Название | El árbol del inglés |
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Автор произведения | Roger Wolfe |
Жанр | Языкознание |
Серия | |
Издательство | Языкознание |
Год выпуска | 0 |
isbn | 9788412223170 |
DIECISIETE AÑOS PARA ESTO (HABLÁNDOLE A MI AGENTE POR GUASAP)
ESCRITO AL VUELO EN NOVIEMBRE DEL 14
PRÓLOGO
Soy misógino. Soy marica. Soy yonqui. Y estoy muerto. ¿Qué más se puede pedir?
Yo solo quiero un buen desayuno y una noche plácida, repleta de sueños indescifrables. El editor de este libro es un viejo amigo, y me ha pedido que redacte estas líneas. Como hemos compartido cama y vistas en el hotel Al-Muniria de Tánger, aunque con medio siglo de diferencia, he accedido a redactarlas.
Roger Wolfe es colérico y explosivo, educado y sagaz, brillante y rebelde... Como lo fui yo. Aunque él no tuvo mi suerte, cuando mi padre arregló los papeles para poder huir de aquella prisión mexicana, tras volar los sesos a mi mujer jugando a ser Guillermo Tell.
Los versos del señor Wolfe equivalen a una prosa exquisita, y su prosa exquisita suena a verso destilado. Viaja de un formato al siguiente con la ligereza que yo tenía en Tánger para encontrar muchachos de madrugada, por unos pocos billetes. Llevo muerto más de veinte años, así que nada me importa ya. Los beatniks hemos fallecido todos, pero Roger se fija en mi querido (en todos los aspectos, también físicos) Allen Ginsberg. Y en su aullido. HOWL!!!! Pobre Allen, murió solo unos meses antes que yo, él se fue en abril y yo en agosto, allá por 1997. Reconozco que su pérdida aceleró mi adiós. Ferlinghetti se acaba de marchar, así que ya no queda nadie capaz de dar fe de todo aquello.
El árbol del Inglés es uno de los libros más compactos de Roger. Es un reflejo de un estado de ánimo que puede reverberar en quien lea cada palabra, que es como una fila de hormigas ante los ojos, parafraseando el poema que abre este volumen.
Sé de lo que hablo, y hoy no me he inyectado nada. Si sobreviví al SIDA fue por la generosidad de mis camellos, siempre me dejaban pincharme a mí primero, por eso nunca me contagié, y fallecí a la provecta edad de 83 años. Cuántos habrían querido, en aquella Nueva York que destilaba heroína y creatividad a partes iguales.
Sexo, soledad, paradojas, una cierta autocompasión, confesiones de poeta y belleza literaria, que no vital. Son cosas distintas, pero todas conviven en estas páginas de Wolfe, el árbol de un inglés más enamorado del cocido madrileño que del fish & chips.
Además de Ginsberg, Kafka es otro objetivo de nuestro rebelde poeta británico españolizado en el mejor de los sentidos. Un ser bilingüe y bicultural solo puede dar a luz libros como el que nos ocupa.
Su mente está siempre preñada de cuchillos, y por eso se ha de tener cuidado al leer sus versos, porque cortan como navajas de afeitar. Lenguaraz, irreverente, espigado, con sombrero y alto como yo... nos unen tantas cosas que no podía negarme a firmar este prólogo, y lo hago desde Tánger. Desde Interzona, para ser exactos. Era otro tiempo y era otro lugar.
Roger Wolfe es un poeta que vino del espacio, como un virus. Él no lo sabe, pero sus versos lo delatan.
Disfrute usted de este libro, y después quémelo. Es contagioso.
William S. Burroughs
ROGER WOLFE
El árbol del Inglés
El ahora que pasa
produce el tiempo;
el ahora que permanece
produce la eternidad.
BOECIO
ALGO MÁS ÉPICO SIN DUDA
Las cero cero treinta y heme aquí,
una vez más, dejándome la vista
entre hileras de palabras que recorren
como hormigas ebrias la pantalla.
Ahí fuera, en todas partes y en ninguna,
cadáveres de vacaciones se apresuran
al encuentro de la alegre madrugada
en la estela de otra noche de jarana.
Me pregunto (son ocurrencias que lo asaltan
a uno en momentos como el que me ocupa)
qué hubiera dicho el gran Homero
de haber podido disfrutar de esta velada.
ALLEN GINSBERG LE ESCRIBE A LAWRENCE
FERLINGHETTI, DESDE TÁNGER, EN 1957
Tengo que decir
que estoy más deprimido que contento,
más repugnado que contento,
con toda esta zarandaja (divertida
como es) de la incautación de Aullido...;
viendo el mundo hundido en tal pozo sin fondo
de hastío y podredumbre y paranoia,
y los harapos enfermos de la gente en estas latitudes,
Aullido me parece una gota en el cubo del vacío
y todo ese revuelo literario se me antoja
una ficción. Parece que todo estuviera sucediendo
en otro mundo, más allá de mí,
y no tuviera nada en absoluto
que ver conmigo, ni con nada.
Jack Kerouac me ha localizado
una habitación, y la próxima semana
me mudaré definitivamente allí; es un rincón
lleno de luz, en la colina, más arriba de la playa
desde donde te escribo ahora esta misiva;
tiene una terraza de baldosas rojas,
un enorme patio, desde el que se avista el puerto,
y