Hechizo tártaro. Javed Khan

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Название Hechizo tártaro
Автор произведения Javed Khan
Жанр Языкознание
Серия
Издательство Языкознание
Год выпуска 0
isbn 9788418996719



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alberga los vuelos hacia el este, a las ciudades situadas en Siberia y las estribaciones de los Montes Urales.

      La distancia entre el aeropuerto de Sherémetevo-2, situado al norte de Moscú y el de Domodedovo situado al sur es de 90 km y discurre por el anillo perimetral que rodea Moscú hasta llegar a la intersección con Sovkhoza Lenina para enlazar con la A-105 hasta Domodedovo. El trayecto discurre por zonas boscosas totalmente despobladas.

      Como el desmembramiento de la URSS había sido muy reciente, la sociedad rusa aún mantenía todos los automatismos soviéticos, así que la terminal para extranjeros estaba aislada en un extremo del aeropuerto totalmente separada y alejada de la terminal para los nacionales.

      Para desplazarse hasta la terminal para extranjeros había que atravesar una zona de aparcamiento de los aviones. La terminal, por llamarla de algún modo, era una sala mal iluminada, sin asientos y con tres mostradores sin indicación alguna, nadie del personal hablaba inglés, solo ruso y tampoco había servicio de megafonía. Cuando a voz en grito anunciaban algo, Eloy tenía que estar atento para escuchar la palabra mágica, ¡UFÁ! Pero nunca la escuchaba.

      Y pronto comenzaron los problemas.

      No anunciaban la salida de ningún vuelo, la terminal, o lo que fuera, empezó a llenarse de gente. Era el mes de octubre y la vuelta de los estudiantes extranjeros. Y la terminal se convirtió en un remedo del hall de las Naciones Unidas. Gente de color, amarillos, sudamericanos, árabes y unos cuantos norteamericanos en viajes de negocios. Pronto no hubo espacio donde sentar las posaderas. Los servicios empezaron a desprender tal olor a orines que hacía imposible entrar en ellos, así que la gente salía de la terminal y orinaba en la rueda delantera de los aviones allí aparcados.

      Pero había un problema aún más acuciante. ¡Alimentarse!

      Había una pequeña cafetería que abría sus puertas a las ocho de la mañana, que solo servía café y algunos bollos, la cola se formaba a las siete de la mañana. Pero, a las ocho y media se habían acabado las provisiones. Eloy, hombre de recursos, localizó a unos sudamericanos y les propuso un trato, ellos harían cola y él les pagaría la comida. ¡Y funcionó! Aunque parcialmente. Esto y la Berioska, tienda solo para extranjeros, les permitió a los cuatro sobrevivir a las 72 horas de caos, aunque fuera a base de cerveza y chocolate.

      Mientras tanto, los rumores se propagaban, unos decían:

      —Ha habido un golpe de Estado.

      Otro anunciaba que Aeroflot se había declarado en huelga.

      El de más allá decía que había habido un accidente, que un avión se había estrellado.

      Al final, la verdad salió a la luz. ¡No había queroseno!

      Eloy y sus compañeros no sabían qué hacer, el dilema era: Seguir y esperar que el orden se restableciera o liarse el petate a la cabeza, volver a España y olvidarse de todo.

      Estaban enfrascados en esa disyuntiva cuando anunciaron un vuelo. El revuelo que organizó este anuncio provocó una estampida hacia el mostrador donde estaba la azafata que estuvo a punto de provocar una tragedia.

      Otra vez la desilusión, la palabra mágica no se oía: ¡UFÁ!

      Juan, uno de los compañeros de Eloy, se acercó y le susurró al oído: «Hay un tipo extranjero, creo que alemán, que habla ruso y también viaja a Ufá».

      Eloy con su experiencia supo enseguida que no se tenía que separar de ese hombre y acompañarle, aunque fuese a orinar.

      Y de pronto alguien gritó la palabra mágica: «¡Ufá!».

      Y allí estaba el alemán que, elevándose, con su estatura, por encima de todos, alargó su billete con su pasaporte y un billete de 20 dólares en su interior. Inmediatamente consiguió su tarjeta de embarque. Las siguientes fueron para Eloy y sus compañeros.

