El último elefante. Pino Pace

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Название El último elefante
Автор произведения Pino Pace
Жанр Книги для детей: прочее
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Издательство Книги для детей: прочее
Год выпуска 0
isbn 9788413309132



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a darle una patada en la pata, pero se ríe. Silica le da un golpe ligero en la nuca con la trompa.

      —¡Estate quieta! Tu elefante se llama Nuura, y también es hembra.

      —¿Tengo que montarme encima? —pregunto preocupado, aunque en el fondo me gustaría.

      —No creo, acabas de llegar. De todas formas, decide Shafá, el jefe mahout.

      —¿Qué es un mahout?

      —Es un conductor de elefantes. Shafá es el jefe mahout, un oficial superior que manda sobre todos los elefantes. Yo también soy mahout… —Me da por reír y él también se ríe—. Sí, bueno, solo desde ayer.

      —¿Es difícil montar en elefante?

      —No…, bueno, un poco —se ríe Yann.

      Miro alrededor para ver si alguien nos está oyendo, pero creo que no.

      —Yann, ¿por qué no te escapas? —le pregunto.

      —¿Para qué? —contesta encogiéndose de hombros—. Mi padre me pegaba con el bastón todos los días y no me daba de comer. Aquí, por lo menos, como. ¡Y mira qué trabajo tan bonito! Además, a los que se escapan, los cogen y ya no vuelven a escaparse, créeme.

      —¿Los encierran?

      —No, el conductor de Nuura, tu elefante, intentó escaparse hace dos días. Los caballeros del comandante Maharbal lo cogieron antes del alba, me han contado…

      —¿Y qué le hicieron? —quiero saber.

      Yaan se pasa el dedo por el cuello, de una oreja a otra.

      —¡Zac! —dice.

      Entendido.

      Capítulo 3

      37 ELEFANTES

      Salimos por la mañana temprano con los 37 elefantes. Vamos adonde la hierba es más alta. Los elefantes desayunan y nosotros nos tomamos una corteza de queso que sobró la noche anterior, alguna aceituna y unas cuantas uvas o higos silvestres que encontramos por allí. Cada elefante tiene su conductor, su mahout. Surus es el macho dominante, el que conduce Shafá. Es un elefante gigantesco, el más grande de todos, no tiene buen carácter. Siempre está moviendo la cabeza, como diciendo que no. Las orejas enormes mueven el aire y levantan el polvo.

      —Es inmenso —digo la primera vez que veo a Surus.

      Shafá le pide a Yann que le traduzca lo que he dicho, se ríe y luego dice en cartaginés:

      —Ha dicho que los elefantes pueden ser grandes, pero nunca más grandes que los elefantes —me dice Yann.

      Yo también sonrío. Shafá es simpático, aunque a veces suelta manotazos y no quiero cruzármelo cuando se enfada de verdad.

      Después de desayunar nos vamos al río. A los elefantes les encanta. Se revuelcan entre las piedras y el fango, rocían agua con la trompa. A nosotros nos toca limpiarlos con cubos de agua y frotarles la piel con unos cepillos atados a palos muy largos. Y después tenemos que sacarlos a la fuerza, porque, si por ellos fuera, se quedarían allí para siempre. Los elefantes, igual que los humanos, también piensan —aunque no se sabe muy bien el qué— y cada uno tiene su carácter. A mí me parece que las hembras tienden a estar juntas, mientras que los machos pasan más tiempo solos. El más solitario es Surus. Nuura es el animal más bueno del mundo, es mejor que un asno, e incluso que Blez. Se deja guiar atada a una cuerda, es como llevar de paseo a una nube gris.

