Noviecito Osea y doce cuentos para leer despierto. Silvia Pic

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Название Noviecito Osea y doce cuentos para leer despierto
Автор произведения Silvia Pic
Жанр Языкознание
Серия
Издательство Языкознание
Год выпуска 0
isbn 9789878716114



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abajo.

      Recién allí, sentada en el primer asiento del colectivo y en el colectivo junto al chofer volvió a verse a sí misma en su realidad de sus 12.

      Mucho tuvieron que esperar hasta que por fin se vio por entre los cerros aparecer por el camino a todo el grado con sus maestras todos muriéndose de la risa de vaya a saber qué hazaña.

      Una vez todos en el colectivo, simulan alejarse del regimiento, cuando llegados a un recodo viran imprevistamente pretendiendo repetir la invasión. Agradecidos al mal tiempo, que con un aguacero les daría la justificación por satisfecha. Sin embargo, ya estando preparado el regimiento para lo que pretendían, los estaban, con los tanques, esperando.

      “Que el camino se haya descompuesto, no es excusa, los sacaremos en tanque y los llevaremos al hotel que verdaderamente les asignó el gobierno. Usted, (por Ud. dirigiéndose al chofer) podrá volver por el colectivo en cuanto se pueda; pero ahora los sacamos a todos”, dijo un Teniente.

      Y así, un desfiladero de tanques sacó a alumnos, maestra y chofer inclusive, llevándolos a la ciudad de Tucumán a dos hoteles distintos. Uno en el que se hospedarían las niñas con las maestras, y el otro en el que se hospedarían los varones con el chofer.

      La directora fue convocada a rendir cuentas de ¡qué! comportamiento, y a atenerse estrictamente al itinerario de viaje con horarios y anotaciones culturales escolares de cumplimiento estricto y riguroso ya que era un viaje de ¡estudios!, no de placer.

      Y a partir de allí, el viaje se transformó en un viaje de ensueño. (por supuesto que sólo para aquel con avidez de aprendizaje)

      CAPÍTULO IV Año 1978 – Ciudad de Rafaela – Provincia de Santa Fe

      Para la niña, como recuerdo de aquel viaje el ejecutivo quedó, como el ejército que los salvó de las pretensiones promiscuas de las señoritas.

      Ahora ya estaba en la secundaria, y ya en forma avanzada, pero para ella sus años no habían cambiado mucho con respecto a aquellos años en Tucumán en lo referente al sexo. Todas las mañanas mucho antes de las 8 tomaba su mini-bicicleta roja de Vietnam, y por calle Brasil derecho pasando por la Sociedad Rural de Rafaela, se dirigía a sus horas de gimnasia.

      Pero frente a la Sociedad Rural tenía que presentar todos los papeles en orden de su mini-bicicleta roja de Vietnam a un alto mando internacional, que también todas las mañanas le hacía control vehicular.

      La niña no reconoció que este alto mando internacional no era sino aquel del incidente tucumano. Pero eso sí, lo seguía viendo como el cincuentón loable, lleno de respeto y no como el veinteañero que le hizo vomitar más de la mitad de la masa encefálica. Ahora bien, ella ya se veía tal a su realidad. Tal vez esto se haya debido a que ya se acercaba en su metamorfosis a parecerse a lo que sería a sus 22. Sí, seguramente por ello. Indudablemente he ahí lo cierto.

      Sucedió que un día después de revisar uno por uno todos los papeles de la mini-bicicleta roja de Vietnam de la niña; el alto mando hace un agregado a uno de ellos.

      Al llegar a su casa, dado que la niña vivía en la ciudad de Rafaela, ciudad llamada la perla del Oeste, revisando el orden y la prolijidad de sus papeles aprontando todo para evitar complicaciones al día siguiente; descubre que el agregado hecho en uno de los papeles por el alto mando decía “Agregar novio”. Tranquilamente la niña saca su lapicera Parker de su canopla y escribe “¿Agregar novio? ¿Con la edad que tengo? ¿Agregar novio qué? ¿O sea?”

      A la mañana siguiente se observa una amplia sonrisa en el rostro del alto mando. Sosteniendo los papeles de la niña en su mano izquierda se agacha en doblez de espalda tomándole las dos manos a la niña junto con las suyas y diciéndole “Yo me llamo Osea, así que soy tu noviecito Osea”.

