Breve historia de los cineastas del Caribe colombiano. Gonzalo Restrepo Sánchez

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al Hidroplano Mejía surcando el Magdalena.

      Para juzgar la dificultad que implicó la filmación en esta típica región geográfica años atrás, hay que dibujar la topografía y delinear la historia social de la Ciénaga Grande. Correa De Andreis (2001), en este sentido, revela:

      [Es] un complejo lagunar de Santa Marta, el litoral contiguo, el complejo de la Ciénaga de Pajaral, y que cubre las poblaciones de la carretera: Pueblo Viejo, Palmira, Isla del Rosario y Tasajera —set de filmaciones cinematográficas— y los pueblos palafitos: Bocas de Aracataca, Buena Vista y Buena Venecia. Además, comprende los municipios de Pueblo Viejo y Sitionuevo […] Ciénaga es el efecto de su historia reciente: una actividad económica del narcotráfico en los años 70’s y 80’s (sic) y la bonanza marimbera […] solo equiparable a los tiempos prósperos de la economía del banano y una pobreza, resultado de todo lo anterior porque era ilícito (pp. 6-14).

      Hablando de salas de cine en la localidad cienaguera, Correa Díaz-Granados (1996) cita a Carlos Martínez Cabana, quien cuenta que en el Rialto —por ejemplo—, administrado por Alejo De la Espriella, era operador de la sala de proyección el futbolista Julio Escalona, y el salón estaba ubicado en la calle Bolívar. En la acera de enfrente y casi en la esquina estaba el Teatro Barcelona (construido por Manuel Antonio Henríquez), donde, en 1926, se proyectó el éxito de entonces, Aura o las violetas (Vincenzo Di Doménico, Pedro Moreno Garzón, 1924). De ser así, la película tardó dos años en llegar al Caribe por primera vez.

      Luis Bunneau Miller

      Martínez Cabana relata —sin especificar fechas— que a las salas de cine en Ciénaga al comienzo se las llamaba Cine y tenían una banda de músicos —tocaban a intervalos tres piezas—. En uno de esos Cines de la calle Bolívar existía un operador de proyector muy famoso, por entonces llamado Luis Bunneau Miller y apodado Pata de cama. En el lugar se vendían fritos y refrescos; se proyectaban películas de Francesca Bertini y Max Linder. Esta acotación de los actores no tiene fechas específicas, pero tratándose de ellos, se está hablando de una fecha entre 1910 y 1924, etapa de Max Linder como actor. Su película más famosa fue El debut de un patinador (Les débuts d’un patineur, Louis J. Gasnier, 1907), en la era del cine mudo. Francesca Bertini fue una famosa actriz italiana, también de esa época. Rey Lear (King Lear, Gerolamo Lo Savio, 1910) fue uno de sus sonados éxitos por aquel entonces. También las crónicas citan el filme italiano El amor más fuerte que la muerte (Quello che non muore, Wladimiro De Liguoro, 1926), filme que cita el escritor cienaguero Ramón Illán Bacca en su libro Maracas en la Ópera.

      Cuenta Martínez Cabana que en ese entonces dos empresarios se disputaban el control del mercado cinematográfico en las plazas de Barranquilla, Cartagena y otras ciudades de la costa Atlántica. Las de Di Doménico hermanos y Belisario Díaz. Una de ellas tomó bajo control el salón de Cine y lo bautizó con el nombre de Salón Rialto (Correa Díaz-Granados, 1996, p. 289).

      Según testimonio de Manuel Huguet en Santa Marta para Alfonso Restrepo Aarón en el año 2003, otras salas de cine en este rincón del Caribe colombiano fueron: El Variedades (calle 7ª. con cra. 11, ya desaparecido y que se utilizó como sala de ring de boxeo); El Dorado (cra. 8ª. entre calles 9ª. y 10ª.), no queda nada, solo una pared y casas residenciales; El Córdoba (en el sector de La Estación), hoy es una bodega de cervezas; la sala El Trianón —hoy con funciones de Cinemateca— y El Magdalena —luego Teatro Municipal o Teatro Moderno, según el doctor Wenceslao Mestre Castañeda—, en la cra. 9ª con calle 17. En el año de 1934, los cienagueros tuvieron su primera estación de radio.

