El teatro de la mente. Bruno Estañol

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Название El teatro de la mente
Автор произведения Bruno Estañol
Жанр Документальная литература
Серия
Издательство Документальная литература
Год выпуска 0
isbn 9786078564545



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en otros monos. Según Heidegger, es el estado en que el hombre se da cuenta de su verdadero ser: no puede hacer nada y nada le interesa o quiere hacer. Está enfrentado con su propia nada.

      Otra posibilidad es quererse liberar de la esclavitud del yo. Al haber escogido algo ya no puede escoger otra cosa. Al haber escogido una profesión, una mujer, un camino, un destino, ya no puede escoger otro. Aburrirse es no querer estar dentro de uno mismo, no querer estar en el mismo lugar o en la misma situación, o no seguir haciendo lo mismo que siempre se hace. Pessoa era un hombre completamente rutinario.

      Ni los viajes ni el cambio de profesión ni de pareja liberan al hombre del aburrimiento. Sólo la imaginación nos permite ejercer esta liberación del aquí y ahora, del hic et nunc del que hablaron los latinos. Así, el imaginar que uno puede ser otro u otros se convierte en un acto de libertad. El escritor de ficción y el poeta juegan a que son otros, aunque ellos saben íntimamente que siguen atados a su identidad. La psicosis delirante crónica es la ruptura real de la identidad y el asumir que en realidad somos otro o que las personas que nos rodean son otros. Así aparece el delirio erotomaniaco de creer que una persona importante está enamorada del sujeto, el síndrome de Capgras de creer que la persona querida ha sido sustituida por un impostor idéntico o que se le parece mucho, o que la persona querida se encuentra escondida adentro de diversas personas (síndrome de Fregoli) y otros diversos tipos de psicosis delirantes antes llamados delirios monomaniacos. Los psiquiatras hablan ahora del trastorno disociativo de la identidad, que viene a sustituir el diagnóstico de trastorno múltiple de la personalidad. Esta patografía delirante ha sido aplicada, absurdamente, al genio heterodoxo y multiforme de Fernando Pessoa. Implica reducir y querer explicar su actividad creadora a una personalidad anormal. ¿En ese caso, si todos somos anormales, por qué no todos producimos una obra de genio? En un poeta o narrador sólo se puede juzgar la obra. La manera como realizó la obra siempre será un misterio. Es un misterio para el mismo creador. Los poetas no tienen biografía, dijo Octavio Paz en su ensayo “Pessoa (El desconocido de sí mismo)” en Cuadrivio. Fernando Pessoa casi no tuvo biografía (todos los días de su vida hizo la misma rutina), su obra es su biografía. Una biografía imaginaria. No tenía más destino que el de seguir escribiendo. Una precisión: Pessoa fue, más que un desconocido de sí mismo (que también lo fue), un prisionero de sí mismo. Nadie puede huir o escapar de su propio yo.

      2

      El hombre es un animal histérico.

      “Genio y locura”, Fernando Pessoa

      Pessoa quiere decir persona en portugués. Persona es la máscara de los agonistas y antagonistas del teatro griego. Pessoa no quiso ser un actor interpretando diversos personajes. Quiso inventar múltiples personajes distintos de él mismo, salirse completamente de sí. No sabemos cómo llegó a pensar, a sentir y a desarrollar este delirante proyecto. La soledad fue uno de los destinos que eligió Fernando Pessoa. Vivió solo, trabajando como traductor al inglés y al francés, no de textos literarios sino de cartas comerciales para los negocios que traficaban con los barcos que llegaban al puerto de Lisboa. En vida casi no publicó. Su libro poético Mensagem es el único que firmó con su verdadero nombre. El hecho es que también sus heterónimos eran verdaderos. Individuos coherentes y con una visión particular y precisa del mundo. Hombres con profesiones intelectuales que en su tiempo libre eran poetas. También el hombre que escribió el Libro del desasosiego era un filósofo de pensamiento agudo y coherente a pesar de su desesperación. Dejó ensayos filosóficos, literarios y poemarios que apenas se están rescatando. Yo visité su departamento en Lisboa con mi amigo, el filósofo, diplomático y narrador, José María Pérez Gay. Vi un estante con un centenar de libros en inglés. Lamento no haber apuntado o fotografiado sus títulos. Me senté en el restaurante bar donde solía comer y tomar unos tragos después de trabajar hasta la una o dos de la tarde. El restaurante se llama A Brasileira (La Brasileña) y en las mesas que se encuentran en una explanada, enfrente del restaurante, hay una estatua de hierro forjado que conmemora su paso ineludible, a mediodía, por este lugar. Al lado derecho de A Brasileira se encuentra el Hotel Borges. Demasiadas coincidencias no me hacen supersticioso, pero sí me causan cierta perplejidad. Lisboa, con su anchísimo río, el Tajo, fue la ciudad de Pessoa. Esto es una exageración porque Pessoa muy probablemente pasó sus días y sus noches en su pequeño departamento, inclinado sobre cuadernos en los que ejercía su insaciable grafomanía. Los psicopatólogos modernos lo ven como un caso de trastorno de personalidad múltiple, pero a Pessoa este diagnóstico no le hubiese molestado. Su convicción de querer ser varios hombres nunca lo abandonó y su prematura muerte y su aislamiento quizá le impidieron un reconocimiento en vida. Él no buscó la gloria sino la posibilidad de ser muchos hombres: creadores, filósofos y poetas. No luchó por ver su obra publicada, ni siquiera la mostró a sus amigos. No tuvo alumnos y era tímido e introvertido. Todos sus heterónimos son grandes poetas sin ilusiones. Acaso su autopsicografía nos diga un poco, muy poco, sobre el misterio de su personalidad. El poeta es un fingidor, aunque muchas veces no se dé cuenta.

