De Cataluña a Chamariapa. Manuel Cedeño

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Название De Cataluña a Chamariapa
Автор произведения Manuel Cedeño
Жанр Философия
Серия
Издательство Философия
Год выпуска 0
isbn 9788412332032



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en el fragor de la batalla había sido herido! Pensó en sus nietos, que no conocía, en sus hijos a quienes nunca les había dicho que los amaba, en Mariana, en su botica, en la vieja y muy lejana cabaña de madera donde se crio, y en todas las cosas que tenía pendientes por hacer. Sus tres amigos, desesperados y sin conocimiento alguno de primeros auxilios, pedían ayuda a gritos y lo animaban a resistir, a no rendirse. Finalmente cayó al pavimento, se llevó las manos al vientre y estas se empezaron a bañar de sangre.

      A Don Carlos, como solían decirle desde sus días en Cataluña, la vista se le comenzó a nublar y las voces de sus amigos se le fueron haciendo más y más lejanas. En medio de ese sopor, revivió nítidamente el día de 1914 que en San Pedro de Cataluña, tuvo la siguiente conversación con su madre Juliana Iriarte:

      —No te vayas— le dijo ella, — Tú estás joven todavía. Esta peste va a pasar, esta guerra va a pasar, este malestar va a pasar, y España va a ser grande de nuevo

      —Mamá — la interrumpió él casi gritando. — Amo a mi país, pero aquí no hay más esperanzas, vente con nosotros. ¿Qué más vamos a esperar? El agua está contaminada, estamos a punto de estallar en una guerra civil, la Guerra Europea nos arropa, yo tengo un hijo varón. ¿Me voy a quedar para que se lo lleven y le pase lo que le pasó a mi hermano o a papá? ¿O esperamos a que nos mate el tifus a mí, a mi esposa o a mis hijos? Los enfermos ya no caben en los hospitales mamá.

      La mujer lo veía con tristeza, no podía concebir una vida fuera de España, ni para ella ni para sus descendientes, allí habían nacido y crecido, ellos y sus antepasados desde un tiempo inmemorable cuando España era tierra de moros.

      —Hijo ten paciencia. Este es nuestro país.

      Don Carlos pensaba si era por amor a la patria o por miedo al cambio que en realidad su madre no quería ni irse ni que él y su familia se fueran.

      —Mamá, necesito darle una oportunidad a mi familia, en un lugar donde el mundo no se esté desmoronando, donde haya paz y progreso. Si quieres quédense tú y el viejo, pero yo no voy a esperar que la desgracia toque la puerta de mi casa.

      —Haz lo que quieras, yo estaré orando por ti. Pero esta es tu tierra.

      ¿Será que soy un cobarde y estoy huyendo por miedo?, tal vez sea miedo, sí, pero es un miedo válido. ¡Me voy!. Decía Don Carlos dentro de sí.

      Don Carlos estaba saliendo de una depresión, y lo primero que hizo después de comunicarle a su esposa y a sus hijos la decisión que había tomado, fue ir a hablar con su mamá. Antes de que se desarrollaran todos los acontecimientos que ahora vamos a narrar, nunca había sufrido de depresión. Ahora, por primera vez se había sumido en una tristeza espesa que lo hacía más callado y taciturno de lo que normalmente era. La depresión es un animal vivo.

      Podría decirse que era más un hombre de acciones que de palabras, pero en los últimos días ni palabras ni acciones. Sus vecinos de la entonces empedrada Calle Laurel o Carrer del Llorer como aún le dicen en catalán, pensaban que debía ser la crisis de los cuarenta, pero su familia: su esposa Carmen Cecilia Cano de Urbáez (Carmen Cecilia), su hijo quinceañero Carlos Urbáez Cano (Carlitos), y Mariana Urbáez Cano (Marianita) de doce años de edad, sabían la verdad. Y la verdad era que Don Carlos, había perdido todos los ahorros de la familia al dárselos a su amigo el Duque Goicochea quien le había prometido comprar para él el título de Conde de Ciudad Vieja (Comte de Ciutat Vella) y había desaparecido hacía tres meses con el dinero. Hacía una semana le había llegado la noticia de que el Duque estaba en la República de Francia a donde había huido. Había sido, esa semana, execrado por la nobleza española debido a varias denuncias en la corte por estafa, y ahora era prófugo de la justicia en su país.

