Lo mejor de Dostoyevski. Fiódor Dostoyevski

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Название Lo mejor de Dostoyevski
Автор произведения Fiódor Dostoyevski
Жанр Языкознание
Серия
Издательство Языкознание
Год выпуска 0
isbn 4064066442279



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que estoy profundamente orgulloso del pantalón.

      Y extendió ante Raskolnikof unos pantalones grises de una frágil tela estival.

      Ni una mancha, ni un boquete; aunque usados, están nuevos. El chaleco hace juego con el pantalón, como exige la moda. Bien mirado, debemos felicitamos de que estas prendas no sean nuevas, pues así son más suaves, más flexibles… Ahora otra cosa, amigo Rodia. A mi juicio, para abrirse paso en el mundo hay que observar las exigencias de las estaciones. Si uno no pide espárragos en invierno, ahorra unos cuantos rublos. Y lo mismo pasa con la ropa. Estamos en pleno verano: por eso he comprado prendas estivales. Cuando llegue el otoño necesitarás ropa de más abrigo. Por lo tanto, habrás de dejar ésta, que, por otra parte, estará hecha jirones… Bueno, adivina lo que han costado estas prendas. ¿Cuánto te parece? ¡Dos rublos y veinticinco kopeks! Además, no lo olvides, en las mismas condiciones que la gorra: el año próximo te lo cambiarán gratuitamente. El trapero Fediaev no vende de otro modo. Dice que el que va a comprarle una vez no ha de volver jamás, pues lo que compra le dura toda la vida… Ahora vamos con las botas. ¿Qué té parecen? Ya se ve que están usadas, pero durarán todavía lo menos dos meses. Están confeccionadas en el extranjero. Un secretario de la Embajada de Inglaterra se deshizo de ellas la semana pasada en el mercado. Sólo las había llevado seis días, pero necesitaba dinero. He dado por ellas un rublo y medio. No son caras, ¿verdad?

      Pero ¿y si no le vienen bien? preguntó Nastasia.

      ¿No venirle bien estas botas? Entonces, ¿para qué me he llevado esto? replicó Rasumikhine, sacando del bolsillo una agujereada y sucia bota de Raskolnikof . He tomado mis precauciones. Las he medido con esta porquería. He procedido en todo concienzudamente. En cuanto a la ropa interior, me he entendido con la patrona. Ante todo, aquí tienes tres camisas de algodón con el plastrón de moda… Bueno, ahora hagamos cuentas: ochenta kopeks por la gorra, dos rublos veinticinco por los pantalones y el chaleco, unos cincuenta por las botas, cinco por la ropa interior (me ha hecho un precio por todo, sin detallar), dan un total de nueve rublos y cincuenta y cinco kopeks. O sea que tengo que devolverte cuarenta y cinco kopeks. Y ya estás completamente equipado, querido Rodia, pues tu gabán no sólo está en buen use todavía, sino que conserva un sello de distinción. ¡He aquí la ventaja de vestirse en Charmar!. En lo que concierne a los calcetines, tú mismo te los comprarás. Todavía nos quedan veinticinco buenos rublos. De Pachenka y de tu hospedaje no te has de preocupar: tienes un crédito ilimitado. Y ahora, querido, habrás de permitirnos que te mudemos la ropa interior. Esto es indispensable, pues en tu camisa puede cobijarse el microbio de la enfermedad.

      Déjame le rechazó Raskolnikof. Seguía encerrado en una actitud sombría y había escuchado con repugnancia el alegre relato de su amigo.

      Es preciso, amigo Rodia insistió Rasumikhine . No pretendas que haya gastado en balde las suelas de mis zapatos… Y tú, Nastasiuchka, no te hagas la pudorosa y ven a ayudarme.

      Y, a pesar de la resistencia de Raskolnikof, consiguió mudarle la ropa.

      El enfermo dejó caer la cabeza en la almohada y guardó silencio durante más de dos minutos. «No quieren dejarme en paz, pensaba.

      Al fin, con la mirada fija en la pared, preguntó:

      ¿Con qué dinero has comprado todo eso?

      ¿Que con qué dinero? ¡Vaya una pregunta! Pues con el tuyo. Un empleado de una casa comercial de aquí ha venido a entregártelo hoy, por orden de Vakhruchine. Es tu madre quien te lo ha enviado. ¿Tampoco de esto te acuerdas?

