Hijo de Malinche. Marcos González Morales

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Название Hijo de Malinche
Автор произведения Marcos González Morales
Жанр Языкознание
Серия
Издательство Языкознание
Год выпуска 0
isbn 9788412271065



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del mundo mundial.

      —Papá, sé serio, que estás en el metro y vendrá la policía…

      «Próxima estación, Florida», se oyó por el interfono—. Ya nos toca, monita, agárrate para que no te caigas.

      «Próxima estación, Florida», se oyó por el interfono—. Ya nos toca, monita, agárrate para que no te caigas.

      No quedaba mucha gente en el vagón. Algunos se habían bajado en la parada Espanya y otro gran número en la de Plaça de Sants.

      Antes de salir y dejar de lado los juegos infantiles tomó la mano de Marina y al regresar a sus cavilaciones recordó el misterioso mensaje que había recibido. Se volvió a estremecer.

      «Cortés, te envían de nuevo a conquistar México».

      CAPÍTULO 2

      Sangre, sudor y lágrimas

      “Comienza mi pesadilla; muy pocos ceros en mi nómina ilegal; yo como he firmado un contrato no puedo parar, parar”.

      Pastillas de freno (Estopa)

      16 de octubre, Poblenou, Barcelona

      Un orfeón de ruidos diversos se podía oír a primera hora en las calles barcelonesas. Los cláxones de los coches, el parloteo de los transeúntes o el bullicio de los camareros y clientes trajinando entre las mesas de los establecimientos. Un grupo de niños encabezados por su maestra añadían un coro infantil al trasiego habitual de las personas que acudían a trabajar, en silencio y pensativas, como haciéndose a la idea de que comenzaba un nuevo día. Algún trasnochado regresaba a su hogar a horas matinales.

      Las hojas amarillentas que pavimentaban el suelo denotaban que el albor del otoño se iba encaminando, ventoso, para ganarle terreno al habitual clima templado del que disfrutaba Barcelona en invierno.

      Esa mañana, Cortés se descubrió a sí mismo montado en su vieja y polvorienta bicicleta. Se incorporaba al trabajo y necesitaba olvidar el incidente, así que trató de apartar de su mente la mordida del recuerdo del día anterior: el mensaje de whatsapp, la negativa de su mujer a acompañarlos a comer, la breve pelea con ella, y los reproches de su padre por haber llegado tarde a la comida. Para rematar, Laura y él acostados, sin dormir, de espaldas el uno al otro.

      Reprimió un bostezo, aferró el manillar con energía y aceleró la marcha. Se había propuesto hacer más deporte, y sobre el sillín evocaba sensaciones, olores y sabores ya olvidados. No en vano había engordado bastante en aquellos últimos tiempos, y se sentía más fatigado, especialmente cuando su hija le ponía a prueba, algo que se había convertido en costumbre durante el último mes. Sonrió al recordar lo mucho que le había costado conseguir, por activa y por pasiva, que Marina aprendiera a montar en bicicleta. Una tarde en las montañas asturianas donde su ídolo Perico Delgado hizo en su época estragos, pactó con su hija que, si ella lograba mantenerse en equilibrio en la bici antes de acabar las vacaciones, él iría al trabajo en bicicleta.

      El desafío incentivó a la pequeña, poco proclive al ejercicio, los primeros logros llegaron a los pocos días cuando, por fin, consiguió pedalear con las cuatro ruedas. Finalmente, dos días antes de acabar las vacaciones y después de varios intentos fallidos, alguna magulladura y un coro filarmónico de llantos de protesta por parte de su mujer, Marina consiguió, fruto de su empeño y tesón, pedalear sola, algo que su padre celebró como si su amado Barça hubiera ganado la Champions League ante el Madrid.

      El Whatsapp procedente de un número desconocido volvió a colarse en su mente. «Por qué a México? —Cortés se encogió de hombros—. Es lo que hay», pensó, y decidió concentrarse en el semáforo que se abría y en dar una pedalada enérgica para salir detrás de un pequeño Toyota. Una señora que llevaba a dos perros de una correa cruzó a destiempo. Cortés tuvo que sortearla y sus dientes rechinaron por el esfuerzo.

