Orgullo y prejuicio. Jane Austen

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Название Orgullo y prejuicio
Автор произведения Jane Austen
Жанр Языкознание
Серия
Издательство Языкознание
Год выпуска 0
isbn 9788494411632



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tranquilo dudaban el que no pasase el resto de sus días en Netherfield y dejase la compra para la generación venidera.

      Sus hermanas estaban ansiosas de que él tuviera una mansión de su propiedad. Pero, aunque en la actualidad no fuese más que arrendatario, la señorita Bingley no dejaba por eso de estar deseosa de presidir su mesa; ni la señora Hurst, que se había casado con un hombre más elegante que rico, estaba menos dispuesta a considerar la casa de su hermano como la suya propia siempre que le conviniese.

      A los dos años escasos de haber llegado a su mayoría de edad, el señor Bingley recibió una casual recomendación que le indujo a visitar la posesión de Netherfield. La vio por dentro y por fuera durante media hora, y se dio por satisfecho con las ponderaciones del propietario, alquilándola inmediatamente.

      Ente él y Darcy existía una firme amistad a pesar de tener caracteres tan opuestos. Bingley había ganado la simpatía de Darcy por su temperamento abierto y dócil y por su naturalidad, aunque no hubiese una forma de ser que ofreciese mayor contraste a la suya y aunque él parecía estar muy satisfecho de su carácter. Bingley sabía el respeto que Darcy le tenía, por lo que confiaba plenamente en él, así como en su buen criterio. Entendía a Darcy como nadie. Bingley no era nada tonto, pero Darcy era mucho más inteligente. Era al mismo tiempo arrogante, reservado y quisquilloso, y aunque era muy educado, sus modales no le hacían nada atractivo.

      En lo que a esto respecta, su amigo tenía toda la ventaja, Bingley estaba seguro de caer bien dondequiera que fuese, sin embargo, Darcy era siempre ofensivo. El mejor ejemplo es la forma en la que hablaron de la fiesta de Meryton. Bingley nunca había conocido a gente más encantadora ni a chicas más hermosas en su vida; todo el mundo había sido de lo más amable y atento con él, no había habido formalidades ni rigidez, y pronto se hizo amigo de todo el salón; y en cuanto a la señorita Bennet, no podía concebir un ángel que fuese más bonito. Por el contrario, Darcy había visto una colección de gente en quienes había poca belleza y ninguna elegancia, por ninguno de ellos había sentido el más mínimo interés y de ninguno había recibido atención o placer alguno. Reconoció que la señorita Bennet era hermosa, pero sonreía demasiado.

      La señora Hurst y su hermana lo admitieron, pero aun así les gustaba y la admiraban. Dijeron de ella que era una muchacha muy dulce y que no pondrían inconveniente en conocerla mejor. Quedó establecido, pues, que la señorita Bennet era una muchacha muy dulce y por esto el hermano se sentía con autorización para pensar en ella como y cuando quisiera.

       CAPÍTULO V

      A poca distancia de Longbourn vivía una familia con la que los Bennet tenían especial amistad. Sir William Lucas había tenido con anterioridad negocios en Meryton, donde había hecho una regular fortuna y se había elevado a la categoría de caballero por petición del rey durante su alcaldía. Esta distinción se le había subido un poco a la cabeza y empezó a no soportar tener que dedicarse a los negocios y vivir en una pequeña ciudad comercial; así que dejando ambos, se mudó con su familia a una casa a una milla de Meryton, denominada desde entonces Lucas Lodge, donde pudo dedicarse a pensar con placer en su propia importancia, y desvinculado de sus negocios, ocuparse solamente de ser amable con todo el mundo. Porque, aunque estaba orgulloso de su rango, no se había vuelto engreído; por el contrario, era todo atenciones para con todo el mundo. De naturaleza inofensivo, sociable y servicial, su presentación en St. James le había hecho, además, cortés.

      La señora Lucas era una buena mujer, aunque no lo bastante inteligente para que la señora Bennet la considerase una vecina valiosa. Tenían varios hijos. La mayor, una joven inteligente y sensata de unos veinte años, era la amiga íntima de Elizabeth.