      Aeroflot era en aquellas fechas mucho peor que una compañía del Tercer Mundo, era incalificable. Los respaldos de los asientos se caían, la alfombra del pasillo estaba levantada y el olor a sucio y podrido era inaguantable. Y aún les esperaba otra sorpresa a la llegada.

      Al aterrizar y cuando aún estaban desabrochándose los cinturones de seguridad, vieron que los primeros en abandonar el avión eran los miembros de la tripulación. Eloy y sus compañeros se quedaron aturdidos y confusos y a punto de entrar en pánico pues se imaginaban lo peor. Todo fue una falsa alarma; al parecer, este proceder era norma habitual del personal de Aeroflot.

      Los problemas continuaban, el personal que se había desplazado para recibirles desde Sterlitamak (1), la ciudad de destino final, ante la escasez de noticias había decidido regresar. Eso sí, se habían preocupado de que, al llegar, si llegaban, los alojaran en una habitación y avisaran a Sterlitamak de su llegada. Así que se vieron confinados en un lúgubre recinto del aeropuerto. Cuando preguntaron si había algún sitio donde tomar café la contestación fue «Net». Siempre se repetía la misma respuesta «Net». Tampoco había agua para beber, ni lavabo donde refrescarse.

      El cansancio los venció y quedaron semi adormilados, durante un tiempo que no supieron calcular, en los vetustos sillones.

      Eloy estaba profundamente dormido cuando en sueños escuchó una voz dulce y melodiosa que le susurraba: «Señor, despierte, ¿está bien?, nos tenemos que marchar». Lentamente abrió los ojos y allí ante él estaba una especie de ángel. Eloy pensó que estaba soñando. Veía ante sí el rostro de una joven que tenía una sonrisa resplandeciente. Se presentó, en un español más que aceptable, diciendo:

      «Me llamo Aliyá y soy su intérprete».

      La joven tenía una piel blanquísima, ojos de un color verde turquesa, pelo de color castaño claro y pómulos salientes, que denotaban su origen tártaro, labios finos y delicados, pero sobre todo destacaba su sonrisa, natural y sin afección. Cuando Eloy se levantó pudo contemplar que era bastante alta, tanto o más que él, que medía 1,70 m. Estaba bien formada, pechos un poco pequeños, piernas largas y caderas anchas.

      Después de tantas vicisitudes esta aparición le pareció la de un ángel custodio. De inmediato se sintió atraído por ella.

      El matrimonio de Eloy había naufragado hacía muchos años, aunque seguía con su familia, principalmente porque sabía que un divorcio perjudicaría el futuro de sus hijos; les había mostrado un camino que habían empezado a recorrer y ahora no les podía decir que regresaran al punto de partida.

      Su estado anímico le hacía vulnerable ante apariciones de ese tipo. Pero al mismo tiempo no se hacía ilusiones debido a la gran diferencia de edad, calculaba que sería de más de 20 años. Así que se limitó a soñar.

      Los 127 km que separan Ufá de Sterlitamak se le pasaron volando, escuchaba embelesado la voz de Aliyá explicando los pueblos por los que discurría la carretera. Esta era angosta, mal asfaltada y peligrosa, atravesaba entre las casas de los pueblos y los rebaños de vacas y cabras cruzaban la carretera o se estacionaban en ella. Se podía apreciar la pobreza y la miseria, casas en mal estado. Sin embargo, los huertos y campos estaban bien cuidados, la tierra parecía muy fértil, de un color negruzco muy rica en nutriente procedentes de la descomposición de fósiles o de las hojas caídas de los árboles y con gran capacidad para retener el agua de lluvia.

      A la llegada a la ciudad los hospedaron en la «guest house» de la empresa en la que iban a montar la planta de producción de Linóleum. Las habitaciones que les asignaron eran amplias, pero sucintamente amuebladas, el mobiliario consistía en un catre, estrecho y duro, y una mesita con un par de sillas y un cuarto de aseo pequeño, con lavabo, váter y ducha. Pero eran confortables y estaban limpias.

      Solo había una nota molesta. La «guest house» estaba dividida en dos secciones: una para los visitantes rusos y otra para los extranjeros. Había una línea divisoria, invisible, pero presente. Algunas secuelas de la paranoia soviética aún persistían.

      Al siguiente día los trasladaron a las instalaciones del complejo petroquímico. Kaustic (2). Este complejo petroquímico era la empresa más grande de Sterlitamak; pero sus instalaciones, fruto de la