de la realidad social (desde un certificado de nacimiento hasta las normas legales), la política no es más considerada como en posición de enunciar lo que es la realidad, una función que en el pasado aseguró ampliamente gracias a sus vínculos con la teología. En tercer lugar, en el curso del siglo XVIII, con una asombrosa rapidez, se transitó de la primacía hasta entones evidente de una representación naturalizada de la jerarquía entre los seres humanos al nuevo imaginario de la igualdad radical de todos los individuos. Finalmente, y fue lo que marcó el socavamiento definitivo de este régimen de realidad, la era de las Revoluciones cambió radicalmente la función de la política en los tiempos modernos: si durante milenios le había correspondido instituir lo imposible en torno a los límites naturalizados de las jerarquías, en la modernidad la política se convirtió en el lugar por excelencia de la apertura de los posibles. Como Hannah Arendt (2006) lo entendió a cabalidad, la clave del universo político moderno radica en que «todo es posible». Con la generalización de esta actitud, la política toma otras y muy diversas funciones en la modernidad, pero deja de ejercer como régimen de realidad, o sea, el papel de trazar desde la realidad definida por lo político la frontera entre lo posible y lo imposible. Aún más: la política se volvió, ya sin frenos, en uno de los grandes locus de la desmesura humana.

      No vayamos tan de prisa y recordemos lo que tal vez sea el principal cambio que se dio con el advenimiento de los tiempos modernos. La ciencia moderna se convirtió en el nuevo, único y gran lenguaje hegemónico para enunciar y aprehender la realidad. Gracias a su acceso privilegiado al conocimiento de la realidad objetiva, se considera que la ciencia moderna es capaz de zanjar las controversias mediante pruebas indiscutibles. Se instituye así en el corazón de las sociedades una nueva e inusitada confianza en el conocimiento. El saber científico dice lo verdadero y lo falso, lo real y lo irreal, y, desde esta base, lo posible y lo imposible. Pero, maticemos. Desde su nacimiento en el siglo XVII, la ciencia moderna es indisociable de un anhelo prometeico y de una desmesura de otra índole. Al articularse estrechamente con la técnica, la ciencia moderna se vuelve indisociable de un auténtico proyecto de poder que promete reducir sin desmayo lo imposible y abrir ilimitadamente el horizonte de los posibles. ¿Cómo limitar en este contexto la desmesura humana?

      3. El régimen económico de realidad

      Dentro y en relación con la gran ruptura que a nivel de las representaciones introdujo la ciencia moderna desde el siglo XVII, esta función le tocará a la economía y a sus coerciones sistémicas. Inspirándose y anexándose mejor que cualquier otra ciencia social a la formalización de las ciencias naturales y, sobre todo, a los presupuestos de la ciencia newtoniana (Passet, 2010), la economía se volvió –en su doble dimensión de representación social y de ámbito de la vida social– en la gran garante e instituidora de la realidad. O sea, se constituyó en el dominio que mejor trazó –y en parte traza– el horizonte de lo imposible en las sociedades contemporáneas.

      El advenimiento del régimen económico de realidad es particularmente visible en Marx. Ningún otro autor ha trabajado tanto o más que él para, por un lado, deshacer el límite imaginario de lo imposible instituido en torno a los dioses o a la jerarquía política y, por otro lado, erigir un nuevo principio de realidad en torno a las contradicciones insuperables de la economía. En todo caso, cualquiera que haya sido su aporte efectivo en esta tarea, la economía terminó por ser el ámbito que mejor encarnaba a nivel societal la función de trazar los límites de lo imposible en nombre de la realidad.

      Como antaño se hizo desde lo sagrado y lo profano o las jerarquías naturalizadas, la economía instituye hoy la gran creencia funcional en los límites de la realidad. El éxito es innegable. Pocas cosas se han vuelto tan obvias y evidentes en nuestra época como los efectos inevitables de ciertas políticas económicas. Desde hace algunas décadas, un acrónimo, masivamente evocado por políticos de todas las tendencias, resume esta ecuación: TINA (There is no alternative –no hay alternativa).