Antón Chéjov, médico, enfermo, melancólico y escritor de genio

      Dice Harold Bloom que Antón Chéjov es, junto con Samuel Beckett, uno de los pocos santos de la literatura. Olvidó a Pascal y a Spinoza, que fueron santos acaso más rigurosos. Chéjov fue altruista y generoso, se sacrificó por su familia y ayudó a los pobres y a los enfermos, y permaneció célibe casi toda su vida. Los lectores de biografías intuyen, casi seguramente de manera errónea, que si conocen los avatares y las circunstancias personales y casi siempre insípidas o terribles de las vidas de los hombres célebres quizá puedan descubrir el secreto de esa nuez irrompible que llamamos creatividad.

      Otra manera de leer las biografías (y a veces las novelas y cuentos) es para vivir de prestado ciertas aventuras. Esta usurpación de otras vidas es quizá la más interesante desde los grandes relatos orales como los de Las mil y una noches más una. Algunas biografías se leen como si fuesen textos de ficción o una representación teatral; la mayor parte de esas vidas no tienen un interés para los seres comunes, son cifras de nacimiento y muerte, hechos geográficos, educación o la falta de ella, amores y desamores, dichas y desdichas de un artista, un santo, un científico, un aventurero y, tristemente, hasta de un político. Esas vidas son existencias de héroes magnificadas hasta el cansancio por el éxito económico, social o incluso académico.

      La literatura moderna ha reconocido que el héroe no existe, aunque es la base de los mitos que nos sostienen, y se encamina directamente a su desgracia. El primero que reconoció esta terrible realidad fue Antón Pavlovich Chéjov.

      Nace en el pueblo de Taganrog, en Ucrania, al sur de Rusia. Su padre es tendero y fanático religioso. Lo obliga a levantarse todos los días, de madrugada, para asistir como monaguillo a la misa de la religión ortodoxa. También lo presiona para que trabaje, desde niño, como dependiente en la tienda de abarrotes. Lo golpea con regularidad y lo explota. Esta explotación de los hijos todavía no termina. Años después escribe: “me levantaba todos los días pensando ¿me golpearán hoy?” Vive siempre con falta de sueño. Esta carencia de sueño acaso le permitirá soñar. No obstante ayudará a su padre y a su familia el resto de su vida. No muestra resentimiento consciente contra el padre, pero, como en el caso de Kafka, es difícil pensar que esta dura infancia no haya influido en su personalidad. Ambos fueron hombres maltratados y rechazados por los padres. Muchos padres no quieren tener hijos poetas ni narradores, ni músicos, ni pintores, ni bailarinas, ni cineastas, sino hombres y mujeres que trabajen y ganen dinero para la familia y se sacrifiquen por los padres. Mozart pone su inmenso e incomprensible talento para que su familia viva con solvencia hasta que un día se rebela contra el padre, contra el arzobispo Colloredo y contra Salzburgo, y encuentra en el libretista italiano, el abate libertino Lorenzo da Ponte, al hombre con quien puede luchar contra la terrible desigualdad económica, social e intelectual de su tiempo.

      Por deudas impagables, no sabemos de qué índole, el padre de Chéjov es obligado a mudarse a Moscú. El niño Antón Pavlovitch, de trece años de edad, permanece en Taganrog y trabaja todo el día para enviar dinero a sus padres. Este patrón de comportamiento, este sacrificio por los demás, va a permanecer con él toda su vida y va a permear su literatura. La mayoría de sus personajes son personas que se han sacrificado trabajando para los demás y también han sacrificado