      Rodajes en Ciénaga Grande y otras locaciones

      La película documental en blanco y negro, Las Trojas de Cataca (Jaime Muvdi Abufhele, 1977) —35 mm, 10 min—, es el primero de uno de los pocos testimonios filmados por caribeños de la Ciénaga Grande. Conviene rememorar que esta vida humilde de los pescadores en este pueblo palafito, también se mostró en el cortometraje Remite Romelio Román, Tasajera, Ciénaga, Colombia (Jorge Pinto, 1974). Ojalá se pudieran observar estas películas hoy en día, para comprender el estado actual de abandono de ese rincón del Caribe colombiano, donde, si se vuelve la mirada atrás se entiende que no ha pasado nada.

      A modo de historiografía, otras cintas rodadas en Ciénaga son: Juana tenía el pelo de oro (Luis Fernando Bottía, 2007) sobre la cabellera dorada de Juana, que al parecer tiene poderes mágicos; la cinta española Palmeras en la nieve (Fernando González Molina, 2015); La ciénaga. Entre el mar y la tierra (Manolo Cruz, Carlos del Castillo, 2016), sobre la vida de Alberto, quien sufre una enfermedad llamada distonía. Más apegado a la realidad, entre alguno que otro documental, del recientemente fallecido Carlos Rendón Sipagauta, famoso por su interesante trabajo El Biblioburro (2009), con la fotografía del belga Michel Baudour. En este filme, el profesor Luis Soriano lleva libros a los sitios más apartados del Magdalena Medio, donde conviven campesinos, guerrilleros y paramilitares.

      Los decimeros del agua (Ofelia Ramírez, Joaquín Villegas, 1985) se filma en la localidad lacustre de Nueva Venecia (Magdalena), y en ella se observa la apacible existencia diaria de sus habitantes. También en la línea documental, se encuentra Nueva Venecia (Emiliano Mazza de Luca, 2016), rodado en la aldea flotante Nueva Venecia que se ubica en la Ciénaga Grande. El cineasta uruguayo Mazza señala con cámara firme la vida de sus habitantes alrededor del futbol, como una forma de desapego de la realidad que viven.

      Santa Marta (Magdalena)

      Centenario de Bolívar (1930)

      De la ciudad de Santa Marta, fundada en el año de 1526 por el conquistador español Rodrigo de Bastidas, Mora y Carrillo (2003) confirman —porque las imágenes se hallan, además, en el Patrimonio Fílmico Colombiano— que:

      En el año de 1930 La familia Acevedo filma Centenario de Bolívar en Santa Marta y Venezuela y nos muestran el arribo del presidente Enrique Olaya Herrera, un desfile militar, una eucaristía en la Catedral y una visita por los monumentos que fueron inaugurados en memoria de Simón Bolívar (p. 85).

      Además, según otras fuentes de documentación, se observan también fragmentos de Maracay, Estado de Aragua (Venezuela), con el cuerpo diplomático de Colombia.

      Así que aunque la familia Acevedo (que conformó una productora de cine que funcionó desde 1920 hasta 1955), no es oriunda de tierras caribeñas, se puede convenir que, habiendo filmado Centenario de Bolívar en Santa Marta y Venezuela (Gonzalo y Álvaro Acevedo, 1930) —de 17 min de metraje, sin sonido y en blanco y negro (quizás lo primero que se filma en esta parte de la región Caribe) es, sin duda, pionera del cine nacional, afirmación para la que se cuenta con datos e imágenes verificables.

      Salas de cine en Santa Marta

      En referencia a las salas de cine de Santa Marta —ciudad donde se construyó la primera basílica en América del Sur—, los primeros en proyectar películas —aunque se desconocen fechas exactas— fueron los hermanos Francisco y Javier Daconte, quienes procedían de Italia. Vives De Andréis (1980) asevera que la primera proyección de un filme en la ciudad fue en el Claustro San Juan Nepomuceno (terminado de construir un 4 de enero de 1811), aunque no concreta qué película se proyectó. Actualmente el claustro es centro cultural de la Universidad de Magdalena.

      Sobre otras salas de cine, se puede mencionar el emblemático Teatro Santa Marta, ubicado en la Avenida Campo Serrano. Las salas de cine: La Morita, El Variedades, El Rex, Universo, Estrella, Barranco y Russo, de comienzos del siglo XIX. El samario don Carlos Ordóñez Vives las recuerda en una conversación personal, además de su niñez. Rememora El Paraíso, situado en la calle 12 entre las carreras 4ª y 5ª; y El Colonial, en la calle 19, entre las carreras 4ª y 5ª. Además, evoca el samario que en Pescaito existía el Madrid y en los relajos la gente tiraba bolsas: llenas de orina —puntualiza Ordóñez Vives.

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