      La economía es la columna vertebral del régimen de realidad actualmente hegemónico. Condensa, a la vez, representaciones de sentido común (un nuevo miedo original en torno a la escasez), una representación muy abstracta e implacable de su funcionamiento (las famosas leyes de la mecánica económica) y un conjunto de choques –retornos de realidad–, que son vivenciados como teniendo consecuencias inevitables e inmediatas en caso de no respetar sus límites. En este sentido, la economía realiza una tarea similar a la que ejerció antaño la teología (Flahault 2003: 106), a saber, enunciar lo real. Dicta, en última instancia, el horizonte societal de lo posible y lo imposible; pliega las voluntades, cierra los debates. En las sociedades modernas, en continuidad con lo que hicieron en el pasado la religión o la política, y con una innegable especificidad con respecto a ellas, la función social de regulación de la acción por la realidad se ejerce a través de procesos sistémicos desde el ámbito económico.

      Esta eficiencia formidable resulta de la combinación de tres grandes factores. Primero, la escasez como evidencia sensible inmediata del mundo (es suficiente pensar en los oscuros anuncios de Malthus) capturó, desde el siglo XIX, el gran imaginario del temor de la época moderna. En segundo lugar, la ciencia económica impuso la concepción de la existencia de una mecánica económica implacable, coercitiva y sistémica a nivel de los fenómenos sociales –y ello a pesar de la existencia de un gran número de contraejemplos y complejidades históricas (Bairoch, 1999). Finalmente, las ciencias económicas han propuesto una nueva versión de los choques con la realidad, los que se construyen apoyados en lo que se presenta como sólidos e incontestables conocimientos científicos sobre lo que es la realidad. En cada uno de estos puntos, más allá de innegables divergencias, el acuerdo es in fine profundo entre los analistas. Ya sea a través del cuadro económico de Quesnay, la mano invisible de los liberales, la determinación en última instancia del marxismo, el horizonte performativo del equilibrio general o el circuito keynesiano, todos comparten, básicamente, la idea de la existencia de un dominio social sujeto a sanciones fácticas inequívocas. Todos comparten –construyen y sedimentan– la idea de la existencia de una mecánica económica que impone sanciones y límites insuperables. Es sobre este acuerdo fundamental que se erigió la especificidad del imaginario económico propio de la modernidad y de su peculiar régimen de realidad.

      Tras el desencanto del mundo y el fin de un orden moral basado en la realidad, tras los excesos irreductibles de un ámbito político que, repensado desde las revoluciones, está marcado por el voluntarismo, le correspondió a la economía introducir, en las sociedades actuales, el sentido liminar de los choques con la realidad. Lo hizo ya no en términos morales o jerárquicos, sino a través de criterios puramente fácticos. En verdad, como en los regímenes anteriores, pero sobre otras bases, también somos testigos de un trabajo de institución que reivindicándose exclusivamente de los hechos transforma más o menos sigilosamente las restricciones (económicas) en límites imaginarios.

      Es absurdo negar una cierta sistematicidad a los hechos económicos. Sin embargo, la supuesta naturalidad e inmediatez de las sanciones económicas debe ser cuestionada constantemente y por doquier. Los retornos de realidad económicos no son menos elásticos en su modo de funcionamiento que las otras modalidades históricas precedentes. Se trata de aspectos visibles y conocidos en las crisis de los mercados de valores, en los episodios de inflación, en el sobreendeudamiento, en la distribución altamente compleja de los fenómenos financieros a nivel mundial. Sin embargo, la elasticidad efectiva de estos retornos de realidad no pone en cuestión, por el momento, el vigor de la creencia colectiva en el imaginario de la mecánica económica y sus inevitables desenlaces.

      La afirmación precedente puede suscitar incredulidad. ¿No es acaso cierto que el dominio económico abunda en ejemplos de coerción activa? El hecho, por ejemplo, de que la actividad del capitalista esté determinada, como lo afirmó Marx, por una lógica de acumulación impuesta de manera objetiva independientemente de su voluntad, ¿no es una prueba obvia de su eficacia mecánica? Con respecto al desarrollo de los países emergentes, ¿es razonable ignorar el papel objetivo