      Que las Lucas y las Bennet se reuniesen para charlar después de un baile, era algo absolutamente necesario, y la mañana después de la fiesta, las Lucas fueron a Longbourn para cambiar impresiones.

      —Tú empezaste bien la noche, Charlotte —dijo la señora Bennet fingiendo toda amabilidad posible hacia la señorita Lucas—. Fuiste la primera que eligió el señor Bingley.

      —Sí, pero pareció gustarle más la segunda.

      —¡Oh! Te refieres a Jane, supongo, porque bailó con ella dos veces. Sí, parece que le gustó; sí, creo que sí. Oí algo, no sé, algo sobre el señor Robinson.

      —Quizá se refiera a lo que oí entre él y el señor Robinson, ¿no se lo he contado? El señor Robinson le preguntó si le gustaban las fiestas de Meryton, si no creía que había muchachas muy hermosas en el salón y cuál le parecía la más bonita de todas. Su respuesta a esta última pregunta fue inmediata: «La mayor de las Bennet, sin duda. No puede haber más que una opinión sobre ese particular.»

      —¡No me digas! Parece decidido a... Es como si... Pero, en fin, todo puede acabar en nada.

      —Lo que yo oí fue mejor que lo que oíste tú, ¿verdad, Elizabeth? —dijo Charlotte—. Merece más la pena oír al señor Bingley que al señor Darcy, ¿no crees? ¡Pobre Eliza! Decir solo: «No está mal».

      —Te suplico que no le metas en la cabeza a Lizzy que se disguste por Darcy. Es un hombre tan desagradable que la desgracia sería gustarle. La señora Long me dijo que había estado sentado a su lado y que no había despegado los labios.

      —¿Estás segura, mamá? ¿No te equivocas? Yo vi al señor Darcy hablar con ella.

      —Sí, claro; porque ella al final le preguntó si le gustaba Netherfield, y él no tuvo más remedio que contestar; pero la señora Long dijo que a él no le hizo ninguna gracia que le dirigiese la palabra.

      —La señorita Bingley me dijo —comentó Jane— que él no solía hablar mucho, a no ser con sus amigos íntimos. Con ellos es increíblemente agradable.

      —No me creo una palabra, querida. Si fuese tan agradable habría hablado con la señora Long. Pero ya me imagino qué pasó. Todo el mundo dice que el orgullo no le cabe en el cuerpo, y apostaría a que oyó que la señora Long no tiene coche y que fue al baile en uno de alquiler.

      —A mí no me importa que no haya hablado con la señora Long —dijo la señorita Lucas—, pero desearía que hubiese bailado con Eliza.

      —Yo siendo tú, Lizzy —agregó la madre—, no bailaría con él nunca más.

      —Creo, mamá, que puedo prometerte que nunca bailaré con él.

      —El orgullo —dijo la señorita Lucas— ofende siempre, pero a mí el suyo no me resulta tan ofensivo. Él tiene disculpa. Es natural que un hombre atractivo, con familia, fortuna y todo a su favor tenga un alto concepto de sí mismo. Por decirlo de algún modo, tiene derecho a ser orgulloso.

      —Es muy cierto —replicó Elizabeth—, podría perdonarle fácilmente su orgullo si no hubiese mortificado el mío.

      —El orgullo —observó Mary, que se preciaba mucho de la solidez de sus reflexiones—, es un defecto muy común. Por todo lo que he leído, estoy convencida de que en realidad es muy frecuente que la naturaleza humana sea especialmente propensa a él, hay muy pocos que no abrigan un sentimiento de autosuficiencia por una u otra razón, ya sea real o imaginaria. La vanidad y el orgullo son cosas distintas, aunque muchas veces se usen como sinónimos. El orgullo está relacionado con la opinión que tenemos de nosotros mismos; la vanidad, con lo que quisiéramos que los demás pensaran de nosotros.

      —Si yo fuese tan rico como el señor Darcy, —exclamó un joven Lucas que había venido con sus hermanas—, no me importaría ser orgulloso. Tendría una jauría de caza y bebería una botella de vino al día.

      —Pues beberías mucho más de lo debido —dijo la señora Bennet— y si yo te viese te quitaría la botella inmediatamente.

      El niño dijo que no se atrevería, ella que sí, y así siguieron discutiendo hasta que se dio por finalizada la visita.