      Sí, ahora me acuerdo repuso Raskolnikof tras un largo silencio de sombría meditación.

      Rasumikhine le observó con una expresión de inquietud.

      En este momento se abrió la puerta y entró en la habitación un hombre alto y fornido. Su modo de presentarse evidenciaba que no era la primera vez que visitaba a Raskolnikof.

      ¡Al fin tenemos aquí a Zosimof! exclamó Rasumikhine.

      IV

      Zosimof era, como ya hemos dicho, alto y grueso. Tenía veintisiete años, una cara pálida, carnosa y cuidadosamente rasurada, y el cabello liso. Llevaba lentes y en uno de sus dedos, hinchados de grasa, un anillo de oro. Vestía un amplio, elegante y ligero abrigo y un pantalón de verano. Toda la ropa que llevaba tenía un sello de elegancia y era cómoda y de superior calidad. Su camisa era de una blancura irreprochable, y la cadena de su reloj, gruesa y maciza. En sus maneras había cierta flemática lentitud y una desenvoltura que parecía afectada. Ejercía una tenaz vigilancia sobre sí mismo, pero su presunción hallaba a cada momento el modo de delatarse. Entre sus conocidos cundía la opinión de que era un hombre difícil de tratar, pero todos reconocían su capacidad como médico.

      He pasado dos veces por tu casa, querido Zosimof exclamó Rasumikhine . Como ves, el enfermo ha vuelto en sí.

      Ya lo veo, ya lo veo dijo Zosimof. Y preguntó a Raskolnikof, mirándole atentamente : ¿Qué, cómo van esos ánimos?

      Acto seguido se sentó en el diván, a los pies del enfermo, mejor dicho, se recostó cómodamente.

      Continúa con su melancolía dijo Rasumikhine . Hace un momento le ha faltado poco para echarse a llorar sólo porque le hemos mudado la ropa interior.

      Me parece muy natural, si no tenía ganas de mudarse. La muda podía esperar… El pulso es completamente normal… Un poco de dolor de cabeza, ¿eh?

      Estoy bien, estoy perfectamente repuso Raskolnikof, irritado.

      Al decir esto se había incorporado repentinamente, con los ojos centelleantes. Pero pronto volvió a dejar caer la cabeza en la almohada, quedando de cara a la pared. Zosimof le observaba con mirada atenta.

      Muy bien, la cosa va muy bien dijo en tono negligente . ¿Ha comido algo hoy?

      Rasumikhine le explicó lo que había comido y le preguntó qué se le podía dar.

      Eso tiene poca importancia… Té, sopa… Nada de setas ni de cohombros, por supuesto… Ni carnes fuertes…

      Cambió una mirada con Rasumikhine y continuó:

      Pero, como ya he dicho, eso tiene poca importancia… Nada de pociones, nada de medicamentos. Ya veremos si mañana… El caso es que hoy hubiéramos podido… En fin, lo importante es que todo va bien.

      Mañana por la tarde me lo llevaré a dar un paseo dijo Rasumikhine . Iremos a los jardines Iusupof y luego al Palacio de Cristal.

      Mañana tal vez no convenga todavía… Aunque un paseo cortito… En fin, ya veremos.

      Lo que me contraría es que hoy estreno un nuevo alojamiento cerca de aquí y quisiera que estuviese con nosotros, aunque fuera echado en un diván… Tú sí que vendrás, ¿eh? preguntó de improviso a Zosimof . No lo olvides; tienes que venir.

      Procuraré ir, pero hasta última hora me será imposible. ¿Has organizado una fiesta?

      No, simplemente una reunión íntima. Habrá arenques, vodka, té, un pastel.

      ¿Quién asistirá?

      Camaradas, gente joven, nuevas amistades en su mayoría. También estará un tío mío, ya viejo, que ha venido por asuntos de negocio a Petersburgo. Nos vemos una vez cada cinco años.

      ¿A qué se dedica?

      Ha pasado su vida vegetando como jefe de correos en una pequeña población. Tiene una modesta remuneración y ha cumplido ya los sesenta y cinco. No vale la pena hablar de él, aunque té aseguro que lo aprecio. También vendrá Porfirio Simonovitch, juez de instrucción y antiguo alumno de la Escuela de Derecho. Creo que tú lo conoces.

      ¿Es también pariente tuyo?

      ¡Bah,