Название | Empuje y audacia |
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Автор произведения | Группа авторов |
Жанр | Социология |
Серия | Ciencias Sociales |
Издательство | Социология |
Год выпуска | 0 |
isbn | 9788432320262 |
1.2. El trabajo social ante una realidad compleja y globalizada.
La mirada del trabajo social es eminentemente psicosocial y relacional. Es una actividad organizada para abordar las carencias humanas y el desarrollo de las potencialidades de las personas y la mejora del entorno, con la finalidad de dar también una respuesta a la génesis estructural de los problemas sociales. Las finalidades del trabajo social se desarrollan, pues, en diferentes niveles, el primero es aquel en el que se sitúa la persona como ser humano completo, en relación con su entorno y a las relaciones que en él establece. Nivel en el que procura por los cambios sociales, la promoción de la justicia social y de los derechos humanos. Y el segundo, en el que se ocupa de modificar las fuerzas y las estructuras sociales que sustentan la opresión, como el racismo y el patriarcado, entre otras, que generan situaciones de poder estructurales de privilegio y desventaja.
Sobre la mirada psicosocial y la naturaleza relacional del trabajo social, Furlong (2003) expresa que poner en el centro del trabajo social la dimensión relacional de los seres humanos posibilitará que las y los trabajadores sociales dirijan la comprensión y la intervención desde un enfoque multidimensional, «en el que no cabe la fragmentación y que exhorta a interrelacionar todas y cada una de las dimensiones que constituyen las situaciones de las personas» (Parra, 2017: 298).
La comprensión binaria y lineal del mundo social es antagónica a su representación, la realidad es cada vez más compleja, fluida y llena de incertidumbres; por ello, se requieren formas de entenderla que capturen la diversidad y todos sus matices, incluyendo el punto de vista de las personas usuarias y los conocimientos no occidentales. En consecuencia, el eje individuo-grupo-comunidad se transforma en una trampa si no se puede trazar un continuo recursivo a través del cual intervenir. La fundamental dimensión relacional del trabajo social, aquella que promueve la calidad de la interdependencia y la conexión de las personas se debe llevar a cabo independientemente de cuál sea la representación de la situación, el método profesional y el contexto de la práctica profesional (Furlong, 2003). Es por ello que la comprensión holística y la perspectiva de la complejidad, ya iniciada cuando se acuñó el concepto psicosocial, que implica la integración de la identidad personal, las relaciones interpersonales y las influencias y consecuencias estructurales, es la forma de conocimiento del otro y de atención social que debe imperar en el trabajo social. Por lo tanto, las instancias individual, familiar, grupal, comunitaria y social no pueden entenderse de manera aislada sino interconectadas de manera profunda[1]. Como ya decía Spinoza, cada persona no es el átomo indivisible y aislado del liberalismo, sino un conjunto coherente de relaciones, tanto físicas como intelectuales, con la naturaleza, con los objetos, con las otras personas. Relaciones que continuamente la transforman. Por consiguiente, es posible establecer los límites entre individuo-familia-grupo-institución-comunidad-sociedad y, por lo tanto, se impone una intervención que enlace a la persona en los diferentes espacios donde teje sus relaciones sociales y se desarrolla como sujeto.
1.3. El trabajo social como propuesta de intervención integral
El trabajo social como actividad científica se identifica con una serie de orientaciones epistemológicas, pero también con un método de intervención genérico, o sea, una estructura común del procedimiento y de sus operaciones, que permite establecer una intervención disciplinada, así como con la investigación. Esta estructura de procedimiento acostumbra a describirse como un orden o secuencia racional de operaciones que debe permitir un ejercicio profesional reflexivo: a) el estudio de la situación social personal o colectiva; b) la elaboración de un diagnóstico de la situación social; c) el establecimiento de un plan o proyecto de intervención; d) la ejecución práctica de aquel proyecto, y e) la evaluación de nuevos datos de la situación, de la ejecución realizada y de sus resultados (Barbero, 2003).