      Enfiló una calle estrecha y arbolada que se encontraba en plena ebullición. Una señora mayor y bien vestida le miró de arriba a abajo cuando frenó con energía delante de uno de los semáforos. Cortés creyó ver en el rostro de la anciana cierto aire condescendiente, y un joven con el pelo lleno de rastas descontroladas como un géiser pasó corriendo a su lado, lo que provocó que la anciana arrugara la cara. A Cortés le pareció que la mujer iba a vomitar y sonrió, aunque su felicidad duró poco. Cuando inició la marcha, no pudo evitar que el texto del mensaje se apoderara de nuevo de sus pensamientos.

      Recordó el contenido y en quién sería el remitente. No podía ser el cabrón de Gutiérrez, no era su estilo. Había respondido al mensaje la noche anterior, nadie contestó. Estuvo tentado de llamar al número del que procedía, pero entre la bronca con su mujer, lo tarde que era y lo cansado que estaba, desestimó la idea. Ahora se arrepentía de no haberlo hecho. Quería saber quién era el autor de la misiva. Tenía claro que era algo relacionado con su trabajo. Solo le podían enviar a México por cuestiones laborales.

      El mensaje no dejaba dudas con respecto a su destino: México. ¿Qué conocía del país? Muy poco. A Cantinflas, un actor cómico que Cortés recordaba haber visto de pequeño en el televisor familiar del saloncito, en el piso minúsculo de l’Hospitalet de Llobregat, mientras los efluvios de la comida casera y el café flotaban aún en el ambiente, y su padre les pedía silencio a él y a su hermana porque empezaba la película. Le vino a la cabeza una de las frases más célebres del famoso actor: «¡A sus órdenes, jefe!»; y otra relacionada con el trabajo que él, a veces, gustaba de decirle a sus amigos: «Algo malo debe tener eso de trabajar o los ricos ya lo habrían acaparado».

      También conocía México por algunos de sus futbolistas más célebres, sobre todo por el odiado Hugo Sánchez, celebrando con sus famosas volteretas los goles que le hacía al Barça, su eterno rival; y otro más reciente, Rafa Márquez, defensa del equipo culé, al que Cortés recordaba tanto por sus grandes partidos como por algunos errores absurdos que cometía a veces. Lo demás, las malas noticias: violencia, narcotráfico, inseguridad, terremotos… la verdad es que tampoco se había preocupado nunca por saber un poco más.

      «¿En qué estoy pensando? Quizá es una broma sin importancia», se dijo entrando a toda velocidad por una bocacalle y provocando un torbellino entre las hojas de los árboles que cubrían el suelo. Miró hacia abajo y constató que su bicicleta estaba bastante oxidada por la falta de uso. El sonido que produjo le recordó a los chirridos del viejo balancín de sus abuelos paternos en Fuentesaúco, un pueblo de Zamora famoso por sus garbanzos y por sus espantes de toros, donde había pasado buena parte de los veranos de su infancia.

      Después comenzó a subir por una cuesta empinada por culpa de la cual empezó a sudar la tinta gorda y le vino a la cabeza sus tiempos de ciclista, un deporte en el que había competido en su adolescencia hasta que un conductor ebrio arrolló a parte del pelotón en los túneles de entrada a Sabadell, recibiendo Cortés la peor parte: rotura de fémur, por la que le tuvieron que operar dos veces y no pudo volver a caminar hasta pasados seis meses; resopló al recordar el accidente mientras trataba de meter aire en sus pulmones. «Tenía que haber calentado antes de salir, hay que ser burro», se justificó, mientras observaba a su derecha un cartel con el nombre de la calle: Marina.

      «Está claro que lo han puesto así en homenaje a mi hija, con lo que me cuesta la puñetera…», pensó con una gran sonrisa en los labios.

      Justo al dejar atrás la calle Marina, una chica en bicicleta cruzó por su lado y le sonrió. Cortés le devolvió el gesto, y se fijó en que la joven lucía un tatuaje en la espalda, una mariposa azul. «No sé por qué hago esto, si ya estoy fuera del mercado…», pensó. Recordó a su amigo Toni, un chico con el que había sido uña y carne durante sus años de instituto y que era muy lanzado con las mujeres. Cuando enfiló la Avinguda Diagonal, una vez más y sin aparente motivo, el contenido del misterioso Whatsapp se empotró en su cabeza con la fuerza de un tren de mercancías: «CORTÉS, TE ENVÍAN DE NUEVO A CONQUISTAR MÉXICO». Tratando de desentrañar el significado del mensaje y perdido en sus pensamientos, se estampó contra un señor mayor que, justo en ese momento, cruzaba por el carril bici.

      El