Homo bellicus. Fernando Calvo-Regueral

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Название Homo bellicus
Автор произведения Fernando Calvo-Regueral
Жанр Документальная литература
Серия
Издательство Документальная литература
Год выпуска 0
isbn 9788417241940



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       Unificación alemana

       EL TRIDENTE IMPERIAL

       Imperio británico. Finales del siglo XIX, principios del siglo XX

       UN PLAN IMPERFECTO

       El plan Schlieffen

       DERROTAS PARALELAS

       Jutlandia. El encuentro entre los cruceros de batalla, 31 de mayo de 1916

       UN PLAN PERFECTO

       Primavera Panzer. Campaña de Francia, 1940

       EL IMPERIO CONTRAATACA

       La Batalla de Inglaterra, 1940

       EL HOMBRE QUE PUDO TRIUNFAR

       Plan Marcks. Operación Barbarroja, 22 de junio de 1941

       RESPLANDOR FUGAZ

       Imperio del Sol Naciente. Teatro de operaciones del Pacífico, 1941-1945

       CINCO MINUTOS PARA LA HISTORIA

       Los cinco minutos de Midway, 4 de junio de 1942

       EL MUNDO BIPOLAR

       La Guerra Fría. La potencia naval bloquea a la continental, 1949-1989

      Para Miguel Artola, maestro de historia.

      Para Pedro Calvo, soldado de infantería.

      Y desde el profeta hasta el sacerdote todos son engañadores, diciendo: «¡Paz, paz!», y no hay paz.

      JEREMÍAS, 6.13-14

      Un océano de historia

      La violencia está en la naturaleza; la guerra, en la historia. La tierra, cuna y sepultura, fértil o inclemente, generosa y avara al mismo tiempo, proporciona los recursos precisos para que el ser humano satisfaga sus necesidades, unos recursos caracterizados por ser limitados pero susceptibles de usos alternativos. Si su escasez es fuente de discordias, la posibilidad de aplicarlos a una multitud de fines otorga al hombre un poder colectivo expresado en forma de reto: la capacidad de elección. Aunque en el pasado todo está escrito, nada lo está en el futuro, por lo que siempre nos competerá en el presente a cada generación tratar de desmentir a los engañadores denunciados en las palabras de Jeremías y buscar la paz. Ningún estudio sobre las conflagraciones tendrá sentido sin este noble propósito en mente.

      La historia es océano que nunca se detiene. Sus aguas están conformadas por unas profundidades de naturaleza económica, por la superficie ideológica que marca el nivel de los tiempos y por las mareas cíclicas de los conflictos, siempre removedores. Se lucha por el control de las materias primas y por los mejores territorios o las rutas más ventajosas; se lucha, también, por las riquezas, por la fe, por el poder y la gloria, por acumulación de rencor, miedo u odio. La voluntad de supervivencia o dominio de las colectividades viene revestida de altos ideales: religión, libertad, civilización, justicia, democracia, todo tipo de banderas que eleven y justifiquen el azote destructivo de las batallas. Y las sociedades entregan a los ejércitos el monopolio de la violencia organizada que supone toda guerra, ese fenómeno que hasta la fecha se ha mostrado constante y recurrente en el devenir humano.

      El hecho bélico es complejo en sus causas y su desarrollo, en sus consecuencias y efectos encadenados, mas radicalmente simple en su resultado final, lo que siempre le ha conferido un poder decisivo: vencer o ser vencido, ultima ratio regis. La tentación de obtener mediante el estallido de las hostilidades lo que no se ha conseguido por otros medios —políticos, financieros, diplomáticos— es siniestramente poderosa, hasta el punto de hacer olvidar a los pueblos la ingente cantidad de sacrificios, muerte y devastación que necesariamente conlleva. Pero cualquier fuerza armada medianamente estructurada, concebida para acumular poder demoledor, ha sido paradójicamente también motor de progreso y con su más destacada virtud, la disciplina, un elemento vertebrador en la construcción de naciones e imperios, correa de transmisión de las diferentes formas socioculturales que nos definen como especie.

      La presente historia no es un mero catálogo de campañas militares ni un compendio de armamento; no es, ni siquiera, una sucesión de fechas clave o de grandes héroes, tampoco un repaso a la evolución de conceptos como estrategia, táctica o logística. Aunque en efecto todo ello recorrerá necesariamente como hilo conductor sus páginas, el principal propósito de esta obra es comprender la guerra para aspirar a la paz como bien supremo y tratar de entender por qué Homo sapiens, espiritual, infatigable buscador de utopías, sublime por momentos, capaz de compasión, ha optado con mucha más frecuencia de lo que hubiera sido deseable por esconderse tras una máscara terrorífica, aquella que lo convierte en Homo bellicus.

Illustration

      1

      En el origen fue la piedra

       Es en la invisible frontera del territorio donde nace el instinto de agresión y la necesidad de defensa…

      Entendiendo por agresión el impulso que lleva al hombre a combatir contra los miembros de su misma especie.

      KONRAD LORENZ

      A principios de 1980, Carl Sagan desarrollaba un intuitivo esquema no exento de polémica titulado «El calendario cósmico» en el que el divulgador científico extrapolaba la duración del universo a la escala de un año como unidad de mesura, siendo el 1.º de enero el Big Bang y los últimos instantes del 31 de diciembre los tiempos contemporáneos. El sistema solar aparecía en el mes de septiembre y tan tarde como finales de noviembre, la chispa de la vida en forma de organismos multicelulares. Allá por Navidad irrumpían los dinosaurios… solo para extinguirse en torno a la festividad de los Santos Inocentes. La medida correspondiente al figurado postrer día se ralentiza: sobre las ocho de la tarde, chimpancés y homínidos emprenden caminos evolutivos separados, alcanzando estos últimos una sólida postura erguida a eso de las nueve y media de la noche. El hombre moderno comparece ocho minutos antes de fin de año, y le bastan seis o siete más para expandirse por toda la tierra. Apenas un minuto antes de sonar las campanadas, en un sprint final, la humanidad desarrollará plenamente todas sus potencialidades creativas… y destructoras. El resto es pura historia. Aceptando esta simplificación, el presente libro trataría, por tanto y como mucho, de sesenta segundos del calendario universal.

      Aunque trate con fósiles, lo cierto es que la paleoantropología es una ciencia tan apasionante como dinámica, en continua evolución y cuestionamiento por mor de unos hallazgos cada vez más clarificadores. Lo que parece no admitir duda es que el protagonista de esta (pre)historia —el ser humano— es un mamífero del orden de los primates, de la familia de los homínidos y de la especie Homo sapiens. Entre otras características muestra unas mandíbulas relativamente pequeñas, manos de cinco dedos con pulgares oponibles, bipedestación, un aparato fonador capaz de modular sonidos complejos y el suficiente volumen craneal para albergar su órgano más exigente en consumo calórico pero más rentable: el cerebro.

      Donde comienzan a discutir los especialistas es en el debate sobre cómo este ser, acaso uno de los más indefensos, ya que no dispone de garras, astas o colmillos y no posee gran velocidad, llegó a convertirse paulatinamente en «amo de la creación». Todos parecen haber descartado, sin embargo, cualquier visión de la evolución en virtud de la cual seamos el producto más refinado de una cadena lineal. Si existió algún árbol no fue desde luego uno del que descendiera un primate hasta llegar irremisiblemente a nosotros, sino el gran tronco de los homininos, un término que se aplica a los humanos actuales y a los demás de un frondoso linaje compuesto por más de una veintena de especies catalogadas, todas ellas extintas salvo la nuestra.

      Los más