De este modo, la práctica profesional con MMNA precisa, pues, en primer lugar, de una aproximación cuidadosa a las situaciones particulares y establecer un análisis de la situación del/la menor (Giménez-Bertomeu, Mesquida, Parra, y Boixados, 2019). Para construir esta evaluación de las necesidades, De Robertis (2012) propone un conjunto de elementos útiles para tal análisis, que parten de lo general, para progresivamente particularizarse, así como también los métodos entre la intervención social de ayuda a la persona, que denomina ISAP, o los de interés colectivo, que denomina ISIC (De Robertis, 2012). Por ejemplo, desde un enfoque profesional es relevante establecer cómo se ha producido la transición migratoria, cuáles son los vínculos del/a menor con el origen, o si se trata tal vez de una huida o de la búsqueda de crecimiento, o un ritual de paso (Quiroga, Chagas y Palacín, 2018).
Pero también es fundamental entender que las relaciones establecidas entre los sujetos destinatarios y el/la profesional durante el proceso de intervención, forman parte de la situación que el/la profesional interpreta en el diagnóstico (Barbero, 2003). Es preciso destacar que estos parámetros descritos permitirán, tal vez, una aproximación a la situación trabajada y quizá un mejor acompañamiento en el trayecto de los niños y niñas hacía un nuevo marco cultural, un nuevo espacio social y, la plasmación y ajuste de las expectativas gestadas en origen y en tránsito, o una resignificación de las mismas si cabe.
Una vez se ha establecido el diagnóstico, el o la trabajadora social deberá diseñar el proyecto de intervención, en el que se definan los objetivos y los modos y medios más adecuados para lograr dichos objetivos. A un nivel general, podemos estar de acuerdo en que el reto profesional es promover procesos personales o colectivos de inserción social, a través del establecimiento de un conjunto de oportunidades que propicien experiencias significativas en los sujetos participantes en el proceso (con efectividad en sus relaciones sociales, en su comprensión de la situación, en sus actitudes y comportamientos, etc.) (Barbero, 2002). Para avanzar hacia estos objetivos, se requiere de la utilización de metodologías que se centren primordialmente en los procesos, en las relaciones y en la función colectiva (Parra, 2017), entendiendo que la dimensión colectiva y relacional se halla, y va más allá de la división metodológica meramente pragmática de caso, grupo y comunidad, situándose dentro de cada una de las acciones profesionales, se ubiquen estas en uno u otro método.
El trabajo individual se debe preocupar de poner en relación a los y las adolescentes jóvenes con su familia, con sus grupos de iguales (procurando ir más allá de los que se encuentran en la misma situación), con las instituciones educativas, favoreciendo una educación inclusiva, las entidades culturales y de ocio, el mundo del trabajo, etc. No puede obviarse que a menudo los MMNA presentan un conocimiento precario de la lengua de los países de destino (Consola, 2016) y afrontan una senda al mercado de trabajo no exenta de dificultades y poco efectiva, dado que está ligada a un equipamiento formativo restringido e inadecuado, lo que no facilita la tarea de acompañamiento de los profesionales.
Si bien el trabajo grupal es una herramienta metodológica y un contexto que posibilita el intercambio de pensamientos, sentimientos y experiencias que ayudan al aumento de las fortalezas de sus miembros y a la identificación y la solución conjunta de conflictos y de experiencias traumáticas, la metodología de intervención grupal también, mediante el uso intencionado de las relaciones y de la experiencia de la pertenencia, sirve para que los y las jóvenes migrantes descubran la comunidad y a la vez sean reconocidos en ella, encontrando el lugar social que les corresponde de pleno derecho.
El contexto del grupo ofrece una vivencia de vinculación, de construcción de relaciones y apoyo que promueve el cambio personal y sirve de puente para la acción colectiva; la responsabilidad colectiva lograda mediante el reconocimiento y la definición común de las situaciones hace posible que los problemas personales se expresen en colectividad (Parra, 2017: 297).
Mediante la experiencia de vinculación y conexión proporcionada por el grupo,