      Me hago amigo de otros mahouts. Casi todos son muchachos un poco mayores que yo. Shaj es un niño rapado, de pocas palabras y con un ojo blanco; Akin, su elefante, es el más impresionante. El Corto es un joven robusto y bajo, debe de ser el mayor de todos, como Boonon, su viejo y tranquilo elefante macho. El elefante de Yann es Silica, que en realidad es una elefanta, una hembra bonita y de mirada inteligente. Y Abotje es un niño muy flaco y de mirada hostil; su elefante, Mukas, mete la trompa por todas partes y de vez en cuando Surus lo espanta con un barrito. Me da la sensación de que cada mahout se parece un poco a su elefante. En el carácter, quiero decir. Parece que Shafá sabe elegir muy bien al conductor apropiado para cada elefante, debe de ser una especie de brujo capaz de oír el corazón de las personas y los animales. ¿O es el elefante el que elige a su conductor, como el perro elige a su dueño?

      Para encontrar ramas finas y hojas verdes para los elefantes, cada vez tenemos que ir más lejos. Cada elefante lleva una cadena o una cuerda al cuello, y cada cadena o cuerda está atada a un gran clavo de madera que se clava en el suelo. Es una estaca de madera dura y decorada con colores, cada una a su manera. Cuando nos paramos, siempre los atamos con la estaca. Solo hay que dar dos martillazos para clavarla en el suelo, y aunque el elefante es capaz de arrancarla tan solo con girar la cabeza, no ocurre nunca. El elefante no tira, no intenta arrancarla. Es más, hasta tiene cuidado para que la cadena no se estire nunca.

      Una mañana ato a Nuura al tronco de un árbol porque me parecía más resistente que la estaca.

      —Átala a la estaca —me dice el Corto.

      —Pero ¿por qué? El árbol es más fuerte.

      —Átala a la estaca —me repite.

      Yo hago lo que me dice, porque el Corto es el mahout más mayor y más experto después de Shafá, aunque no entiendo por qué tengo que atarla precisamente ahí.

      Yo sé muchas cosas, pero desde que estoy aquí me he dado cuenta de que todos los días aprendo algo. Y puede que eso sea así durante toda la vida, aunque se consiga vivir diez y diez y diez inviernos. Descubro muchas cosas de los elefantes: que no usan los colmillos para pelear, sino para derribar árboles y combatir en la guerra; que se pasan el día comiendo, de la mañana a la noche, hierba, hojas, frutos e incluso ramas si no son demasiado gruesas; que pueden aprender muchas cosas, como los perros; que lo aguantan todo, como los mulos; que de vez en cuando se enfadan, y entonces lo mejor es salir corriendo lo más lejos posible sin mirar atrás, y que hacen muchísima caca apestosa.

      —¿Cuánto come un elefante?

      —Más que todas tus ovejas y las mías juntas —me dice Yann, que también era pastor.

      —Son enormes, menos mal que no son malos.

      —El problema es cuando se enfadan. Son capaces de destruir un poblado entero y nadie los puede parar, ni siquiera su dueño —dice Yann—. Y tendrías que verlos en la guerra…

      —¿Tú has visto una guerra alguna vez?

      —Todavía no, pero la veremos pronto.

      —Mi padre combatió en una guerra. Me decía que las guerras son malas, pero que siempre ha habido. Su abuelo y el abuelo de su abuelo también estuvieron en una.

      Yo no sé si estaré en alguna, pero lo que sí sé es que si volviera a ser pastor y tuviera a Nuura en vez de a Blez, los lobos ni siquiera se nos acercarían, porque los lobos no son tontos y saben cuándo es mejor no atacar. Blez es un gran perro pastor, pero con Nuura sería otra cosa.

      —¿Por qué no les dan de comer ellos a los elefantes? ¿Por qué cogen a niños como nosotros? Es un campamento enorme, con muchísimos soldados —le pregunto a Yann.

      —Ellos son guerreros, no se ocupan de los animales, y mucho menos los caballeros númidas.

      —¿Y esos quiénes son?

      —Son los mejores caballeros del mundo. Y son los únicos que pueden acercarse a sus caballos.

      —Lo sé, me capturó un caballero. Y no lo vi hasta que no se me echó encima.

      —Te fue bien. Podría haberte matado.

      Sí, yo también lo había pensado, pero aquella vez iban buscando a niños para llevárselos.

      —¿Y tendremos que hacerlo para siempre? —pregunto.

      —¿El qué?

      —Darles de comer