      La niña se ahogó en angustia. Quiso pedirle perdón. Decirle que ella no sabía que ese respetuoso señor se llamaba Osea. Que ella no escribió ningún nombre y no menos importante que eso, encima con errores de ortografía para su prolijidad. Que lo que ella escribió por falta de espacio era en forma abreviada un significado. El significado a qué merecía que sobre novio se le dé una explicación. ¿Qué tenía que ver un novio en sus papeles?. Intentaba poder decírselo pero cuanto más se esforzaba a que ¡por favor! que las palabras salgan rápido, más se ahogaba y desmayaba en vergüenza de su impotencia en no poder explicarle.

      Como si noviecito Osea no supiese qué fue lo que realmente escribió la niña.

      ¿Y ahora qué haría? ¿Cómo afrontaría cada mañana frente a un hombre tan honorable como él después de semejante descabellada confusión; cómo decirle que ella no sabía que ese digno señor se llamaba Osea como la pregunta. Era una pregunta, no que ella supiese su nombre, y ese ¿podía ser su novio?

      Con la cabeza gacha en su vergüenza las mañanas se sucedían una tras otra sin incluir jamás el tema

      Tal vez si él hablase ahora sí podría explicarle que era por cuestión de espacio que no se podía ir en una pregunta en extenso, por eso resumió en una sola pregunta de dos, dos, dos palabras ¿O sea?

      Ojalá cuando fuese grande pudiese conseguir un novio como ese. Su admiración hacia él era toda y lamentaba no haber nacido en una fecha próxima a su edad para que un noviazgo fuera posible. Porque lo que ahora sí sabía era que había empezado a pensar en novio y que era a ese hombre y únicamente a él y jamás a ningún otro que hubiera querido conseguir de novio. ¡Tanta era su admiración!

      CAPÍTULO V Lugar: Escuela Nacional de Comercio de la ciudad de Rafaela – Año 1979

      Era el horario de la clase de matemáticas a cargo de la Profesora Pérez, cuando entre ecuaciones y logaritmos, a las 17:10 de la tarde se le anuncia a la sala que deben presentarse en el salón de actos para asistir a una charla sobre educación, responsabilidad y respeto a cargo de un cuerpo militar preocupados en decisiones delicadas que pudisen llegar a tomar los jóvenes en esa edad tan jodida como la adolescencia.

      En la segunda fila de bancos desde la entrada, a la puerta, y en el segundo banco de la fila, nuestra protagonista ahora, ya evidentemente grandecita, que a este momento ya no podemos seguir nombrando como a la niña, se levanta de su plaza y conjuntamente con sus amigos y celadores, después de formar ordenada fila mediando tomar distancia de por medio se dirige con todos a la parte alta del salón de actos, lugar reservado sólo para alumnos de 5º año.

      Cuando todo pronto, el corazón parece salírsele de un golpe del cuerpo al ver ingresar por la puerta doble del frente a su admirabilísimo alto mando ejecutivo internacional noviecito Osea.

      Se lo vio entrar altísimo como venido del país de los gigantes, rubio prolijamente desmelenado con su cabello dorado ondeando por la fuerza de sus pasos como si fuese al viento, la piel bronceada seca y con algunas pecas, los ojos más amarillos que marrones, su eterna sonrisa cínica que dejaba ver su dentadura inferior partida, seguramente por algún culetazo de fusil en algún enfrentamiento. Y justamente lo que dejaba ver en su interior, su sonrisa, era lo que le hacía temblar cada una de sus fibras en una sensualidad incomprensible; a ella, la niña de la F-100 celeste aluminio.

      ¿Cómo se jugó él con las dos banderas una?, cuando solamente fue en ese momento que podríamos enterarnos señores lectores, que estaban unidos por el mismo sentimiento. Él no conocía el miedo, y en caso de sí, lo transformaba en furia, ella, lo sufría todo y la exposición al sufrimiento no conoce límites. Ella lo amaba por eso, él la idolatraba por lo mismo. Una vez ante el micrófono, él no quitaba la vista de la adolescente. Cuán grande sería su entusiasmo cuando las profesoras del establecimiento comenzaron a coquetear, dándole pie a hablar sobre la menor sin quitarle jamás los ojos de encima y regocijándose de la oportunidad que las mismas profesoras le daban sobre la menor. Empezó a hablar de ella diciendo que de todo el establecimiento ahí veía a una Yanqui y a la única Yanqui que veía. Cada profesora en su coqueteo preguntaba sobre ella misma, si ahí también entre ellas podía reconocer a otra Yanqui, no porque les interesase lo de Yanqui, sino para