      Don Carlos y Carmen Cecilia Cano no habían hablado con sus hijos del timo que los dejaba prácticamente en la pobreza. Eran niños y no querían preocuparlos. Pero los chicos no eran tontos y habían escuchado a sus padres en varias oportunidades discutir por lo ocurrido. En la primera de estas oportunidades, Don Carlos, encerrado en su habitación con su mujer, gritaba llorando y maldiciendo al Duque mientras Carmen Cecilia trataba de calmarlo con mimos en catalán, que era el idioma que hablaban cuando eran niños. Los niños también notaron que sus padres despidieron a la servidumbre y ahora Carmen Cecilia hacía todo el trabajo de la casa, ayudada de mala gana por Marianita quien entre la “explotación” a la cual, según ella, la sometía su madre y la “represión férrea” de su padre, quien no la dejaba ir para fiestas que no fueran de familias “de sociedad”, ni recibir el ocaso en el ventanal, porque eso estaba prohibido en el manual del venezolano Manuel Carreño, soñaba con crecer e irse pronto muy lejos, a donde nadie la pudiera encontrar, cabalgando en un brioso caballo negro con un joven aventurero y libre que no fuera esclavo de las apariencias, los títulos y las normas de sociedad, como sus padres.

      Con respecto a las normas de sociedad Don Carlos y Carmen Cecilia eran muy estrictos, habían crecido ambos estudiando el Manual de Carreño, el cual para entonces formaba parte del pensum de toda escuela de primaria que se preciara de ser para familias acomodadas, y en algunas de niños pobres también, no solamente en España, sino en muchos países latinoamericanos. Don Carlos le prestaba especial atención a este manual de etiqueta y sociedad y no solo él lo aplicaba al pie de la letra sino que se lo exigía a su esposa y a sus dos pequeños. Cierto día le espetó una bofetada a Carlitos y lo tumbó con silla y todo porque este no se levantó cuando llegó la mamá de la cocina a la mesa a sentarse con ellos. —Un caballero debe levantarse cuando llega una dama—, le gritó sin más explicación.

      Esa ceremonia fue el primer “contacto” que el joven tuvo con la nobleza y lo predispuso a aceptar la propuesta que le hizo el Duque Goichochea años después. Pero ese día en la ceremonia de coronación el joven Carlos se preguntaba:

      —¿Cómo alguien puede nacer rey? ¿Qué ha hecho en la vida este niño para merecer tal distinción? ¿Se ha preparado? ¿Ha estudiado? ¿Ha peleado batallas como sí lo ha hecho mi papá en la Cochinchina contra el reino de Annan, y en la tercera Guerra Carlista donde perdió su brazo? ¿Qué ganó mi papá con ir a la guerra? Nada, al contrario perdió un brazo, y lo más insólito es que está orgulloso de eso. A mí ni a mis hijos, cuando los tenga, no nos van a mandar a morir por ningún rey. Quiero morir tranquilo y de viejo viendo a mis hijos y a mis nietos crecer en paz.

      Carlos observaba la ceremonia con atención y curiosidad, y ante los vítores de “Viva el Rey” y “Dios salve al Rey” el joven Carlos Urbáez Iriarte, pensó por primera vez en tener un título nobiliario, que le diera privilegios a él y su familia. Los nobles no eran forzados a ir a la guerra como carne de cañón. Por eso cuando el Duque Goicochea, veintiséis años después de la coronación de Alfonso XIII, comenzó a seducirlo ofreciéndole el título de Comte de Ciutat Vella, Don