Hechizo tártaro. Javed Khan

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Название Hechizo tártaro
Автор произведения Javed Khan
Жанр Языкознание
Серия
Издательство Языкознание
Год выпуска 0
isbn 9788418996719



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      © del texto: Javed Khan

      © diseño de cubierta: Equipo Mirahadas

      © corrección del texto: Equipo Mirahadas

      © de esta edición:

      Editorial Mirahadas, 2021

      Avda. San Francisco Javier, 9, P 6ª, 24 Edificio SEVILLA 2,

      41018, Sevilla

      Tlfns: 912.665.684

       [email protected]

       www.mirahadas.com

      Producción del ePub: booqlab

      Primera edición: diciembre, 2021

      ISBN: 978-84-18996-71-9

      «Cualquier forma de reproducción, distribución, comunicación pública o transformación de esta obra solo puede ser realizada con la autorización de sus titulares, salvo excepción prevista por la ley. Diríjase a CEDRO (Centro Español de Derechos Reprográficos, www.cedro.org) si necesita fotocopiar o scanear algún fragmento de esta obra»

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      A la verdadera protagonista de esta novela. A mis nietos Alexandre, Mikaela y Roy, para que recuerden siempre a Belo.

      A mi esposa que me animó a escribir esta novela. Gracias.

      ÍNDICE

       Capítulo I

       Capítulo II

       Capítulo III

       Capítulo IV

       Capítulo V

       Capítulo VI

       Capítulo VII

       Capítulo VIII

       Capítulo IX

       Capítulo X

       Capítulo XI

       Capítulo XII

       Capítulo XIII

       Capítulo XIV

       Capítulo XV

       Capítulo XVI

      CAPÍTULO I

      El anciano caminó hacia la puerta giratoria del hall del aeropuerto que daba acceso al exterior. En su andar se notaba el cansancio del largo viaje, había salido de Madrid en el vuelo de KLM que hacía escala en Ámsterdam y después de una estancia de una hora había emprendido el vuelo hasta Moscú, donde enlazaría para su destino final Ufá en la República de Baskortostán en las estribaciones de los Montes Urales. Un total de 15 horas entre vuelos y estancias

      Su caminar era cansino, arrastrando los pies, encorvado por el peso de los años y apoyándose en su pequeña maleta de cuatro ruedas que le aportaban algo de estabilidad.

      Al traspasar la puerta notó una ráfaga de aire frío que le hizo estremecerse, la temperatura ese mes de abril era solo de 5 grados centígrados.

      Se acercó a uno de los numerosos taxistas piratas que pululaban por el exterior de la terminal y en su escaso conocimiento del idioma le dijo «Sanatoriy Zelenaya Roshcha» (Sanatorio Arboleda Verde), luego le preguntó haciendo uso de su macarrónico ruso «¿skol’ko?» (¿Cuánto?).

      El taxista respondió «dólares, euros» a lo que el anciano respondió «rublos». La cara del taxista demostró su decepción. Las divisas fuertes eran muy bienvenidas, todavía, en la Rusia postsoviética. Si el cambio oficial era de 90 rublos por euro, en el mercado negro se pagaba mucho más caro.

      Se encaminaron, bajo el gélido aire, hasta donde el taxista pirata tenía estacionado su vehículo; el taxista ni se preocupó de auxiliar al anciano que arrastraba sus pies por el resbaladizo suelo. Al llegar, el anciano se derrumbó exhausto sobre el asiento trasero colocando su pequeño equipaje junto a él. Al destartalado taxi le costaba arrancar, lo que hizo después de varios intentos y exclamaciones, el anciano supuso que obscenas, del taxista.

      Los 20 km de distancia entre el aeropuerto y el sanatorio discurrían por una carretera angosta, estrecha y sin arcenes, con pendientes de más del 5 %. El taxi renqueaba más de la cuenta y el anciano pensaba que en cualquier momento los dejaría tirados en la carretera. Sin saber cómo, llegaron.

      El personal del sanatorio salió a recibirlos y solícitos ayudaron al anciano con su equipaje y lo acompañaron hasta la recepción.

      Allí, en su macarrónico ruso, dijo: «ya zabroniroval nomer», (ya tengo reservada una habitación). Y aunque el precio era de unos 24 euros la noche, él había negociado un precio de 18, ya que había hecho una reserva por seis meses. No esperaba vivir más de ese tiempo. Era su fecha de caducidad.

      La habitación era pequeña pero confortable, tenía baño particular, wifi y conexión a Internet. Él no necesitaba más.

      El anciano era introvertido y sus magros conocimientos del idioma no le permitían relacionarse con otros huéspedes o con el personal del centro.

      Su rutina diaria era siempre la misma. Se despertaba a las cinco de la mañana (su horario habitual de toda su vida laboral), se aseaba y empezaba su repaso diario a los variados periódicos digitales de su país y resto del mundo, aunque solo miraba los titulares, hacía mucho tiempo que se había borrado del mundo, de su política y sus muchas atrocidades y mentiras, para mantener despierta su inteligencia jugaba unas partidas al solitario, no más de cinco. Reanudaba la lectura de algunos de sus muchos libros y a las nueve en punto, como un cronómetro suizo, bajaba a desayunar. El desayuno como todo en su vida era una rutina continua, zumo de naranja, café descafeinado con leche y unas rodajas de pan con mermelada sin azúcares añadidos.

      Volvía a su habitación y leía hasta las doce de la mañana, cuando iniciaba como una especie de ritual religioso.

      Aunque con gran esfuerzo, debido a los achaques de su avanzada edad, bajaba hasta el mirador situado unos cientos de metros alejado del hotel, allí se sentaba en su banco favorito y contemplaba extasiado la arboleda que se extendía a sus pies hasta más allá del horizonte, como una infinita alfombra verde. Le maravillaba el recorrido del río Ufimka, su paso majestuoso por los numerosos recovecos y meandros de su cauce. En abril ya se había abierto la navegación por el río que hasta entonces había estado helado. Los barcos fluviales iban y venían transportando las mercancías